El Nuevo Día

MÁXIMO COLÓN

El lente de la pobreza y las minorías

- Mariela Fullana Acosta mfullana@elnuevodia.com Twitter: @MarielaFul­lana

Los ojos del fotógrafo puertorriq­ueño Máximo Colón son tristones, como dos lágrimas quietas que no acaban de caer. Su sonrisa, en cambio, es todo lo contrario. Es una mueca constante de alegría. De esas que contagian. Pero tanto sus ojos como su sonrisa, abrazan.

Basta saludarlo para sentir una extraña familiarid­ad, como si se tratara de ese tío o primo que hace tiempo no se ha visto. Ese mismo sentimient­o se repite cuando uno ve las fotografía­s que ha tomado a través de su vida. Allí, fijados en ese momento eterno, hay niños, niñas, madres, padres, abuelos, tíos, músicos, políticos, gente que cuentan con sus gestos historias que se sienten cercanas. Gestos que se alojan en el corazón.

Esa capacidad de capturar la humanidad de los sujetos que retrata, independie­ntemente sean políticos, músicos o niños, es una de las caracterís­ticas del trabajo de Colón, quien desde la década del setenta se ha dedicado a visibiliza­r a la comunidad puertorriq­ueña de Nueva York, así como a las minorías raciales. Una muestra de ese trabajo documental social que ha realizado a lo largo de 45 años de carrera se puede apreciar en “Encuentro”, exposición de 64 fotografía­s en blanco y negro que se presenta en la Galería de Arte de la Universida­d Sagrado Corazón, en Santurce, hasta el 8 de abril.

Cada sección es precisamen­te un encuentro con el universo de Colón. Dividida en las categorías Devociones, Música, Política, El mundo ante mis ojos, Vida y Autorretra­to, esta muestra nos presenta a un artista de la diáspora que en medio de los tiempos convulsos que vivimos nos recuerda las luchas, alegrías, tristezas, vínculos y afectos que se comparten desde la distancia.

Colón emigró de Puerto Rico en la década del cincuenta, cuando tenía solo ocho años de edad. Su madre, una costurera del pueblo de Ciales, buscaba una mejor calidad de vida para los suyos, por lo que decidió ra-

“Yo pertenezco a esa generación de puertorriq­ueños de allá que empezamos a escribir nuestra propia narrativa” MÁXIMO COLÓN Fotógrafo

dicarse con sus hijos en la ciudad de Nueva York. De aquellos primeros años en la Isla, tiene imágenes concretas, el verdor del campo, la cantidad de tíos y primos y un carrito hecho con latas.

“Fue una infancia inocente. Éramos pobres, pero estábamos felices. Así que imagínate, de tener una familia grande con tíos y primos, cuando llego allá, nada. Yo vivía en el campo, que es algo bien primitivo, y caigo allá en Estados Unidos en una jungla de cemento que es ajeno a todo lo que conocía. La cultura, el lenguaje, porque no sabía hablar inglés… Fue como ser arrancando de aquí y trasplanta­do a otro sitio”, rememora de aquellos primeros años en la ciudad.

El vacío dejado por aquella mudanza forzosa lo fue llenando poco a poco con los rostros de aquellos que, como él y su familia, habían dejado su corazón en esta tierra. Fue así como los vecinos del barrio se fueron convirtien­do en los tíos y en los primos, la música nuestra en las fiestas de pueblo y la resistenci­a en la propia patria. Por eso, a los 13 años, cuando su padrastro le regaló su primera cámara, no tuvo duda hacia dónde mirar. Su objetivo fueron los suyos. “Tienes que imaginar que estamos en un sitio ajeno, que no es el sitio de nosotros, y de repente está toda esta gente con maracas, congas y guitarras tocando en una esquina y la gente cantando en el vecindario. Esa gente jugó un rol muy importante porque estaban promoviend­o y regando esa semilla de nuestra cultura”, relata, específica­mente de los músicos que retrató en aquellos primeros años como fotógrafo, entre los que destacan Machito y Eddie Palmieri.

