Más cerca la niñez de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico
Niños de 24 escuelas y colegios del País vivieron la experiencia de tocar con la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico y aprender cómo ésta funciona El concierto será transmitido por WIPR y la Fundación Carnegie Hall lo llevará como ejemplo a países donde se
Q Puerto Rico cuenta cada vez con menos niños; en los últimos años los nacimientos vivos apenas superan los 30,000. Según el más reciente Informe de la Salud en Puerto Rico, en 2015 se registraron 31,239 nacimientos vivos. Sin embargo, ayer niñas y niños de nivel escolar elemental llenaron la Sala Sinfónica Pablo Casals del Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré, en Santurce. Y no solo constituían la audiencia. Estaban allí para interpretar varias piezas junto a la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico en el concierto educativo “La orquesta canta”, presentado por la Corporación de las Artes Musicales (CAM) y el Carnegie Hall Weill Music Institute.
Llegaron de tan cerca como el mismo Santurce y de tan lejos como Utuado, Guayama, Hatillo, Aguadilla o Mayagüez, entre otros pueblos. La mayoría llevó su flauta dulce, otros cargaban con un violín, el resto cantaría, pero todos iban a bailar. Se prepararon durante semanas o meses, asistidos por los maestros de música de 24 escuelas, unas urbanas y otras rura- les, unas públicas y otras privadas, pero todas participantes del programa educativo “Link Up” del Carnegie Hall Weill Music Institute.
A eso de las 10:00 de la mañana la efervescencia de su presencia se percibía incluso en el exterior de la sala. Dentro de esta el murmullo era continuo, pero apacible. Hasta que la intensidad de las luces disminuyó. Entonces gritaron eufóricos, aunque en segundos el silencio fue casi completo. Estaban listos para comenzar.
Flautas y violines en mano esperaron en calma, hasta que escucharon una voz familiar y volvieron a albo-
rotarse: era el maestro Alfredo Torres, el mismo que visitó sus escuelas a planificar todo, y les daba la bienvenida. Explicó que el maestro Omar
Velázquez, concertino de la Sinfónica, procedería a afinar los instrumentos de la orquesta para luego hacer lo mismo con ellos. Repasó cómo debían hacerlo y procedieron al unísono. Luego presentó al director asociado de la Sinfónica, Rafael Enrique
Irizarry. Tan pronto anunció que comenzarían con “Ven a tocar”, canción tema del programa, a uno de los neófitos se le escapó un “¡Sííí!”. Con las primeras notas, comenzó a materializarse el tan imaginado -para algunos inimaginable- concierto.
De pie en medio de la sala tocando su violín estaba Ana Victoria Vázquez Tirado. La niña de 11 años y estudiante de la escuela pública Juan Ponce de León en Guaynabo reconoció, concluido el concierto, que “me sentía un poquito nerviosa por si me confundía y eso, pero confié en mí misma, toqué el violín y lo hice”.
La magnitud del acompañamiento ayudó. “Cuando vine tenía nervios, pero cuando vi que era todo el mundo tocando, se me fueron”, compartió
Luis Yavier Beltrán Aponte, de 11 años y alumno de la escuela Federico Asenjo de San Juan, quien hace unos meses comenzó a tocar bajo y flauta.
“Ven a tocar” fue seguida por la presentación oficial de las familias de instrumentos: las de cuerda, los vientos de madera (entre los que estaban sus flautas y de la emoción aplaudieron), los vientos de metal y la familia percusión. Entonces hizo entrada el “experto en canto”, el maestro
Yamil Ortiz, para retar el concepto que daba título al concierto, el asunto de que la orquesta “canta”. Pero en un diálogo actuado con la audiencia, Torres comenzó a explicar cómo la música comunica y habla a través de las notas y las fluctuaciones en las tonalidades.
Volvió a sentirse euforia cuando el maestro preguntó: “¿Saben ‘Simple Gifts’?”.
“¡Síííí!”, gritaron los estudiantes, y a tocar.
La energía no cejaba, pero cuando el maestro habló del segundo movimiento de la “Sinfonía Nuevo Mundo” la reacción fue distinta: suspiros.
Ya más calmados, los chicos estaban listos para tomar un “receso” durante el cual apreciar el modo en que un instrumento puede cantar solo. Otra estudiante como ellos, la universitaria
Isabel Laboy, tomó el escenario con su solo de Concierto para Violín de Mandelssohn. En uno de los momentos más intensos de la pieza, los niños no pudieron contener su impulso de aplaudir, prueba del nivel de conexión con la interpretación de Laboy, discípula de Velázquez e Inoel Jirau, principal de segundo violín. Una incógnita saber quién estaba más emocionado: si ella o sus maestros.
La estudiante del Conservatorio de Música de Puerto Rico prosiguió con su número. Conquistó de tal manera a la audiencia en sus casi 12 minutos de interpretación, que hasta las notas más sutil es p udie ron ser escuchadas a lo largo y ancho de la sala abarrotada de menores.
“Oda a la alegría” dio inicio a la última parte de la jornada, que resultó la más animada porque incluyó el tema “Un gato compré”, en el que se juega a imitar los sonidos de animales. Luego “Pájaro de Fuego”, de Stravinsky, sirvió para repasar cómo la música canta con distintas líneas melódicas: saltos, pasos, notas que se repiten y frases largas que pueden ser divertidas.
Antes de que fuera interpretada por la orquesta, varios niños pudieron escoger con qué instrumentos querían escuchar parte de la melodía. Ello dio pie para un solo de oboe por Ivonne Pérez y otro de violonchelo por Luis
Miguel Rojas que niños y niñas escucharon con mucha atención antes de que se interpretara la versión completa de la pieza.
La atmósfera creada en la sala durante la interpretación fue de particular significado para el maestro Irizarry. “El tiempo se detuvo y noté cómo la agitación de los niños, que son niños al fin, desapareció. Estaban absortos escuchando los segundos de música”, apuntó en entrevista luego del concierto.
Pero lo que sucedió justo después estremeció a los muchachos, que de por sí se pusieron felices al saber que iban a interpretar “Oye”, de Jim Papoulis. Un grupo de plena entró desde el pasillo y la fiesta se formó. Bailaron con más fuerza la coreografía que habían practicado en sus salones. Fue el mejor momento para Pablo
José Ávila Hernández, violinista y flautista de 6 años. “Cuando ellos estaban diciendo que íbamos a cantar ‘Oye’, ¡de repente salieron toda es banda y empezaron a cantar!”, rememoró. También para el niño trovador Jesús Torres, de 10 años y quien toca flauta dulce “¡fue fantástico!”. “Esto fue una nueva experiencia para mí. Sentí emoción y alegría. Bailé y canté”, contó.
En palabras del propio maestro Irizarry, este fue “el momento en que mayor conexión tuvimos entre todos”.
“Fue un estallido de vitalidad, de energía, de sinceridad y de compromiso, y esto está bien. Eso está muy bien”, afirmó emocionado.
El concierto será transmitido próximamente por WIPR.
Marta Hernández,
maestra “Si queremos salvar al País, esto es parte de la solución”