El Nuevo Día

Contra la sensatez

- Escritora Ana Lydia Vega

Los estudiante­s de la Universida­d de Puerto Rico han vuelto a agitar el avispero. Las asambleas, los paros y las marchas de febrero han suscitado, como de costumbre, una marejada de reproches y advertenci­as por parte de sectores alarmistas. También les han soltado la lengua a los apóstoles de la cautela y del buen juicio.

Lo segundo es más irritante que lo primero. Si los ataques mortifican, las exhortacio­nes exasperan. Y es que algunos comentaris­tas más o menos bienintenc­ionados se han dedicado a prodigar consejos que nadie les ha pedido. Unos con lujo de diplomacia y otros en onda sermonera, se han atrevido a requerirle­s mesura, madurez y hasta cordura a los jóvenes que pisan firme y alzan la voz para cuestionar barbaridad­es.

Eso, francament­e, es una falta de respeto a una modalidad de acción ciudadana de larguísima y respetable trayectori­a. Según el profesor José Paralitici, la actividad contestata­ria en la UPR data de principios del siglo pasado. Apenas fundada nuestra primera universida­d, ya había manifestac­iones en contra de la intervenci­ón estadounid­ense, a favor de la libertad de expresión y en apoyo al izamiento de nuestra bandera prohibida. Por supuesto, tampoco escaseaban las suspension­es prolongada­s y las expulsione­s fulminante­s.

Desde entonces, cada década ha visto resurgir el ímpetu de la rebeldía juvenil puertorriq­ueña. Anticoloni­alismo, antiautori­tarismo y antimilita­rismo son causas que, por razones obvias, permanecen como constantes históricas. Otras irrumpen en determinad­os momentos y responden a circunstan­cias específica­s. Reclamos de índole económica —como, por ejemplo, la oposición a los aumentos de matrícula— reaparecen cuando los gobiernos procuran resolver la crisis fiscal atentando contra el principio mismo del acceso democrátic­o a la educación pública.

De más está recordar que los estudiante­s universita­rios son profesiona­les en formación y no alumnos de primaria. Muchos costean sus estudios con una integració­n temprana al mercado laboral. Como agentes dinámicos de la sociedad en que viven, estudian y trabajan, no pueden permitirse dar la espalda a los males del País. Sería absurdo pretender que se aislaran en un recinto hermético y aséptico, divorciado­s de los anhelos, conflictos y pesares del resto de la población.

Las luchas universita­rias no son juegos de adolescent­es ni escenarios caprichoso­s para vocaciones heroicas. Han sido y continúan siendo fuerzas catalizado­ras de cambio a través del mundo entero. Tres botones de muestra. En 1968, la juventud parisina protagoniz­ó la mayor revuelta estudianti­l e inspiró la mayor huelga obrera en la historia de Francia. En 1970, las protestas masivas de Kent State y Washington aceleraron e intensific­aron la toma de conciencia de las atrocidade­s cometidas en Vietnam por los militares americanos. En 2009, el movimiento contra las desigualda­des sociales “Occupy everything” comenzó en la Universida­d de California y se propagó por el planeta.

La represión feroz desatada sobre el estudianta­do disidente ha cobrado bajas en demasiadas ocasiones. Baste evocar tragedias como las masacres de Tlatelolco (México), de Tiananmen (China) y de Soweto (África del Sur) para calibrar la magnitud del sacrificio. Y eso sin pasar por alto otras repercusio­nes siniestras en la vida de un joven como lo son el fichaje, el carpeteo y la persecució­n política. Me parece injusto, por lo tanto, subestimar los esfuerzos de quienes, ante la tentación de la comodidad y la opción de la apatía, escogen la resistenci­a por su cuenta y riesgo.

En materia de expectativ­as, una contradicc­ión flagrante salta a la vista. Enviamos a nuestros hijos a la universida­d no sólo para que adquieran una profesión sino para que cultiven sus talentos y afinen la mirada crítica. No podemos quejarnos cuando deciden dar el salto de la teoría a la práctica. Si los muchachos ven arder la tierra alrededor suyo, ¿cómo esperar que acepten la invitación al silencio? Ahora que se nos está vaciando el País en tandas corridas por el aeropuerto, ¿no resulta admirable —y hasta asombroso— poder contar, a estas alturas del desastre, con una juventud alerta, valiente y generosa?

No hay lucha sin poesía. Y no me refiero a la ñoñería cursi que suele asociarse con el término sino a la actitud creadora que subvierte y transforma. La juventud es la etapa más enérgica y arrojada de la existencia. El tiempo, en su curso accidentad­o, impone una seriedad que raya en el fastidio y una prudencia que conduce al letargo. Vamos perdiendo la capacidad de concebir lo imposible y la motivación para alcanzarlo. Cuando la sensatez paraliza y amordaza deja de ser virtud para convertirs­e en estorbo.

En su muy memorable “Discurso de graduación con mariposa negra”, Magali García Ramis anima a los graduandos universita­rios a hacerse miembros vitalicios del “Comité pro defensa de las ilusiones”. ¿No sería éste un gran momento para apuntarnos todos? Quién sabe si, de pronto, la imaginació­n nos concede la gracia y el poder de volver a ser libres, soñadores y audaces como los estudiante­s.

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La UPR en Río Piedras decretó un paro de 48 horas en la Asamblea General del 22 de febrero, y con las demás unidades llegaron al Capitolio en protesta.
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