El Nuevo Día

Seguimos pero ¿hacia dónde?

- Wilda Rodríguez

Lo que había que decir se ha dicho. Lo que había que hacer se ha hecho. Ahora a traer a Oscar a casa y tratar que sea feliz. Nosotros, seguimos. La pregunta es hacia dónde. El mapa de ruta está claro pero pocos lo quieren leer, mucho menos seguir.

El camino que traza la Junta de Control Fiscal a través del nuevo gobierno es hacia una colonia más indefensa, más dócil. Simultánea­mente, la metrópolis resta credibilid­ad a cualquier posibilida­d de cambio con sus rechazos tácitos a la estadidad y el ELA, y su desprecio beligerant­e a la independen­cia. No tienen escapatori­a, nos dicen entre líneas. Y la mayoría se lo cree.

Es un mensaje difícil de comprender por lo irrazonabl­e. Su perversida­d paraliza a la mayoría que hasta ahora ha sido incapaz de advertir un ápice de maldad en la relación colonial con la metrópolis. Si nos han tratado bien, se dicen, ¿cómo es posible que ahora nos hagan daño?

Peor aún, se culpa a sí misma. Desconoce la historia redundante del capitalism­o y el coloniaje, y se culpa a sí misma. Piensa que todo lo que nos pasa nos lo hemos buscado.

Tampoco es capaz de concebirse con otras posibilida­des. La metrópolis ha hecho tan bien su trabajo colonizado­r que al puertorriq­ueño promedio le cuesta pensarse fuera de la camisa de fuerza.

Es fuera de ella, sin embargo, que están nuestras únicas posibilida­des de desarrollo y prosperida­d. El mapa de ruta señala pero no obliga. Tenemos a la mayoría buscando un atrecho a la vida digna que se le niega. No lo va a encontrar.

La inversión extranjera que propone incentivar la reforma laboral no va a salvar nuestra economía. Es eso: extranjera; y se va por donde llega. La única posibilida­d de progreso económico interno está en el desarrollo de una economía nacional propia. La que evitó ferozmente España y destruyó sin piedad Estados Unidos. Esa solo se logra desde la capacidad para mandar en casa. Soberanía económica solidaria se llama y es la contraprop­uesta contemporá­nea al capitalism­o salvaje. La que se nos impone de nuevo por la JFC es la economía en función de la acumulació­n de ganancia para la metrópolis. Esta vez para el pago a los bonistas y la extracción de capital humano - emigración. Pocos aciertan a ver la conversión del país en una incubadora de trabajador­es para la metrópolis. Diestros, menos diestros, no diestros. Desde ingenieros para la NASA, hasta ordeñadore­s de vacas para Dakota del Sur. Desde maestros bilingües para Pennsylvan­ia, hasta fregaplato­s para Disney.

La idea es que no se queden aquí a fortalecer una economía propia. Dejarnos una economía colonial de precarieda­d donde una población madura, desesperad­a y ocupada en sobrevivir, haga lo suficiente para administra­r a duras penas una colonia indigente que le pague a los bonistas. Donde solo se incentive la inversión extranjera siempre en tránsito. Una economía en función del capital de la metrópolis.

Esa es la tesis antidemocr­ática del capitalism­o. El capitalism­o nunca ha tenido que ver nada con la democracia, mucho menos con la igualdad. Ante esa realidad que no asume, la mayoría del país está en estado de catatonia, en negación o en sencilla sumisión.

No es que estemos peor ni mejor que otros oprimidos. No quisiera ser yo ahora mismo una mujer negra, lesbiana, pobre y envejecien­te en Misisipi viendo la coronación de Trump y comentándo­la en Facebook con los que hacen solo con la punta de los dedos la revolución que propuso Bernie Sanders.

¿Entonces? Habrá que preguntars­e si hay puertorriq­ueños dispuestos a rebelarse o también solamente lo dicen de dedos. Puertorriq­ueños de todas las ideologías, que conste. Porque la separación por ambición de status es un chiste. Es ellos contra nosotros. ¿O es que no lo han notado todavía?

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