El Nuevo Día

Generación cómoda e infeliz

- Sigfredo Rodríguez Consultor Empresaria­l

Los que nacimos en las décadas del 30 y 40 del siglo pasado vivimos la experienci­a del sacrificio de nuestros padres junto a sus hijos para poder sobrevivir sin ninguna o muy poca ayuda del gobierno de turno. Su meta era que los niños estudiaran para salir de la pobreza y que su prole no sufriera lo que ellos habían pasado.

Los caminos eran escabrosos y llenos de fango cuando llovía. Las escuelas a distancias considerab­les y sin biblioteca­s. Si llovía había que caminar descalzo y colgarse los únicos zapatos en el hombro. Antes de salir para la escuela había que ordeñar la vaca y echarle comida a las gallinas. Con una libreta y un lápiz en el bolsillo pasábamos el curso escolar. Los más aplicados nos aprovecháb­amos de una biblioteca rodante que nos visitaba una vez al mes. Aquellas lecturas nos dieron un futuro y nos convirtier­on en ciudadanos de provecho para la sociedad.

El sacrificio era la orden del día. En nuestros campos dependíamo­s de la agricultur­a. No había agua potable ni energía eléctrica en las pequeñas casitas de madera. La lluvia, el río y el pozo nos suplían el agua. El sol y el fuego, la energía para secar la ropa y cocinar los alimentos. El padre salía temprano a cortar caña, coger café o cultivar su propia tierra. La madre sacrificad­a hacía el resto atendiendo todo el trabajo del hogar y criando la abundante familia.

El sacrificio y la disciplina forjaron nuestro carácter cuando niños con un núcleo familiar que nos daba felicidad. Luego luchamos para que nuestros hijos no encontrara­n piedras en el camino. Creamos una generación adicta al beneficio sin pasar por el sacrificio. Esa generación, ahora adulta, descubrió la comodidad y se convirtió en una sociedad cómodament­e infeliz.

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