La moral es requisito
Amás alto el rango de liderazgo, más riguroso el deber de honrarlo. El pueblo eleva a sus líderes con la expectativa de que sean personas capaces, creativas y eficientes; tanto como decentes, honestas y morales.
Adquirido el poder vía la confianza electoral del pueblo, los líderes políticos concentran su mayor esfuerzo a satisfacer la fase material de obra y servicio; mientras que, a su alrededor, se cuecen las tentaciones inherentes al ejercicio de poder. Si de cuna a escuela del proceso formativo no quedaron adheridos a conciencia los valores éticos, tarde o temprano la corrupción se apodera y destruye. Lo peor es el daño cumulativo que filtra por los estratos sociales degenerando a la población. Cuando arriba hacen fiesta, abajo se monta la orgía.
Las ansias de progreso, la modernidad y el desarrollo económico crean otras distracciones. La abundancia fertiliza el vicio y adormece valores. De eso ya bastante tuvo Puerto Rico los pasados años. Nos acostumbramos a vivir de lo ajeno, con asignaciones federales o dinero prestado. La corrupción gubernamental se hizo costumbre y la tolerancia hacia el abuso de poder se convirtió en zafra para los medios de comunicación. Los políticos se transformaron en tema de farándula y al corrupto le rieron la gracia como personaje de comedia.
Hoy nos castiga el precio de aquella complacencia. La abundancia desapareció, la modernidad se va en patines y el crecimiento económico se hizo espejismo; no así los hábitos, vicios y excesos de la corrupción. La hierba mala es resistente. Una nueva generación asume el mando y enfrenta la resistencia de los que pretenden seguir como si nada. No es la quiebra, ni la deuda. O sembramos moral, decencia y honestidad o el país se desmorona.
Lo de “Guaynabo City” nos pone a prueba. Un Gobernador valiente ha dado un paso al frente. ¿Quién dice miedo?