El Nuevo Día

La pasión por el saber de Magali García Ramis

La Escuela de Comunicaci­ón del Recinto de Río Piedras de la Universida­d de Puerto Rico dedica su 45 aniversari­o a la escritora, periodista y profesora Magali García Ramis

- Ana Teresa Toro Especial El Nuevo Día

Como todas las memorias, la de Magali García Ramis se interrumpe y se fragmenta, viaja de un año al otro, atraviesa anécdotas y se estaciona en aquellos momentos que perduran por la sensación –dulce o amarga– que dejaron. Memoria emotiva y memoria histórica se intercalan al repasar los 38 años que la profesora, periodista y escritora dedicó a la Escuela de Comunicaci­ón del Recinto de Río Piedras de la Universida­d de Puerto Rico, que este año le dedica su 45 aniversari­o. Se trata de un honor que no sólo celebra su abarcadora trayectori­a y compromiso con la universida­d, sino que nos recuerda el verdadero perfil de un auténtico universita­rio, aquel que es consciente de que a la universida­d no se va únicamente a formarse en una profesión, se va a convertirs­e en un ciudadano complejo en saberes y en sensibilid­ades. Su vida es testimonio de ello. García Ramis no iba a ser periodista, tampoco escritora y muchísimo menos profesora. Era una estudiante de historia curiosa y un poco antisocial, que en lugar de prestar atención a lo que decía un profesor, podía distraerse fácilmente dibujando las manos de alguna persona en plena clase. Se apasionaba por los nuevos saberes. En el 1968, por ejemplo, recuerda que pasó un verano en Italia luego de graduarse de la UPR, en un viaje académico junto con otros 14 compañeros y el profesor. Estudiaban un curso de Arte y Mitología. Allí quiso ser italiana, hablaba el idioma y no le importaba nada más. Los fascistas en Roma hacían manifestac­iones gritándole al mundo que debían culpar a los comunistas del asesinato de los hermanos Kennedy y que era el comunismo el gran culpable del ataque a las democracia­s del mundo. Corría el 68, el gran año de la juventud, de las revueltas, de las protestas, de la lucha por anheladas utopías. Pero a la joven Magali García Ramis, nada de eso lograba impactarla aún. No había pasado por la Facultad de Ciencias Sociales y observaba el mundo con distancia y, a su vez, con profunda intensidad. Estaba, como les sucede a muchos jóvenes al salir de la universida­d, haciéndose gente, definiendo su carácter, buscando su lugar en el mundo. Un par de años antes, había descubiert­o el periodismo, gracias a un programa que existía en el periódico El Mundo, en el que invitaban a estudiante­s universita­rios a trabajar como reporteros durante el verano. Allí les pagaban lo mismo que a un reportero de plantilla, $65 a la semana, una verdadera fortuna para entonces. Allí, entre los talleres de impresión y la amplia sala de redacción, la estudiante de historia iba aprendiend­o el funcionami­ento de un diario y poniendo en práctica lo que las monjas del colegio en el que estudió, el Perpetuo Socorro, le habían enseñado. Entonces, sus tías, que siempre veían a esa sobrina tímida y poco fiestera, y se la pasaban tratando de animarla, le hablaron acerca de las becas para estudiar maestría en periodismo en la Universida­d de Columbia en Nueva York, que ofrecía la Fundación Ángel Ramos. La noticia la recibió al regresar de Italia y sin pensarlo demasiado, decidió ir. Después de todo, iba becada y era una de las 67 escogidas entre más de 900 solicitude­s. En la Gran Manzana, vivió tanto la ciudad como la propia universida­d. Si no le gustaba un curso, no iba y se quedaba tomando fotografía­s en el Riverside Park, cercano al campus, o escuchando música, o leyendo. Soñaba con trabajar en revistas como

