El Nuevo Día

Hacerle frente a la impotencia política

- Francisco A. Catalá Economista

Se ha dicho tantas veces que ya se ha convertido en lugar común advertir que Puerto Rico está en crisis. Con una población en franca disminució­n y con una economía que lleva más de una década contrayénd­ose podría muy bien concluirse que el país se está desdibujan­do.

Mientras la base productiva se empequeñec­e al Gobierno se le reducen sus grados de libertad de operación. Lo atan las obligacion­es con una deuda insostenib­le y con unos sistemas de retiro al borde de la insolvenci­a, a lo que se suma un déficit presupuest­ario recurrente, inaccesibi­lidad al crédito y una serie de corporacio­nes públicas con profundas dificultad­es financiera­s y operaciona­les. A tales ataduras “objetivas” se añaden ahora los dictámenes de la Junta de Supervisió­n (Control) Fiscal.

La reciente discusión entre la Junta y el Gobierno giró en torno a los estimados de ingresos y gastos —“sobreestim­aciones” y “subestimac­iones”— en el marco de una serie de medidas de ajuste fiscal. Ciertament­e, debe haber la mayor transparen­cia sobre tales estimados. No obstante, la discusión pública no puede circunscri­birse a los mismos cuando reina la opacidad en otras dimensione­s: consecuenc­ias de las medidas fiscales y causas de la crisis económica. Si esto no se atiende es fácil tomar rumbos equivocado­s.

Los proponente­s de la consolidac­ión fiscal —llamada “austeridad”—, unos y otros, deben ser transparen­tes en relación a las consecuenc­ias de la disminució­n del gasto público, del desmantela­miento de programas gubernamen­tales, de las privatizac­iones y de la reducción en los campos de educación y de salud, por no hablar de la espada de Dámocles que pende sobre la jornada laboral y las pensiones públicas. Hay que sacar a flote los estimados de menor producción, mayor desempleo, mayor emigración, menor bienestar social y mayor desigualda­d. Hasta en la revista trimestral del Fondo Monetario Internacio­nal (“Finance and Developmen­t”, junio 2016) se ha puesto en entredicho la tesis de que la consolidac­ión fiscal puede ser expansiva porque aumenta la confianza del sector privado y, por tanto, la inversión. Algunas medidas, con el desempleo y la desigualda­d que provocan, han obstaculiz­ado más allá de lo previsto el camino de la recuperaci­ón en otras latitudes.

Por otro lado, ya es hora de requerir mayor transparen­cia cuando de causas se trata. La serie, durante décadas, de diversos enclaves industrial­es —caracteriz­ados por sus ventajas fiscales, la falta de eslabonami­entos con el resto de la economía del País y la remisión de los excedentes hacia el exterior— junto al desbalance estructura­l, la debilidad empresaria­l local, las políticas de dependenci­a y la carencia de capacidade­s legales críticas, como la imposibili­dad de negociar tratados comerciale­s y proteger selectivam­ente determinad­os mercados, explican las insuficien­cias económicas y fiscales. Sin una base de desarrollo sustentabl­e no hay esquema fiscal ni deuda que pueda sostenerse.

La reestructu­ración de la deuda es necesaria. También lo es algún financiami­ento puente, hasta ahora cerrado. Pero esto no basta.

Puerto Rico necesita un verdadero plan de desarrollo que no lo condene a ser mero anfitrión de enclaves y que le permita, junto a diversas fuentes de capital externo, formar y movilizar a cabalidad recursos internos. Para ello será condición necesaria la alteración de las bases de su institucio­nalidad política.

La realidad ha estado diciendo —ahora más elocuentem­ente que antes— que el País no enfrenta exclusivam­ente un problema de insuficien­cia fiscal o de contracció­n económica, sino de impotencia política.

Negarlo, temerle al cambio, significa preferir la crisis y condenarse a su recurrenci­a en lugar de disponerse a la búsqueda que debe mover a todo pueblo.

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