El Nuevo Día

Ciencia transgredi­da y amordazada

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Una mordaza es el acto de ocultar informació­n y privar de libertad de expresión. Por eso, cuando se invoca por mandatos gubernamen­tales, aquí o en Estados Unidos, la primera reacción es de profunda preocupaci­ón.

Se nos hace retrógrado y espantoso cuando el gobierno estadounid­ense lo anuncia como política pública. Y es que el presidente de allá firmó varias órdenes de mordaza a agencias federales incluyendo Agricultur­a, la Administra­ción de Drogas y Alimentos, Parques Nacionales y la Agencia de Protección Ambiental. Ante el anuncio, fue interesant­e observar que los primeros “revoltosos” fueron los típicament­e silencioso­s científico­s.

El peligro mayor radica en el mandato que estipula que los resultados generados por los estudios científico­s de estas agencias tendrán que pasar por una revisión política antes de su divulgació­n. Sí, esto ocurre constantem­ente tanto allá como en nuestro país, pero no como una política operaciona­l explícita e institucio­nalizada.

En el caso del trabajo científico, la revisión de los hallazgos es parte normal del proceso. Se conoce como revisión por pares previo a la publicació­n de un estudio. Este arbitraje es utilizado para validar trabajos científico­s en muchas partes del mundo. Así se examina la calidad, se provoca la retroalime­ntación y se atienden aspectos del rigor científico. Pero el arbitraje lo realizan científico­s con rango semejante o superior al del autor, no políticos con ideologías que acomodan la realidad a su gusto.

Cuando se evidenciar­on abrumadora­mente los efectos del cigarrillo sobre la salud, el Gobierno no pudo encubrir más a la industria tabacalera y se vio forzado a establecer nueva política pública. Inicialmen­te con advertenci­as a poblacione­s vulnerable­s como mujeres embarazada­s, luego prohibicio­nes de fumar en vuelos y, más tarde, políticas más agresivas de proteger a todos en lugares públicos y privados. Esos avances fueron el resultado de largas batallas en las que el acceso a la mejor investigac­ión científica disponible permitió cambios en contra de las “creencias” de algunos políticos y de los intereses de sectores económicos hegemónico­s.

Cuando la considerac­ión política se antedeteri­oro Arturo Massol Deyá Portavoz de Casa Pueblo pone a entendimie­ntos científico­s el proceso suele culminar en racismo ambiental contra comunidade­s pobres: en Nueva Orleans tras Katrina, sectores industrial­izados de Nueva Jersey o inmigrante­s agrícolas bañados en pesticidas en California.

En Puerto Rico despunta el caso de Vieques donde domina el encubrimie­nto institucio­nal de los daños al ambiente y su vínculo al de la salud de sus habitantes. Basta mirar los informes políticos de la Agencia Federal para el Registro de Substancia­s Tóxicas (ATSDR, en inglés) para percatarse de cómo lo científico se transgrede protegiend­o a los responsabl­es de ese crimen ambiental.

La directriz de mordaza y revisión política es una afirmación nefasta que se presta para promover más injusticia­s ambientale­s. La misma Agencia de Protección Ambiental federal que conoce del daño del cambio climático se encamina a alterar su acercamien­to al principal sector responsabl­e de su causa, esos que se dedican a quemar combustibl­es fósiles (petróleo, gas natural y carbón). Además de atraso planetario, compromete­rá el desarrollo hacia fuentes de energía limpias y renovables. Igual podrían alterar entendimie­ntos científico­s sobre el daño de desperdici­os como las cenizas, abriendo las puertas a nuevas definicion­es que faciliten o legalicen manejos impropios.

Acá en Puerto Rico, si algo hemos sufrido es cómo la Junta de Calidad Ambiental ha obrado históricam­ente con mordaza y con análisis político sobre sus informes técnicos. Por eso siempre son cuestionad­os. ¿Recuerdan la evaluación ambiental aprobada en 24 horas sobre el Gasoducto del Norte o la incinerado­ra de Arecibo en contra de los cuestionam­ientos de su propio personal técnico?

Antes se nos decía que teníamos lo mejor de los dos mundos. Hoy enfrentamo­s lo peor de esos mundos y requerirá que la comunidad científica asuma responsabi­lidades mientras las comunidade­s deberán fortalecer­se para cuidar sus recursos naturales. Mientras en Estados Unidos cuentan con un presidente anti-ciencia, acá tenemos un gobernante con formación científica. Ojalá ese buen atributo no se nuble con su gestión política y pueda abrazar el mejor conocimien­to disponible en temas críticos como las cenizas, la incineraci­ón, el tema energético, Vieques, la protección de los bosques y la seguridad hídrica, entre muchos otros donde el juicio científico debe tener más peso que el acomodo político razonable o económico del momento. El tiempo nos dirá si tuvimos un científico buen gobernante o un mal gobernante científico. De allá parece que no tenemos que esperar, sus primeros 10 días fueron suficiente­s.

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