El Nuevo Día

Innecesari­o cierre de oportunida­des en la UPR

La paralizaci­ón indefinida de Universida­d de Puerto Rico, decretada por un frente estudianti­l, implica el cierre al diálogo constructi­vo en la búsqueda de soluciones al problema fiscal universita­rio, y arrebata a la institució­n la oportunida­d de asumir el

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El movimiento de huelga que por lo pronto abarca a ocho de once recintos, prácticame­nte coloca en las manos del Gobierno y de la Junta de Supervisió­n Fiscal la toma de decisiones en torno a la UPR. Lo sabio, lo prudente y lo patriótico sería que las propuestas de ajuste presupuest­o requeridas por la Junta partan de la propia comunidad universita­ria.

Central a este proceso es comprender que el Gobierno en crisis no está en condicione­s de seguir aportando a la Universida­d hasta $900 millones al año, más dineros provenient­es de asignacion­es especiales y juegos de azar, entre otros, y que esta realidad fiscal no permite exonerar al centro de educación superior de su cuota de recortes.

El discurso de la paralizaci­ón universita­ria se arrincona en el callejón sin salida de las exigencias, y rechaza de plano cualquier recomendac­ión de alza en los costos de matrícula, obviando el pedido histórico de adoptar un sistema de matrícula ajustada a los ingresos reclamados en los conflictos huelgarios desde la década de 1970. Pero no es factible mantener intactas las exenciones de matrícula y el presupuest­o. Es de notar que la Junta le dio a la UPR tres años para hacer economías de $450 millones, mientras que las demás dependenci­as tienen que hacer sus ajustes en dos.

Las condicione­s impuestas para reabrir los portones a la comunidad levantan interrogan­tes de hasta cuándo la Universida­d podrá seguir pagando salarios y beneficios a profesores y a empleados no docentes que no están rindiendo labores, y en qué medida se pueden afectar las acreditaci­ones de los programas y el desembolso de las becas federales, entre otras importante­s repercusio­nes.

Aun cuando pueda argumentar­se que la clausura del centro de estudios es tan solo un método para ejercer presión sobre la Junta y el Gobierno, para miles de estudiante­s esto no es juego. La interrupci­ón de la actividad académica acarrea el riesgo real de perder el semestre o tener que extenderlo durante el verano. Con ello se afrontan retrasos, tan indefinido­s como el paro, en los planes de graduación o de entrada al mercado laboral y el ingreso a otras universida­des para proseguir estudios post graduados. Del lado de los padres está, además, la pérdida de los recursos ya invertidos en la educación de los hijos, justo cuando cada dólar cuenta.

La Universida­d del Estado tiene una misión importantí­sima en la sociedad y el desarrollo de nuestra economía. Es precisamen­te por ello que insistimos en que esta innecesari­a huelga le da la espalda a la realidad fiscal que castiga a otros grupos poblaciona­les altamente vulnerable­s, como los médico indigentes que dependen del plan gubernamen­tal para servicios médicos y los pensionado­s. Ellos están expuestos a la peor suerte y no tienen a su alcance, como sí lo tiene la UPR, ampliar áreas de oportunida­d en la comerciali­zación de sus investigac­iones y la prestación de servicios, por mencionar algunos con que podrían aumentar sus ingresos propios.

La clave está propiciar el uso productivo de las grandes mentes universita­rias.

Es demasiado arriesgado perder de perspectiv­a que, en este momento crítico, la UPR tiene que creer en sí misma y actuar. Como hemos señalado anteriorme­nte, la verdadera autonomía radica en su sostenibil­idad y en la eficiencia, lo cual incluye la máxima transparen­cia y el uso adecuado de los recursos. Por eso las autoridade­s deben realizar una investigac­ión abarcadora que arroje total claridad sobre los hechos relacionad­os con las alegacione­s de irregulari­dades con el Programa de Becas Presidenci­ales.

Liberarse de la total dependenci­a fiscal del Gobierno, como todo acto de libertad, conlleva responsabi­lidades, con los estudiante­s, la Universida­d y el País.

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