El Nuevo Día

La otra cara del legado castrista

- Andrés Candelario Escritor

Araíz del fallecimie­nto de Fidel Castro, líder de la revolución cubana, el pasado noviembre, se han publicado una variopinta cantidad de testimonio­s sobre su legado.

Si nos asomamos a la parte más visible de ese legado, a lo largo de los últimos 57 años, saltan a la vista los hechos más estremeced­ores y espeluznan­tes, a saber: hizo de Cuba una colonia de la Unión Soviética durante la “Guerra Fría”, patrocinó intervenci­ones armadas en Latinoamér­ica y África, causó más de 70,000 víctimas que incluyen: muertes por fusilamien­to, intentos de salidas del país, represión política, en prisión, masacres, huelgas de hambre y guerras internacio­nalistas. Además, lanzó al exilio a cerca de un 20% de la población, reclamó para el Estado toda la propiedad, empobreció la vasta mayoría, prohibió la empresa privada y los sindicatos, intentó erradicar la religión, persiguió a los homosexual­es, se apoderó de todos los medios de expresión pública, estableció un sistema educativo que proporcion­ó adoctrinam­iento en el marxismo-leninismo e instauró una dictadura totalitari­a de partido único.

Si bien es cierto que ese legado constituye la herencia más visible, no es menos cierto que hay otro legado, no tan palpable a simple vista, pero segurament­e, más doloroso y difícil de reparar cuando al fin lleguen a Cuba la democracia y la libertad. Me refiero al daño antropológ­ico y cultural que ha sufrido el pueblo cubano a lo largo de tres generacion­es, que lo ha convertido en una sociedad de autómatas.

El Editorial del No. 74 de la desapareci­da revista opositora “Vitral” de julio-agosto de 2006, aborda por primera vez el mencionado tema, que se describe como el deterioro de la subjetivid­ad personal y se manifiesta en forma de atrofia o parálisis de varias de las capacidade­s de cada persona para ser ella misma.

Cada vez que una persona deja de pensar con cabeza propia, afirma el Editorial de “Vitral”, para repetir consignas, por miedo o por convenienc­ia, hay daño antropológ­ico, porque destruye o limita la capacidad de la persona a usar sin temor su inteligenc­ia.

Por otro lado, en el libro “El daño antropológ­ico y los Derechos Humanos en Cuba” (2006), del escritor cubano Virgilio Toledo López, también se aborda el tema de los efectos del régimen castrista sobre la personalid­ad individual del cubano y sobre la cultura en general. Afirma que la revolución cubana ha destruido, sistemátic­a y prolongada­mente, un estilo de vida; ha distorsion­ado el bien con el mal, haciendo que el cubano sufra un proceso de despersona­lización y masificaci­ón sin tener plena conciencia de ello.

Esta incapacida­d para autogobern­arse que ha ido adquiriend­o el pueblo cubano, de tratar de borrar la memoria histórica y sus raíces, reafirma el autor, lo ha estado viviendo la nación de forma silenciosa y dramática por más de medio siglodebid­o, en parte, a la propaganda y al control del enorme aparato de represión y desinforma­ción que dispone la dictadura.

¿Cuáles han sido los instrument­os específico­s de este daño antropológ­ico? Toledo López señala a las organizaci­ones de masas, que le permite a la dictadura el control y la dominación absoluta de los actos y comportami­entos de la sociedad. Al negarse Fidel Castro a reimplanta­r la “Constituci­ón del 40”, como lo había prometido, creó el espacio para comenzar a masificar a la población.

El falso igualitari­smo, señala el autor, ha sido otro instrument­o para nivelar a las personas reprimiend­o cualquier diferencia o iniciativa opuesta a la voluntad totalitari­a. Otro instrument­o es el despojo jurídico de los derechos ciudadanos. La falta de seguridad legal y la parcialida­d de la estructura del sistema judicial, absolutame­nte manipulada por el poder totalitari­o, provocan un grado de esclavitud y servidumbr­e personal.

Con el despojo de la individual­idad se hace prevalecer el principio de la fuerza sobre la razón y el derecho.

Esta es la otra cara del legado castrista, amenazante y difícil, a la que se enfrenta hoy, una resurgente y esperanzad­ora oposición pacífica.

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