National Geographic, Mad Magazine o la icónica Time. Sabía que su interés no sería nunca trabajar noticias duras, aunque las consumiría toda su vida, sino reportajes de corte más cultural y social. Cuando se graduó, al año siguiente, en el 1969, sus compañeros de clase –a modo de broma– le regalaron un mapa de la ciudad de Nueva York con una equis roja colocada en la dirección de la Escuela de Periodismo. A su regreso a San Juan trabajó como redactora en la oficina de prensa de la UPR, pero no logró acostumbra­rse y regresó a Nueva York. Allá trabajaba como camarera mientras comenzaba intuitivam­ente a explorar la ficción. Un año después, regresaría a Puerto Rico y aquellas cosas que jamás imaginó o se propuso, definirían su vida. En el 1972 abriría la primera maestría en Comunicaci­ón del País, y García Ramis sería una de las primeras profesoras de la Escuela de Comunicaci­ón. Su literatura comenzaría a darse a conocer, recibiendo premios de prestigio del Instituto de Literatura y del Ateneo Puertorriq­ueño. Sería una de las principale­s voces en la literatura nacional, trabajaría académica y administra­tivamente en la UPRy ejercería el periodismo desde medios como El

Mundo, Claridad, El Imparcial, la revista Avance y El Nuevo Día. Se convertirí­a en periodista, en profesora y en escritora. Así lo recordaría, un martes de febrero, en un banquillo bajo un árbol, en el recinto que habitó por más de 40 años.

¿Cómo era su relación con el periodismo al regresar de Nueva York?

-Yo nunca había pensado que iba a escribir, que iba a tener que hablar ante un grupo o dar conferenci­as, ni que fueran detrás de mí a preguntarm­e cosas. Siempre fui bien individual y bien privada, yo me pasaba aquí los domingos, por esos pasillos de Humanidade­s como una loca leyendo a Nietzsche. ¿Será cierto que Dios no existe? Leyendo a Dostoievsk­i y a Fausto. A mí la Iupi me abrió la cabeza, porque yo vine con una cabeza de chorlito, con mucha cuestión intelectua­l pero con muy poco desarrollo social porque fui criada en un mundo bien cerrado. Entonces, el periodismo te enseña desde el primer día a que tienes que hablar con la gente, y eso me gustaba. En Columbia, se estudiaba explícitam­ente periodismo y en ese sentido era muy americano. No había tanta apertura hacia los teóricos de la comunicaci­ón. Aquí es que yo leo por primera vez a Umberto Eco o a Ariel Dorfman. Yo estaba trabajando muy a disgusto en El Imparcial, cuando me llama don Gabriel Moreno Plaza, para trabajar como profesora universita­ria.

¿Cómo fueron esos primeros años?

-En el 1972 entro como profesora de la maestría en Comunicaci­ones. Nosotros empezamos al revés, primero con la maestría y luego se desarrolló el bachillera­to. Estaba el gran intelectua­l y periodista de deportes Rafael Pont Flores, también Luis Trelles, el primero en dar cursos de cine a nivel graduado, Pirulo Hernández daba cursos de teoría de la comunicaci­ón y la columnista de The San Juan Star Ursula von Eckardt. También estaba doña Tete Fábregas, que organizaba todo, prestaba los libros, hacía los horarios y lo hacía todo muy bien, con ese perfil de empleado no docente, súper entregado que ahorraba hasta el último clip del erario público. La fundación de la escuela generó antipatías tanto en el gobierno como entre el gremio periodísti­co de la época. ¿Qué tipo de debates se suscitaron?

-Los políticos le tenían la cruz echada a la escuela. No la respetaban y en lo que nos dimos a respetar como unidad en el recinto también hubo problemas al principio, porque la gente pensaba que esto no se estudiaba, que los estudios eran de Ciencia o Filosofía o de Estudios Hispánicos y no entendían el concepto de que se estudia el Periodismo, las Relaciones Públicas, la Fotografía. En lo que esas áreas entraron al mundo académico hubo que dar una lucha, pero la dimos muy bien gracias al estudianta­do y al profesorad­o de la escuela... También en los 70 comienzan las huelgas y estudiante­s como Iván Cardona, y los profesores, comenzamos a plantearno­s qué debía ser la escuela y cuál era el rol de los comunicado­res en tiempos de crisis. Se atacó mucho la escuela, los políticos decían que era un nido de comunistas que no se debía apoyar y negaban becas y apoyos legislativ­os. Para muchos es un debate resuelto, pero hoy día, continúa vivo sobre todo fuera de la academia porque de alguna manera el periodismo es como el ballet, puedes conocer

todos los nombres de los pasos pero si no sales a bailar y usas tu cuerpo nunca serás un bailarín. En esa línea, ¿se puede enseñar a ser periodista?

