Familias felices e infelices
QEn el 2012 la novela de Joel Dicker, “La verdad sobre el caso Harry Quebert”, tomó al mundo del libro por sorpresa. El éxito instantáneo propició su traducción a más de treinta idiomas y el joven escritor suizo, que escribe en francés, ganó el prestigioso premio de la Academia Francesa.
Se trataba de un “whodunit” (¿quién lo hizo?) que agarraba al lector y no lo soltaba hasta satisfacer su curiosidad. Situada la trama en la Nueva Inglaterra, su estructura episódica retrocedía y adelantaba en el tiempo. Con múltiples referencias al mundo literario (el narrador era un escritor joven que visitaba a su mentor y exprofesor, un escritor ya mayor), el suspense -bien trabajado- giraba alrededor de la identidad de un asesino que había matado a una joven de quince años 30 años antes de que se iniciara la acción del libro.
“El libro de los Baltimore”, publicado recientemente, también gira alrededor de un misterio, aunque no tiene que ver con un crimen sino con un evento trágico cuya naturaleza desconocemos los lectores. Es, sin embargo, el eje de la acción; a ese punto ciego se refiere continuamente el narrador -también novelista- a lo largo de un relato que abarca 23 años: desde que él era niño hasta el presente de la narración. Larga, la novela tiene, como la de Harry Quebert, una estructura zigzagueante. El narrador va del pasado al presente y viceversa sin orden aparente. Solo la fijación escrupulosa de las fechas en que sucedió cada pasaje evita que el lector se pierda.
La trama construye la historia de una familia, los Goldman, que tiene dos ramas: una rica y exitosa, que vive en una gran casa de Baltimore, Maryland, y otra pobre y trabajadora, que vive en Montclair, Nueva Jersey. El narrador pertenece a esta última rama mientras que sus admirados primos pertenecen a los reverenciados Baltimore. Las apariencias, sin em- bargo, nos engañarán hasta el final, como en el caso de Harry Quebert.
Otro factor que asemeja a ambas novelas es el personaje del novelista/narrador y su dificultad para encontrar un tema para su escritura. Aquí también el joven novelista acude a una especie de mentor (un profesor retirado de derecho que intenta escribir una novela) y se apoya en un elemento colectivo (allí era un pueblo entero; aquí es una familia) para desarrollar una trama que resulta, al fin y al cabo, absolutamente sencilla, aunque los saltos en el tiempo le presten una aparente complejidad.
El compañerismo de los tres primos (uno adoptado; los otros dos de sangre) a través de su adolescencia, juventud y más allá conforma el hilo de la acción. Los avatares normales del crecimiento, entre ellos la entrada de una chica espectacular en sus vidas (también aquí “cherchez la femme”); los cambios inherentes al ingreso en diferentes universidades; los éxitos de unos y las debilidades de otros van convirtiendo la relación familiar en una madeja de rencores ocultos, envidias solapadas y errores inadvertidos de juicio. Esa complejidad lleva inexorablemente al momento que constituye el centro emocional de la novela, aquel en torno al cual viene girando la trama sin explicitarlo.
El recurso de guardar un secreto hasta un punto casi final resulta eficaz. Cuando se descubre lo que pasó y porqué, la narración entera se ve desde una perspectiva nueva, diferente a que tenían los lectores. Salen a relucir entonces los esqueletos ocultos que celosamente guardan todas las familias.
La novela es ciertamente entretenida; mantiene al lector atento a los acontecimientos y sorprendido ante las revelaciones. A pesar de la eficacia de la narración, sin embargo, es otro caso de “mucho ruido y pocas nueces”.