Cuando Máximo Colón cumple 18 años, Nueva York era un hervidero social con la lucha de los movimiento­s civiles. En ese momento, es que entra a la escuela de artes visuales de la ciudad, donde perfeccion­a su técnica, la cual pone al servicio de diversas causas sociales. Se involucra, entonces, con otros artistas puertorriq­ueños de la diáspora como Piri Thomas, Pedro Pietri, Tato Laviera y Sandra María Esteves, entre otros, que exigían igualdad de derechos y comenzaban a articular otro discurso en torno a la puertorriq­ueñidad.

“Yo pertenezco a esa generación de puertorriq­ueños de allá que empezamos a escribir nuestra propia narrativa. Eso es muy importante porque allá los americanos tenían una imagen de los puertorriq­ueños como unos salvajes o como los personajes de ‘West Side Story’. Hubo un libro de un fotógrafo americano (Bruce Davidson), llamado ‘East 100th Street’, que me molestó mucho porque se enfocaba en ciertas condicione­s (negativas) de nuestra comunidad, y no era que no tuviéramos problemas y tragedias, pero también teníamos cosas positivas. No todos éramos criminales”, cuenta.

Con su cámara, Máximo Colón se armó para mostrar otra historia que hablara sobre la identidad y la cultura de los puertorriq­ueños de Nueva York. Colaboró con diversos proyectos, entre ellos con libros del destacado profesor puertorriq­ueño ya fallecido, Juan Flores. “Si yo sabía que era un proyecto que iba a beneficiar a mi comunidad, le decía a la persona, ‘dame el crédito y copia del trabajo’. Lo más importante para mí era el resultado no la fama del fotógrafo”, precisa.

¿Qué le ha permitido ver el lente de la cámara en todos estos años de carrera?

-Que la gente de nosotros es bella y son muy creativos, porque cuando uno es pobre se las tiene que inventar para sobrevivir.

En Estados Unidos, así como en Puerto Rico se están viviendo momentos difíciles, ¿cómo nos ayuda la fotografía a entender el presente?

-Nos pude ayudar porque estamos documentan­do unas luchas y esas nadie las regala. Quizás te puedan regalar amor, pero la cuestión de los derechos, de la igualdad, eso es una batalla constante y la fotografía nos recuerda eso.

¿Todas las fotografía­s fueron tiradas con película?

-Todas estas fotografía­s son con película, menos seis que son digitales. Todas fueron con luz natural y en lo que se llama negativo completo o ‘full frame’. Todas ellas fueron reveladas por mí. Lo que me gusta es que la 35 milímetros te fuerza a acercarte a lo que retratas. ¿Por qué todas en blanco y negro? -En mi opinión el color es una cosa muy intoxicant­e. Tú ves el rojo, el verde, el amarillo y dices ‘qué belleza’ y te enfocas en eso (en el color) y no ves lo que está pasando alrededor. Yo digo que el color ‘makes poverty look beautiful’ (hace que la pobreza luzca hermosa) y la pobreza no es bella. ‘So’, yo siempre prefiero el blanco y negro porque es más dramático y es más fuerte la expresión. Se enfoca más en la gente. ¿Ha vivido de la fotografía? -Fui un artista como hasta el 78, pero después tuve que cuidar a mi hijo y tuve que buscar otros trabajos. Estuve en centros comunitari­os por 17 años enseñando fotografía, carpinterí­a y serigrafía. Luego trabajé en una clínica de salud mental haciendo lo mismo. Pero el amor por la fotografía nunca murió. Nunca dejé de retratar. ¿Qué le ha dado la fotografía? -Mucho amor. Me encanta la fotografía y me llena. Por 25 años no tuve una exposición (del 80 al 2005) y aun así seguía trabajando porque yo hago esto porque me llena y eso es lo más importante.

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Machito en una foto capturada por el fotógrafo en la década del 70.
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 ??  ?? Una de las caracterís­ticas del trabajo de Máximo Colón es la sensibilid­ad con la que captura a cada uno de sus protagonis­tas.
Una de las caracterís­ticas del trabajo de Máximo Colón es la sensibilid­ad con la que captura a cada uno de sus protagonis­tas.
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En la muestra figura esta imagen del presidente de Chile, Salvador Allende, en su última visita a Nueva York, antes de ser asesinado.
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Máximo Colón posa junto a varios autorretra­tos que muestran su evolución física y como fotógrafo.

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