Vivo el espíritu de una ejemplar gesta deportiva
Para que el pueblo entero se fundiera en un abrazo con el “Team Rubio” durante todo el tiempo que duró el Clásico Mundial de Béisbol, solo hizo falta la esperanza, el desbordante orgullo por los nuestros y un espíritu masivo de confianza en nuestra alta c
La gesta del equipo que tan brillantemente nos representó ha sido positiva en dos vertientes. Por un lado, está la del deporte en general y la pelota en particular. El rescate de nuestra tradición beisbolística, en términos de la formación de jóvenes peloteros y la asistencia del público a los parques, una simbiosis que ha decaído en las últimas décadas, debería resultar beneficiado por el fenómeno del reciente Clásico.
La otra vertiente es la de la solidaridad y la esperanza. Ha sido impresionante observar la manera en que el torneo ha operado un cambio de actitud y de emociones entre todos los sectores sociales, a lo largo y ancho del País.
El apretado gesto de cariño que aún mantenemos y que, en su expresión más colorida, llevó a muchas personas a teñirse el cabello con el color del oro, propició sinceros momentos de alegría y hasta de alivio, en medio de los graves augurios de la crisis fiscal.
El avasallador avance de Puerto Rico solo pudo ser frenado en el último encuentro, por un lanzador -Marcus Stroman- que se mostró grandemente motivado, quizá debido a la implacable fama que arrastraban los jugadores invictos, y a los que se enfrentó, justo es reconocerlo, con método, inteligencia, y una eficacia a prueba de cañonazos.
Cuando fue relevado en el montículo, Marcus ya dejaba prácticamente resuelto el juego a favor de los Estados Unidos, algo extremadamente complicado para él, si se tiene en cuenta que la artillería boricua fue la mejor del torneo con 55 carreras anotadas, 11 jonrones, 26 hits dobles y triples, y un total de 10 bases robadas.
No solo en Puerto Rico se le dio un seguimiento apasionado al desempeño de nuestros jugadores. La fanaticada que se fue sumando al “Team Rubio”, a medida que iban quedando eliminados los equipos legendarios del Caribe, es muestra del sitial de patria que lograron concitar los boricuas. En Cuba, República Dominicana, Venezuela y México, se volcaron en el apoyo a los nuestros, y ya hacia el final del Clásico el grito latinoamericano por Puerto Rico era unánime.
El deporte al fin y al cabo es eso: un renacer de lealtades que nos vuelve a todos más conscientes de nuestra identidad, a la vez que incentiva un intercambio mucho más fraternal con aquellos países con los que tenemos afinidades geográficas o culturales.
En ese espíritu debemos crecernos, tanto en la vida cotidiana -y los obstáculos que debemos afrontar- como en el deporte y su necesaria expansión en la Isla.
Los padres que han estado disfrutando de esta jornada del Clásico junto a los pequeños de la casa, deben aprovechar el momento especialmente mágico que ha surgido para cultivar la semilla del deporte, darle continuidad a la afición que nace frente al televisor de la casa y llevarla al parque.
Ahora que los niños están motivados y han pasado unos días admirando el arrojo de nuestros peloteros; ahora que están frescas las hazañas de talentosos jugadores, que apenas rebasan la veintena de años, es cuando hay que empujar la vocación deportiva y plantarla donde se debe.
Al proclamarse campeón, el equipo de Estados Unidos se saca la espina de que, a pesar de haber tenido siempre renombrados jugadores en su equipo, no había ganado un Clásico. Puerto Rico, subcampeón con verdadero brillo de campeonato, tiene motivos de sobra para enorgullecerse y prepararse para el siguiente, en 2021. Antes de eso, estamos seguros de que arrasaremos en el regreso del béisbol a las Olimpiadas de Tokio, en 2020.
Hasta entonces y siempre, ¡vamos a ustedes, rubios o no!