Antillano universal que rebasó prejuicios ajenos
El poeta Derek Walcott tomó posesión del “lenguaje del conquistador”, el inglés en su caso, para desde su natal Santa Lucía, demarcar su propio territorio en el mundo de las letras Carmen Dolores Hernández Especial El Nuevo Día
Tenía los ojos claros, del color del mar de las Antillas que había contemplado desde su nacimiento en 1930 en la isla de Santa Lucía. Los había heredado -decía- de un abuelo holandés. Su piel, sin embargo, era oscura como la de los esclavos que fueron también sus ancestros. Y algo tenía, sin duda, de los indios caribes, que habitaron su isla. De ellos era su mirada: dura, firme, inquisitiva, retadora.
Conquistados y conquistadores; colonos y colonizados; amos y esclavos; europeos, africanos y americanos se mezclaban, pues, en su sangre. En “The Star-Apple Kingdom” Derek Walcott escribió: “Dutch, nigger, and English in me, / and either I’m nobody, or I’m a / nation”. (“Tengo de holandés, de prieto y de inglés:/ o soy nadie o soy/ una nación”)
Su imaginación también integraba -superponiéndolas- imágenes provenientes de múltiples tradiciones culturales: el pasado clásico europeo con sus mitos; el no menos antiguo y mítico de las sagas y el folklore africano -toda una riqueza cultural que quería recuperar- y el estímulo que provenía de la tierra misma, de la vivencia compartida en iguales espacios aunque en tiempos diferentes; vivencias que perduran en el subconsciente colectivo.
“Nuestra historia”, me dijo en una entrevista que le hiciera en 1989, cuando visitó Puerto Rico en ocasión de un congreso literario en Mayagüez, “no está consignada ni en grandes monumentos y ciudades, ni en formulaciones formales. No hay marcadores. Es una historia pequeña, tan transparente como la luz de nuestro trópico. Se puede leer, más que en los libros, en el color de la gente, en sus acentos al hablar, en los ritmos de su vida y sus canciones”. Se refería sobre todo a las Antillas Menores, aunque su reflexión se puede extender a todo el ámbito antillano.
La memoria de un pasado no escrito está en la mirada de hoy que se encuentra con la del ayer en el mar, en las montañas, en el aire, en el verde, haciendo converger los tiempos en una identidad de experiencia. “La vida antillana tiene un ritmo, un tiempo propio”. La relación de ese tiempo y espacio particulares con aquéllos de los grandes centros de la cultura occidental ocupa el centro de su obra.
Esta es, precisamente, monumental. El primer antillano en obtener el Premio Nobel de Literatura (en 1992, año en que se conmemoraba el descubrimiento de América), el galardón reconocía el talento de un artista que reunía en sí mismo y en su escritura lo que supuso aquel encuentro dinámico y prolongado de diferentes mundos. En poemario tras magnífico poemario (“The Castaway”,1969; “The Gulf”, 1970; “Sea Grapes” 1976, entre otros) hasta llegar a su obra cumbre, “Omeros” (1990), que reimagina la cólera de Aquiles y el viaje heroico de Ulises desde una perspectiva caribeña, trasponiendo mitos europeos consagrados a otra realidad geográfica, histórica y social, el poeta forjó un lenguaje creador, descubridor -en y por sí mismo- de la realidad antillana. En uno de sus últimos poemarios, “The White Egrets” escribió que buscaba “a language beyond speech” (“un lenguaje que supere el habla”).
Las imágenes de su poesía son deslumbrantes. En el libro mencionado, describe una ola que rompe en espuma como un pecho que se desborda sobre un corpiño de encaje: “a bosoming wave unbuttons her white bodice”. En “Omeros” las metáforas continuas amplían lo narrado para incluir tiempos, espacios y diferentes niveles de percepción. En un pasaje describe el poderío del azúcar en la región: “In hill-towns, from San Fernando to Mayagüez,/ the same sunrise stirred the feathered lances of cane/ down the archipielago’s highways. The first breeze/ rattled the spears and their noise was like distant rain/ marching down from the hills, like a shell at our ears./ In the cool asphalt Sundays of the Antilles”. (“Por los pueblos de campo, de San Fernando a Mayagüez/ el mismo amanecer removía las plumas de la caña, enhiestas como lanzas / por las carreteras del archipiélago. La brisa primera/ las sacudió y su rumor fue como el de la lluvia distante/ que baja marchando de las montañas, como un disparo al lado del oído/ en los suaves domingos asfaltados de las Antillas”).
Al final de su vida, una nota triste -amarga a veces- entró en su poesía. Hablaba del presente del Caribe y sus crecientes carencias, de su errado in- tento de transformarse en una realidad diferente (algo que objetaba del desarrollo desordenado de Puerto Rico, como me confió en ocasión de otra visita a nuestra isla, en el 2006).
Dramaturgo también, Walcott escribió y dirigió obras de teatro. La sociedad antillana, decía, privilegia la actuación, la re-presentación, el “performance”. Su primera obra -de 1950- fue sobre el emperador Henri Christophe de Haití. Luego escribió varias con un trasfondo del folklore caribeño, especialmente de Trinidad, como “Ti Jean and His Brothers” de 1958. La más conocida es “”Dream on Monkey Mountain” que se presentó Off-Broadway en 1971. A final del siglo pasado colaboró con Paul Simon en el texto y las canciones de, “The Capeman”, sobre un joven delincuente puertorriqueño en Estados Unidos, presentada (con poco éxito) en Broadway en 1998.
Derek Walcott fue un escritor antillano que nunca pensó que era menos por serlo. Se apropió del lenguaje del colonizador -en este caso el inglés- para afirmar una perspectiva propia y diferente, haciéndola entender en los términos míticos que dominan la imaginación occidental. “He tenido la suerte”, dijo en su discurso de aceptación del Nobel, “de estar presente en la mañana inaugural de una cultura”.
“Soy primera y absolutamente un escritor caribeño. La lengua inglesa no es propiedad especial de nadie. Es propiedad de la imaginación: es propiedad del lenguaje mismo. Nunca me he sentido inhibido al tratar de escribir tan bien como los más grandes poetas ingleses” “Una vez que perdemos nuestro deseo de ser blancos, desarrollamos el anhelo de volvernos negros” DEREK WALCOTT Poeta y dramaturgo, Premio Nobel de Literatura