A seis manos
EN PLENO DÍA DE CIERRE con la hora autoimpuesta para comenzar a enviar páginas de esta edición a aprobación final -la última etapa del proceso de publicación que controla el editor en nuestro flujo de trabajo- atravesando la yugular, veo de reojo en un “post” de CNN Style en mi muro de Facebook que el Premio Pritzker 2017 acaba de ser otorgado. Y por supuesto, si la curiosidad mató al gato, imagínate lo que le pasó a la periodista.
Descubro que el galardón mundial más importante en el campo de la arquitectura fue concedido al estudio RCR Arquitectes, un trío catalán de antecedentes modestos pero de obra exigente, vocación perfeccionista y con aspiraciones estéticas, incluso “poéticas”, como reza el laudo.
¡Ay, Santi! Sí, Santi, mi amigo catalán, que también es arquitecto con quien he visto los espacios más sugerentes y desconocidos de Barcelona (cementerios, ruinas y mercados incluidos), es en quien pienso primero. ¿Los conocerá? Si no, pronto sabrá que quiero ir en su moto hasta Olot, el municipio español de la provincia de Cataluña con solo 34,000 habitantes donde está el estudio de RCR (por las iniciales de sus nombres de pila), rodeado de un paisaje que incluye edificios medievales, casonas notables, parque natural y hasta cuatro volcanes. En otras palabras, que Olot promete.
Me encanta saber que Carme Pigem, Ramón Vilalta y Rafael Aranda, que llevan tres décadas trabajando juntos, sostienen que las personas han definido su arquitectura, que las casas han sido su laboratorio y que sus primeros logros fueron viviendas extraordinarias para gente corriente, como la casa para un herrero o una peluquera del pueblo, según menciona un artículo de la sección de Cultura de El País en la web. Con todo, su arquitectura ha sido catalogada como “de alta costura, arraigo local y ambición universal”. De paso, si bien se les criticó en un principio por quedarse a vivir en un pueblo pequeño, en el marco del prepirineo, sin la modernidad de Barcelona, el resplandor cosmopolita de Madrid o el glamour de París, el trío ha enfatizado en lo esencial que para ellos son sus raíces y ha dicho: “Cuando vives en un pueblo has de tener claro qué aporta lo que construyes. Te lo tropiezas a diario. Se convierte en tu conciencia”.
Son fieles creyentes de que el entorno dicta la norma a seguir, que no hay que alterar el lugar o su narrativa, que no se trata ni de fronteras, ni de purezas, más bien de una forma de arte que incide en la vida cotidiana. “Es fundamental ir encontrando la arquitectura, evitar que te asalte. Retrasar el encuentro multiplica las sensaciones y convierte un edificio en un descubrimiento”, explicó Vilalta en entrevista.
Los veo en una foto y ninguno viste de riguroso negro (el uniforme universal de arquitecto). Tampoco tienen pose de artista que recién ha recibido la musa de visita. Alpargatas y pantalones de hilo estrujados. Incluso dos llevan politos color de rosa, como si no les molestara verse iguales en una foto que circulará en la prensa. A fin de cuentas, son los primeros en ganar el Pritzker de forma colaborativa, a seis manos. Parece que en persona son tan austeros como sus obras. Lo que no ha minado su vocación de hacer arquitectura con mayúsculas. ¡El cierre! Entregaré mis páginas y regresaré a soñar con Olot y sus proyectos.