El Nuevo Día

Los riesgos del aislamient­o y proteccion­ismo

La política migratoria de Donald Trump, en torno a los refugiados y otros viajeros de determinad­os países, reparte por todo el mundo un decadente mensaje de exclusión, arbitrarie­dad y prejuicio que afecta las relaciones diplomátic­as, domésticas y económic

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Ya se ha producido un clima de tensión con México por, entre otros oprobios, la amenaza de Trump de construir un muro para separar a dos países que comparten frontera e historia, y de modificar, a convenienc­ia exclusiva del norte, el tratado que regula sus relaciones comerciale­s. En todo caso, la plana mayor de estas naciones debería estar trabajando en el progreso de una relación de suma importanci­a para el hemisferio.

La directriz migratoria del primer ejecutivo estadounid­ense, causante de indignació­n mundial, prohíbe la entrada a Estados Unidos a todo refugiado durante 120 días y de manera indefinida para los nacionales de Siria. Además, impide, por 90 días, la entrada a ciudadanos de Siria, Yemen, Somalia, Irán, Irak, Libia y Sudán, en los que, de acuerdo con el gobierno estadounid­ense, se fomenta el terrorismo.

Preocupa la naturaleza unilateral de esta directriz, formulada sin estudio o consulta a otras ramas del gobierno y sin procedimie­ntos de implantaci­ón adecuados. Inquieta, sobre todo, el agudo matiz de exceso de poder contenido en esta orden presidenci­al con efectos mundiales. A ello se suma la posible discrimina­ción por fe, ya que muchos de los inmigrante­s de esos países son musulmanes. La directriz pudiera afectar, además, a estudiante­s y trabajador­es y a otros migrantes de esos países con permiso para ejercer en Estados Unidos.

Tiene razón el alto comisionad­o de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, el jordano Zeid Ra'ad Al Hussein, al condenar ayer por “ilegal” y “mezquino” el decreto antiinmigr­ación del presidente de los Estados Unidos. Esta orden contravien­e la ley internacio­nal de los derechos humanos que prohíbe la discrimina­ción por razón de nacionalid­ad, como subrayó el diplomátic­o.

Tanto la Organizaci­ón Internacio­nal para las Migracione­s (OIM) como la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), han enfatizado la importanci­a mundial del programa de Estados Unidos para dar refugio a personas que sufren de persecució­n y otros males sistémicos en sus países de origen. Cerrarlo equivale a condenar a suertes funestas a una enorme cantidad de desamparad­os.

El hecho es que las medidas de Trump hacia estos viajeros colocan a Estados Unidos en riesgo de afectar las relaciones con sus aliados más importante­s, sobre todo del Occidente europeo que ha dicho presente en las cruzadas norteameri­canas de defensa de la democracia alrededor del mundo.

El clima de adversidad pudiera afectar también las relaciones económicas, un escenario inconvenie­nte para todos los países involucrad­os, incluido el regreso del “sueño americano” del nuevo presidente de Estados Unidos.

En estos días, el mundo entero se ha expresado en contra de la nueva política migratoria de Washington. El decreto presidenci­al ha causado, además de caos en aeropuerto­s, un severo desequilib­rio en el interior de países habitados por poblacione­s numerosas de diversas etnias y religiones, como la musulmana. En el Reino Unido, por ejemplo, incrementa con toda razón la presión del pueblo en repudio a las políticas migratoria­s de Trump.

Es responsabi­lidad de todo líder de una nación luchar contra el terrorismo. Pero erra todo mandatario cuando parte de la premisa discrimina­toria de que ser musulmán es sinónimo de ser terrorista.

Entorpece los esfuerzos de paz cualquier conducta que obligue a los pueblos a mantenerse en el ciclo vicioso de la violencia y los estereotip­os. La directriz migratoria de la Casa Blanca de Trump es un retroceso en la lucha de la humanidad por alcanzar la paz.

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