Mesa de diálogo en la Sanse
Yo había participado en innumerables de estas llamadas “mesas de diálogo” que en demasiadas ocasiones se convierten en una oportunidad para elucubraciones teóricas e ideológicas y terminan sin diálogo alguno, acentuando lo que nos divide. No sabía yo que la mesita que puse en la Plaza de la Barandilla, durante las fiestas de la calle San Sebastián, donde mi esposa y yo teníamos disponible la segunda edición de La Vitrina Rota, se convertiría en una inusitada “mesa de diálogo”.
La mayoría de los comentarios giraban en torno al programa de televisión ¿Qué es lo que
hay?, fuera del aire hasta nuevo aviso. Para todos, la respuesta que di era la misma: “está bajo evaluación”. Lo que provocaba comentarios cínicos como “qué pena que no se tomaron todo ese tiempo para evaluar la Reforma Laboral y el proyecto del plebiscito”. La gente es terrible.
El segundo tema de mayor interés fue mi papá. Sus 102.5 años de vida y sus ocurrencias humorísticas, así como su energía y vitalidad, lo han convertido en el Silverio Pérez más popular, (Papi, no te vayas a ofender, me refiero a popularidad). Su protagonismo en Facebook Live supera por mucho los ratings del evaluado aún programa de televisión que hacía su hijo.
La toma de posesión de Donald Trump fue otro tema recurrente. Muchos me dijeron que la única forma de asimilarla era bailando, cantando y bebiendo en la San Sebastián. Algunos me trajeron evidencia inequívoca de que así mismo había comenzado Hitler. Un popular, esta vez sí me refiero al Partido, me dijo que ese era el problema de la cantaleta de “la unión permanente”, pues estar permanentemente unido a una nación que dirige un loco era una locura. Aproveché la oportunidad, cuando me presentaron un meme de la Comisionada Residente, Jenniffer González, comparándola con la nueva primera dama de los Estados Unidos, para advertir que hay que tener cuidado que esos memes no se conviertan, bajo el manto del humor, en una forma de “bullying” en contra de las personas con sobrepeso. Añadí que no me cabía duda de que la Comisionada tenía mucho más en su cerebro que la suma de lo que había en el del nuevo POTUS (siglas en inglés del presidente de los Estados Unidos) y en el de la nueva FLOTUS (siglas en inglés de la primera dama de los Estados Unidos).
Escuché a independentistas conocidos expresar que había que apoyar el enfrentamiento que se está cuajando entre la nueva administración y la Junta de Control Fiscal. De hecho, la Junta ya ha dejado saber que lo de “supervisión” es un eufemismo que ya ha caducado. Otros comentaron que esta escaramuza era una especie de torneo intramural entre los que defienden el neoliberalismo con o sin vaselina.
El asunto del status, obviamente, fue otro de los asuntos recurrentes en la improvisada mesa de diálogo. El conocido dicho “no es lo mismo con guitarra que con violín” fue utilizado para describir la reculada del liderato estadoísta que ha pospuesto para el 2025 aquello de que “seremos el último gobernador y la última comisionada de la colonia”. Un señor entrado en años, que escuchaba la conversación, recurrió a la canción “Sabor a mí”, de Álvaro Carrillo, para simplemente cantar “pasarán más de mil años, muchos más…”.
Por último, la excarcelación de Oscar López Rivera no pude enmarcarla en un renglón específico de esta “mesa de diálogo” ya que estaba presente en el ánimo de la inmensa mayoría de los participantes de las fiestas. No hay duda que su liberación de la cárcel física es una de las noticias que más alegría le ha brindado a nuestro pueblo en los últimos años. Hago excepción de los odiadores a los que hice referencia en una columna anterior. Éstos han triplicado la emanación de gases tóxicos por sus bocas y poco les ha faltado para decir que Oscar fue el que dirigió personalmente, desde la cárcel, los actos terroristas del 11 de septiembre en las Torres Gemelas. Le recomiendo a estos pobres seres humanos que se vayan del país el día en que recibamos a Oscar, pues se les pueden reventar las úlceras.
Unos disparos interrumpieron el diálogo.
“... la mesita que puse en la Plaza de la Barandilla, durante las fiestas de la calle San Sebastián, donde mi esposa y yo teníamos disponible la segunda edición de La Vitrina Rota, se convertiría en una inusitada ‘mesa de diálogo’".