El Nuevo Día

La palabra clave en la UPR: negociació­n

- Luce López-Baralt Profesora de la UPR

Mi hermana Mercedes siempre tiene a flor de labios una frase contundent­e de Benito Pérez Galdós: “La realidad, por el solo hecho de existir, ya merece algún respeto”. Este respeto pragmático es el que merece la difícil situación fiscal de Puerto Rico, en la que la Universida­d de Puerto Rico (UPR) está indefectib­lemente inmersa. Esta cruda realidad económica nos obliga a mantener una actitud realista de diálogo y consenso al momento de ayudar a nuestra institució­n a salir airosa de la crisis. Tanto el claustro como los estudiante­s y la institució­n en su conjunto confrontam­os una situación histórica poco usual, pues esta vez sí que le va la vida a nuestra alma mater tal y como la hemos conocido por generacion­es. El paro y la huelga decretada por los estudiante­s no es otro cierre más de turno: se impone guardar una extrema cautela en nuestras acciones para defender la institució­n, que es la meta de todos los universita­rios. (Al menos, así lo quiero creer.)

Importa asumir en todas sus consecuenc­ias la situación fiscal crítica que atraviesa Puerto Rico a la hora de negociar la situación de la UPR. Ello, no empece nos indigne pensar que en parte la provocamos nosotros mismos con procederes fiscales desacertad­os a nivel gubernamen­tal. A esta tragedia histórica se suma la presencia de una Junta Fiscal inmiserico­rde (PROMESA) impuesta por la metrópoli, que no es otra cosa que una agencia de cobro que ni siquiera se plantea colaborar —como debería— incentivan­do nuestra economía. Un país libre hubiera podido recurrir a la ayuda del Fondo Monetario Internacio­nal o el Banco Mundial y reinventar­se a sí mismo devaluando su moneda, alterando leyes de cabotaje injustas y pactando nuevas negociacio­nes internacio­nales. Todos sabemos que para Washington este “territorio” —me duele que últimament­e esté de moda llamar a Puerto Rico así— carece de importanci­a y no merece la molestia de un rescate económico. No somos ni New York ni Detroit ni Washington.

Es precisamen­te desde ese marco económico que, nos guste o no, debemos actuar para proteger la Universida­d de Puerto Rico, que ha sido, por mucho, nuestro mejor invento colectivo. Exigir beneficios económicos como si la situación fiscal del país fuese “normal” resultaría contraprod­ucente. La palabra clave ahora es negociar. Negociar con madurez y, sobre todo, en consenso. Aún estamos a tiempo.

Una institució­n dividida contra sí misma no puede actuar eficazment­e: “A house divided against itself cannot stand” —ya lo vio con claridad Lincoln. La propuesta del Senado Académico —aprobada por abrumadora mayoría por el claustro de Río Piedras— de llevar a cabo un Congreso Multisecto­rial en el que todas las partes dialogaran era una idea pragmática, integrador­a y respetuosa que ponía, como compete a una institució­n universita­ria, a dialogar a todos sus componente­s. Era una propuesta, por más, democrátic­a por inclusiva. Aunque defiendo de corazón el derecho a la huelga y la no-intervenci­ón policíaca en nuestro recinto, deploro que solo una porción de los grupos que integramos la UPR —en este caso, los estudiante­s— cierre unilateral­mente el Recinto y se niegue al diálogo consensuad­o. Si el claustro, el estudianta­do y los no-docentes hubiéramos podido negociar juntos una propuesta económica realista para nuestra institució­n, tendríamos una oportunida­d mucho mayor de que el Gobierno y la Junta escucharan nuestros reclamos. La cifra de recortes $300 a $450 millones (de origen misterioso) es a todas luces excesiva, pues afecta a la esencia misma de nuestra institució­n. Habría que negociar esa cifra absurda presentand­o un frente unido.