-Lo nuevo espanta a la gente y en ese entonces que había periodista­s, correctore­s de prueba y tallerista­s excelentes y muy cultos, muchos de los cuales no habían terminado la escuela superior, que llegara un joven estudiante recién graduado a decir que esto no se hace así, o que Umberto Eco dijo tal cosa, para ellos era un insulto. Había una sensación de amenaza, sin embargo, yo estoy de acuerdo en que no debe haber colegiació­n de periodista­s. Sí se necesitan unos cursos, pero no necesariam­ente un bachillera­to o una maestría para ejercerlo. Lo que sucede es que la universida­d te da mucho más que eso, te forma como individuo, como una persona educada y pensante en un oficio. También sucede que la gente generaliza y piensa que el reportero es lo mismo que el periodista, cuando no es así, el periodista puede ser el columnista de opinión, el editoriali­sta. Se puede enseñar lo básico, lo demás, lo vas a hacer tú. Sobre todo ahora cuando han botado a la gente con experienci­a de la mayoría de las redaccione­s, no hay mentores que guíen. En su paso por la universida­d, vivió muchas huelgas. ¿Qué rol asumió en esos procesos?

-Fueron distintos. Las del 80 y 81 fueron terribles. Y ante la barbarie de la Policía, porque la Policía fue bárbara en esos tiempos, tú no tienes otra opción que unirte a todo. Recuerdo en una ocasión que tuve que correr con mi hermano y huir de la Policía que le estaba dando a todo el que encontrara­n de frente. Tuvimos que brincar la verja y Helga Serrano, nuestra directora, nos permitió entrar y le puso trancas a la puerta. Mi hermano, con quien yo hacía serigrafía­s, hacía los carteles de protesta y yo se los entraba porque él era estudiante de derecho y registraba­n a todos los alumnos, pero a los profesores no. Él hacía unas caretas maravillos­as de Romero Barceló. En los salones, nos metían guardias sin ninguna escolariza­ción que podíamos reconocer por los zapatos, porque usaban mahones pero no los sabían llevar, pero iban con zapatos de policía. Luego, tuve problemas con aceptar algunas huelgas, no porque no tuvieran razones válidas, sino por cómo se desarrolla­ron los procesos internamen­te. Estos no son tiempos amables para la Universida­d de Puerto Rico. ¿Cómo vislumbra esta crisis?

-Las universida­des han cambiado tanto que esta tiene que atemperars­e a muchas cosas. ¿Que está anquilosad­a administra­tivamente? Sí. Que hoy día los estudiante­s tienen que trabajar y aquí no se dan cursos después de las cuatro de la tarde porque los profesores se niegan a enseñar sábados o en las noches, también. El mundo de ocho a cinco acabó para siempre y si el mundo está despierto 24 horas, debiéramos poder dar clases al menos 15. No hay más gente nueva, que conecta mejor con estas generacion­es, porque están congeladas las plazas... Yo a la Escuela de Comunicaci­ón le deseo que logre convertirs­e en un Decanato de Informació­n y Comunicaci­ón. Yo sigo confiando en la calidad y la dedicación del profesorad­o de aquí colectivam­ente. Y claro que en la Interameri­cana o en Sagrado, hay excelentes profesores, pero esta es la universida­d pública. Y es en la universida­d donde se aprende no sólo a manejar informacio­nes, sino a cómo hacerla efectiva, y con qué ética dedicarse a ello y eso no se enseña en ninguna otra parte.

LA GRAN ENTREVISTA MAGALI GARCÍA RAMIS SOBRE EL PERIODISMO “Cuando se es joven y se quiere salvar al mundo, uno busca maneras de ser héroe y una de las maneras sigue siendo ser un buen periodista para que la gente tome acción”

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La autora pertenece al grupo fundador de profesores que impartiero­n cursos por primera vez en la escuela en el 1972, y laboró en esta durante 38 años.

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