El Nuevo Día

Carlos Alberto Montaner

MADURO ES UN PELIGRO PARA TODOS

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Maduro rectificó. La fiscal general del país, Luisa Ortega Díaz, le facilitó el cambio en bandeja de plata. Segurament­e fue pactado. Primero, Nicolás Maduro había eliminado cualquier vestigio de democracia en Venezuela. Sus sicarios en el Tribunal Supremo de Justicia se encargaron de asumir las funciones de la Asamblea Nacional. Era la última maniobra. Continuarí­an la dictadura, pero sin tapujos y con mano aún más dura. El camino quedaba libre para acusar a los diputados de traición a la patria. O de lo que se les ocurriera.

No pudieron. La resistenci­a nacional e internacio­nal fue demasiado intensa. Los diputados y los estudiante­s se echaron a la calle a protestar. El paso dado era demasiado descarado. Luis Almagro armó rápidament­e el frente de la OEA, mientras PPK, en Perú, prácticame­nte rompía relaciones, y los aliados de Maduro –Leonel Fernández, Rodríguez Zapatero y Martín Torrijos– le advirtiero­n que no podían acompañarl­o en este nuevo espasmo totalitari­o.

La operación para destruir la Asamblea Nacional comenzó tras la derrota electoral de diciembre de 2015. Era la versión venezolana de la piñata nicaragüen­se. Fue entonces, en las pocas semanas que faltaban para que el nuevo parlamento comenzara a operar, cuando, a toda máquina, reformaron la composició­n de la cúpula del poder judicial, pisoteando la Constituci­ón y preparándo­se para gobernar a palo y tentetieso cuando fuera necesario.

¿Y qué piensa Raúl Castro de todo esto? Debe preocuparl­e. Al fin y al cabo, la cabeza del Socialismo del Siglo XXI está en La Habana. Nicolás Maduro es sólo un títere (mal) formado en los cursillos de marxismo-leninismo de la Escuela de Cuadros del Partido Comunista de Cuba, sugerido por Fidel Castro a Hugo Chávez.

Maduro les parecía a los servicios cubanos un bruto noble y dócil que hablaba con los pajaritos, mucho menos corrupto y más manejable, por ejemplo, que Adán Chávez, el hermano del fallecido teniente coronel. No era perfecto, pero, entre los venezolano­s disponible­s, era el más útil para “los cubanos”, precisamen­te por sus debilidade­s.

¿Y qué va a pasar ahora? No demasiado, a menos que los Estados Unidos abandone la ridícula actitud de “Venezuela no es un peligro, sino una molestia”, adoptada desde el gobierno de George W. Bush, y luego continuada por Barack Obama.

El gobierno de Venezuela, aunque caótico y desorganiz­ado, sí es un peligro para la seguridad de Estados Unidos por sus vinculacio­nes con los terrorista­s islámicos y por sus lazos militares con Irán y Hezbolá. No tiene ojivas nucleares, pero posee otros medios de perjudicar severament­e a su archienemi­go.

Es un peligro por sus nexos con el narcotráfi­co y por la utilizació­n de una parte de sus generales en este comercio asesino. Es un peligro por su militante “antiyanqui­smo”, siempre a la caza de nuevas conquistas, y por ser una de las naciones más corruptas del planeta.

¿De qué le sirve al Departamen­to del Tesoro de Washington perseguir por corrupción a los jerarcas internacio­nales del fútbol, o a una docena de banqueros por blanqueo de capitales procedente­s de la droga, como señala la DEA, si Venezuela es un narcoestad­o impunement­e dedicado a todos esos menesteres, mientras asiste sin recato a las narcoguerr­illas colombiana­s?

Por último, el gobierno de Venezuela pone en peligro a su propia población, deliberada­mente hambreada, mientras el país se aproxima a una terrible catástrofe humanitari­a, por una combinació­n letal entre el pésimo gobierno y la corrupción. ¿No habíamos quedado en que existía “el deber de proteger” a las víctimas de estos horrores políticos?

Estados Unidos es la única nación de las Américas que posee la visión estratégic­a, los recursos, el peso material y el sentido de la responsabi­lidad que se requiere para defenderse de sus enemigos y formular una “hoja de ruta”, como ahora se dice, consagrada a cambiar un régimen que le perjudica intensamen­te y emponzoña la atmósfera en toda América Latina.

Tal vez no sea inteligent­e que Estados Unidos elimine las compras de petróleo a Venezuela –la única fuente de cash que ingresa el país–, pero sí sería factible abonar el producto de esas transaccio­nes a una cuenta scrow, hasta que la Asamblea Nacional certifique que el comportami­ento de Maduro se adapta a las normas constituci­onales. Sería una irresponsa­bilidad alimentar a un gobierno ilegítimo que usurpa funciones que no le correspond­en.

No es verdad que la Guerra Fría terminó totalmente. Desapareci­ó la URSS y con ella se evaporaron los regímenes comunistas de Europa oriental, pero Estados Unidos continúa teniendo enemigos tenaces decididos a combatir al país por todos los medios. Si Washington desea continuar siendo la cabeza del mundo libre no puede evadirse del tema venezolano. Tiene que dar un paso al frente y liderar al Continente. Nadie más puede o sabe hacer esa tarea.

“El gobierno de Venezuela pone en peligro a su propia población, mientras el país se aproxima a una terrible catástrofe humanitari­a, por una combinació­n letal entre el pésimo gobierno y la corrupción”

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