Depresión, ni tristeza ni coraje
Psicólogas ilustran cómo se manifiesta la enfermedad en niños y los pasos a dar para que logren sanar
La presencia de niñas y niños suele asociarse con energía inagotable, juegos, gritos, curiosidad, alegría, risas… Sin embargo, oculto bajo todo eso o en contraste con ello, con conductas como irritabilidad o tranquilidad extrema, niñas y niños pueden padecer de depresión. Por eso es tan importante conocerles bien para poder identificar cambios o señales de alerta, para poder distinguir entre mal genio, mala conducta, pasividad o tristeza pasajera y enfermedad mental. La prevalencia de depresión en menores fue documentada recientemente en un estudio comisionado por la Administración de Servicios de Salud Mental y Contra la Adicción (ASSMCA) a la firma CINED, Inc. El estudio reveló que para 2016 un 18.14% de la niñez de Puerto Rico padecía alguna enfermedad mental identificada, lo que equivaldría a 105,000 menores según estimó en entrevista previa con Por Dentro el investigador principal, el doctor Jorge Benítez Nazario. Además, otros 62,000 infantes, niñas, niños y adolescentes que mostraron rasgos no habían sido evaluados, para un total estimado de 167,000 niños con necesidad de tratamientos. El 24% de los menores que habían dejado o terminado tratamientos tenía diagnóstico de depresión, y aunque el diagnóstico más frecuente (67%) fue déficit de atención con o sin hiperactividad, la correlación entre problemas de atención, ansiedad y depresión fue significativa y llamó la atención de los investigadores. Resulta que identificar la depresión puede ser difícil. “La mayoría de los niños pequeños usualmente no saben describir qué es lo que están sintiendo y lo manifiestan con irritabilidad, coraje, las (malas) notas”, indica la doctora Sandra Santori, psicóloga clínica especialista en niños y adolescentes. Menciona también señales de alerta como cambios abruptos en sus actitudes y hábitos como dormir mucho más o muy poco, no querer socializar con amigos ni ir a la
escuela, aislamiento, regresión (vuelve a chuparse el dedo, a orinarse encima o llorar cuando llega a la escuela), introversión extrema o agresividad, que podría manifestarse en ataques a compañeros.
“Podemos ver que claramente se ve triste o desganado, pero también en los niños es muy típico que la tristeza se exprese con irritabilidad, o que estén demasiado sensibles a frustraciones pequeñas”, coincide en entrevista separada la doctora en psicología Fraces Crespo Bonilla.
“Podemos ver pérdida de interés en cosas que antes le gustaba hacer o pérdida de energía, dificultad de concentración en las clases. Puede ser que se aísle o se vea alguna dificultad en la parte social. Pueden hacer comentarios negativos hacia su persona que reflejen baja autoestima, una visión negativa de lo que les sucede. Podemos ver cambios en el patrón de sueño, de apetito”, agrega.
Advierte que cuando estas conductas atípicas se prolongan por más de dos semanas e interfieren con aspectos sociales, familiares y/o académicos, puede ser depresión.
Crespo Bonilla, quien es la psicóloga del Instituto de Investigación y Desarrollo de Estudiantes Dotados de Puertp Rico (IIDED), distingue que “la depresión en los niños con altas capacidades tiende a ser existencial” y típicamente “lo manifiestan con mayor intensidad”.
“La depresión existencial es cuando el niño (o la niña) a su corta edad tiene la capacidad para entender cosas más profundas, como conceptos de la muerte, las excepciones a la regla del sistema, y emocionalmente lo procesan de manera intensa. Casi siempre la narrativa que tren es este elemento bien existencial de 'quién soy' o 'qué hago aquí'”, ilustra.
Advierte que si el ambiente en el hogar o en el que se desenvuelven es invalidante, es decir, que no recibe bien sus inquietudes, es más probable que no comunique sus preocupaciones.
Por eso, tanto Crespo Bonilla como Santori destacan la importancia de las dinámicas familiares en el posible desarrollo de la depresión y en su sanación.
Entre los posibles detonantes de la depresión figuran: cambios en el ambiente familiar, peleas frecuentes con o sin maltrato físico o emocional, divorcio, pérdidas (incluso de mascotas), mudanzas, cambios de escuela, demanda académica excesiva o inadecuada para el estilo de aprendizaje del menor, problemas fisiológicos no tratados (como visuales, ocupacionales o de habla y comunicación) y problemas de socialización o acoso en la escuela, incluso acoso institucional.
Menciona Crespo Bonilla que en ocasiones
los maestros pueden ser parte del problema, por lo que no reportan los cambios en conducta a la familia.
“Por eso es importante saber qué tipo de conducta es normal y no es normal, identificar hasta qué punto es un periodo de tristeza o un periodo de ajuste, y cuándo estos síntomas están por más de dos semanas y están interfiriendo significativamente en el funcionamiento del niño”, enfatiza.
Sin embargo, según la experiencia clínica, al casos de depresión suele ser el hogar el escenario principal.
“A través del niño (o niña) es que se manifiestan las situaciones familiares que hay, llegan (a la consulta) a través de un síntoma y usualmente cuando indagas, la mayor parte de las veces es algo familiar: no sentirse querido por la familia, los papás son bien estrictos, perfeccionistas, exigentes y, sin embargo, no dan amor, no está ese papá con los niños, no participa con las actividades o si participa es más en las exigencias en vez de estar porque quiere estar, por compartir con su hijo”, enumera Santori.
En casos de divorcios, lamenta que cada vez ve con más frecuencia que los adultos no logran mantener relaciones cordiales entre ellos, en detrimento del bienestar de los menores. “Eso les crea a los niños mucha ansiedad, mucho estrés porque aunque no lo verbalizan, lo sienten”, alerta la psicóloga.
Las doctoras recomiendan que al acudir a la consulta inicial se presenten solo con los padres y cuidadores, y que lleguen listos para proveer todos los detalles posibles sobre la aparición y el desarrollo de las conductas o los síntomas preocupantes, sin temor a ser juzgados. “Es ir abiertos a recibir ayuda, no sentir que van a ser evaluados o juzgados. Muchas veces se solicita autorización para que el profesional pueda comunicarse con la escuela, el equipo deportivo, para formar un equipo de trabajo. Todo el mundo pasa por esto, son situaciones que le pasan a uno como papá”, plantea Santori.
De igual manera, Crespo Bonilla recomienda preparar a los menores para la experiencia asumiéndola como algo normal. “Ahí comienza la educación. En algunos momentos va a ser completamente normal pedir ayuda y que alguien nos apoye en un proceso difícil”, afirma.
Las doctoras enumeran entre las posibles intervenciones terapia cognitiva conductual, de manejo de emociones, terapia narrativa, personificación de emociones, terapia de familia e intervenciones con personal escolar.