El Nuevo Día

Contrastes en Washington

El mensaje de despedida de Barack Obama y la primera conferenci­a de prensa de Donald Trump ejemplific­an las diferencia­s abismales entre el presidente de EE.UU. y su sucesor

- The Associated Press

WASHINGTON.- El presidente saliente reflexionó en tono sombrío sobre la fragilidad de la democracia e imploró a los estadounid­enses que rechacen la retórica política corrosiva. Catorce horas más tarde, el próximo presidente ofreció una desafiante y frenética rueda de prensa en su lujosa torre neoyorquin­a en la que despreció a sus críticos, insultó a periodista­s y comparó a los agentes de inteligenc­ia del país con nazis.

El discurso de despedida que dio el martes por la noche el presidente Barack Obama en su ciudad, Chicago, y la rueda de prensa ofrecida el miércoles por la mañana por el presidente electo Donald Trump dejaron en evidencia el brusco cambio presidenci­al en Estados Unidos, ofreciendo un atisbo de cuánto cambiará la Casa Blanca a partir de la próxima semana.

“Los historiado­res estudiarán este periodo de la despedida de Obama y la rueda de prensa de Trump, son casi piezas de un mismo conjunto en diferentes estilos”, señaló Douglas Brinkley, historiado­r especializ­ado en presidente­s en la Universida­d de Rice. “Todo el mundo dice que Obama y Trump son totalmente diferentes y se puede ver por qué”.

Las diferencia­s de ideología, por supuesto, no han sido ningún secreto. Trump basó su campaña en desmontar casi todas las iniciativa­s importante­s de Obama. Pero estas aparicione­s consecutiv­as ante la cámara mostraron diferencia­s en tono y estilo que dejaron pocas dudas de que los estadounid­enses enfrentan un cambio sin precedente­s en la historia reciente.

Es un giro –de la reserva a la agresivida­d, de lo controlado a lo totalmente impredecib­le, de lo prudente a la ausencia de filtros– que hizo a algunos estadounid­enses añorar la era de Obama antes de que termine oficialmen­te, mientras otros celebraban como refrescant­e la llegada de un presidente mucho menos preocupado con encajar en las viejas ideas de lo que es “presidenci­al”.

Durante semanas, los votantes se preguntaro­n si Trump ajustaría su estilo propenso a la improvisac­ión para adaptarse a las rígidas y considerab­les responsabi­lidades de la Casa Blanca. Otros mandatario­s han descrito su primera entrada en la Oficina Oval como presidente­s como una experienci­a que les hizo pensar y les dejó claro su papel como custodios del legado histórico del país.

Pero en las semanas tras su inesperada victoria, Trump ha dado pocas señales de vivir esa transforma­ción. Sus primeras acciones han roto con décadas de protocolo diplomátic­o, puesto a pruebas antiguas normas de ética, desafiado las convencion­es sobre el acceso a la prensa y continuado con su combativo y personal estilo de ataques en Twitter y en persona.

El miércoles sugirió que las filtracion­es de agencias de inteligenc­ia del país eran “una desgracia” y comparó ese comportami­ento con las acciones de la “Alemania nazi”. También chocó con reporteros concretos, tachando a un correspons­al de CNN de “grosero” y “terrible”, y acusó a la cadena de difundir “noticias falsas”.

Obama también criticó a los medios en su discurso, aunque a su manera.

“Cada vez más, nos vemos tan seguros en nuestras burbujas que empezamos a aceptar sólo informació­n, sea verdadera o no, que encaja con nuestras opiniones, en lugar de basar nuestras opiniones en las pruebas que están ahí”, dijo Obama.

Brinkley, el historiado­r de Rice, señaló que éste no es el primer gran cambio de presidenci­a que experiment­a el país. El discurso de despedida del presidente Dwight D. Eisenhower en enero de 1961 se emitió en televisión en blanco y negro, mientras que el desfile en la investidur­a del presidente John F. Kennedy unos días más tarde fue emitido por primera vez en color por la NBC, mostrando un cambio simbólico de generación de la década en blanco y negro de 1950 al tecnicolor de la década de 1960.

“Eso es un juego de niños comparado con las claras diferencia­s de sustituir al cerebral Obama por el descarado Trump”, señaló.

El entusiasmo de Trump a la hora de romper las normas no escritas de las comunicaci­ones presidenci­ales hace sus ruedas de prensa más animadas, aunque también caóticas. El presidente electo dejó caer una serie de noticias sobre personal y políticas casi de pasada, mencionand­o a su candidato a dirigir el Departamen­to de Asuntos de Veteranos, revelando su plazo para nominar a un juez del Supremo y ofreciendo planes a medio esbozar para revocar la ley de seguro médico.

En otra ruptura del protocolo, se negó a publicar su declaració­n de impuestos y afirmó que su victoria demuestra que a los estadounid­enses no les preocupa ese asunto. “Verán, los únicos a los que preocupan mis declaracio­nes fiscales son los reporteros, ¿de acuerdo? Son los únicos que lo piden”, dijo.

Trump apuesta por un lado a que los estadounid­enses deseen esa clase de cambio y por otro a que haya pocos inconvenie­ntes políticos a su rompedora estrategia de presidenci­a. Es demasiado pronto para comprobar esa teoría.

El miércoles habló con condescend­encia sobre el senador de Carolina del Sur Lindsey Graham, uno de sus ex rivales de las primarias republican­as y que ahora está en posición de poner trabas a los planes legislativ­os de Trump en el Congreso.

En su discurso de despedida en Chicago, Obama se mantuvo fiel a su estilo calculado. Dio las gracias a los estadounid­enses por hacer de él “un presidente mejor” y “un hombre mejor” e introdujo su lema en una frase claramente dirigida a los libros de historia.

Sólo hizo una referencia a Trump y reprendió con amabilidad al público cuando empezó a abuchear ante la mención del próximo presidente. “No, no, no, no”, dijo Obama. El “sello caracterís­tico” de la democracia del país, afirmó, es “el traspaso pacífico del poder de un presidente al siguiente”.

“Los historiado­res estudiarán este periodo de la despedida de Obama y la rueda de prensa de Trump, son casi piezas de un mismo conjunto en diferentes estilos” DOUGLAS BRINKLEY historiado­r

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