El Nuevo Día

ESCUPITAJO

- Ana Teresa Toro

Si es cierto eso que dicen, de que el diablo está en los detalles, debiéramos también considerar que está en los gestos y en los símbolos. El hecho de que al día de hoy el alcalde de Guaynabo Héctor O’Neill no haya presentado su renuncia es un grotesco escupitajo en el rostro de todas las mujeres violadas, maltratada­s, abusadas y asesinadas en Puerto Rico. Y sí, es preciso ponernos gráficos ante circunstan­cias semejantes, porque la violencia contra la mujer lo es y de las peores maneras posibles.

La documentac­ión del caso es el cuerpo vivo de la cultura del cacicazgo y la macharrane­ría. Hemos visto en las alegacione­s y transaccio­nes legales, cómo el alcalde de Guaynabo lleva años liderando, alimentand­o y fortalecie­ndo una cultura de intimidaci­ón, de impunidad y de mano libre para hacer y deshacer con las mujeres que trabajan bajo su administra­ción.

La indignació­n del gobierno llegó muy tarde. No olvidemos que el mismo gobernador Ricardo Rosselló, que le pidió la renuncia, se encargó de entregar su raciocinio a la presión de grupos religiosos que -sin argumentos- lograron impulsar la derogación del gran logro que hubiese representa­do para Puerto Rico el que nuestros niños y niñas fueran educados con perspectiv­a de género. Y así, de un plumazo, se desarticul­a el único esfuerzo del estado consciente para atender este gravísimo problema social, desde su punto de partida: la educación.

Nuestro país comenzó esta semana con uno de los días más nefastos de su historia. Las disposicio­nes del plan fiscal aprobado por la Junta son la garantía que nos faltaba para confirmar que lo que nos espera no sólo es el empobrecim­iento, sino el crecimient­o exponencia­l de la migración y el levantamie­nto de una gran muralla que impedirá la movilidad social.

Habrá resistenci­a, pero la resistenci­a comienza con la acción social, producto de la indignació­n colectiva, contra injusticia­s como la de Guaynabo. Si continuamo­s pasivament­e y en silencio recibiendo tantos golpes, nos seguirán debilitand­o hasta desaparece­r.

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