ESCUPITAJO
Si es cierto eso que dicen, de que el diablo está en los detalles, debiéramos también considerar que está en los gestos y en los símbolos. El hecho de que al día de hoy el alcalde de Guaynabo Héctor O’Neill no haya presentado su renuncia es un grotesco escupitajo en el rostro de todas las mujeres violadas, maltratadas, abusadas y asesinadas en Puerto Rico. Y sí, es preciso ponernos gráficos ante circunstancias semejantes, porque la violencia contra la mujer lo es y de las peores maneras posibles.
La documentación del caso es el cuerpo vivo de la cultura del cacicazgo y la macharranería. Hemos visto en las alegaciones y transacciones legales, cómo el alcalde de Guaynabo lleva años liderando, alimentando y fortaleciendo una cultura de intimidación, de impunidad y de mano libre para hacer y deshacer con las mujeres que trabajan bajo su administración.
La indignación del gobierno llegó muy tarde. No olvidemos que el mismo gobernador Ricardo Rosselló, que le pidió la renuncia, se encargó de entregar su raciocinio a la presión de grupos religiosos que -sin argumentos- lograron impulsar la derogación del gran logro que hubiese representado para Puerto Rico el que nuestros niños y niñas fueran educados con perspectiva de género. Y así, de un plumazo, se desarticula el único esfuerzo del estado consciente para atender este gravísimo problema social, desde su punto de partida: la educación.
Nuestro país comenzó esta semana con uno de los días más nefastos de su historia. Las disposiciones del plan fiscal aprobado por la Junta son la garantía que nos faltaba para confirmar que lo que nos espera no sólo es el empobrecimiento, sino el crecimiento exponencial de la migración y el levantamiento de una gran muralla que impedirá la movilidad social.
Habrá resistencia, pero la resistencia comienza con la acción social, producto de la indignación colectiva, contra injusticias como la de Guaynabo. Si continuamos pasivamente y en silencio recibiendo tantos golpes, nos seguirán debilitando hasta desaparecer.