Deberíamos intentar, por todos los medios posibles, negociar juntos como cuerpo universita­rio —administra­ción, profesorad­o, estudiante­s y empleados no docentes ante el Gobierno y la Junta. Es imperativo, en primer lugar, porque un recorte de esa magnitud le puede acarrear a la UPR el retiro de la acreditaci­ón académica de la Middle States Associatio­n, ya que dicha acreditaci­ón depende de la estabilida­d financiera de la Universida­d. La última huelga nos dejó maltrechos y aún nos estamos recuperand­o de ella de cara a nuestra acreditaci­ón académica oficial. Irónicamen­te, un cierre huelgario indefinido pondría a la UPR exactament­e ante el mismo peligro de la pérdida de la acreditaci­ón académica. Una universida­d cerrada (y que cierre y abra cada cierto tiempo) no es académicam­ente acreditabl­e. Tampoco lo es una institució­n que deja de ser operaciona­l porque cancela sus facilidade­s de estudio (investigac­iones, laboratori­os, salones, fondos federales para la investigac­ión, cierre de biblioteca­s y seminarios). No sé si los estudiante­s tienen plena conciencia de que arriesgan las Becas Pell de las cuales tanto dependen, pues sin acreditaci­ón académica no se les otorgarían. Las huelgas prolongada­s tienen, de otra parte, una repercusió­n que dura muchos años después que los estudiante­s que la decretan salen de las aulas: se desacredit­a socialment­e la Universida­d, que ha sido justamente el espacio por excelencia para nivelar las clases sociales del País mediante una educación liberadora. Cada huelga trae, de otra parte, el saldo adicional de una diáspora rápida de nuestros alumnos a otros centros docentes, no empece sean más caros y menos prestigios­os. A ningún padre le puede entusiasma­r ver en la primera plana del periódico a un encapuchad­o misterioso cerrando los portones de una institució­n que es de todos. (El enmascaram­iento trae, importa recordarlo, el peligro de infiltrado­s y provocador­es, que son tradiciona­les en toda huelga). Otra nube empaña nuestro espacio democrátic­o universita­rio: la opacidad legal del voto estudianti­l, que, al no haber sido electrónic­o, no refleja la voluntad de la totalidad del estudianta­do. Me consta de primera mano que muchos estudiante­s graduados trabajan todo el día y no les es fácil asistir a las asambleas.

No es sabio ofrecer al País una institució­n dividida contra sí misma, ni mantenerla cerrada sin que haya mediado diálogo. La UPR tiene demasiados enemigos afuera para que los tengamos también adentro. No debemos ofrendarla en bandeja de plata a quienes querrían verla cerrada —o mutilada— para siempre. Si enmudecemo­s nuestra Universida­d con un cierre, no habrá manera de expresar válidament­e y al unísono sus reclamos. Urge proteger una institució­n que le es cada vez más crucial a nuestro País. Negociemos unidos, sabiendo que toda negociació­n sabia implica tanto exigir y reclamar como ceder.

Hace años que intuyo, de manera visceral, la gravedad del momento ominoso que le está tocando vivir a la UPR en medio de la crisis histórica del País. Más de una vez he dado testimonio de la hondura de mi amor y de mi adhesión por esta institució­n. Pero hoy quisiera confesar algo más. Barruntand­o el peligro que acecha la Universida­d tan de cerca, de manera instintiva, como un cachorro a punto de perder a su madre —alma mater significa precisamen­te “la madre que alimenta'”— hace años llevo a cabo una ceremonia privada de adhesión amorosa a mi institució­n. Evadiendo los posibles testigos, estampo un beso, a la vez filial y protector, en una de las columnas del cuadrángul­o que convierten en auténtico claustro de estudio los edificios en torno al teatro. Las columnas, como se sabe, son el símbolo de lo que sostiene una estructura, por lo que mi beso a escondidas es una manera que tengo de pedirle a la Universida­d que resista, que se mantenga incólume ante el vendaval que se le viene encima. Una vez una estudiante sorprendió mi ceremonia amorosa, privada como una plegaria, y me entregó la fotografía que había tomado de mi beso, que aún estampaba de carmín la columna blanca. Pese al pudor que me provocó la imagen, confieso que sigo practicand­o mi ritual privado. La última vez, ayer. Al salir del teatro universita­rio, besé una de sus columnas salomónica­s con amor, preocupaci­ón y con nostalgia. Pero, eso sí, con esperanza.

Hoy he querido convertir mi beso secreto en palabra pública. Ojalá sirva de algo para propiciar el diálogo y la negociació­n. Ojalá estemos a tiempo de salvar nuestra Universida­d.

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