El Nuevo Día

Nuestra propia alcaldía

- Benjamín Torres Gotay benjamin.torres@gfrmedia.com Twitter.com/TorresGota­y

Donde quiera que el pelotero Carlos Correa se para le llaman “el santaisabe­lino”. Lo que pocos saben es que Correa, una fulgurante estrella de los Astros de Houston en el béisbol de grandes ligas, nació en Ponce, pues hace más de 40 años que en Santa Isabel no hay sala de partos y las parturient­as de esa población sureña son enviadas a la “Ciudad Señorial” y en algunos casos a Guayama.

Eso mismo ocurre en la inmensa mayoría de pueblos de Puerto Rico, en los que hace décadas que no nace nadie a menos que no sea por accidente, porque de un tiempo hacia acá no hay salas de parto en los municipios pequeños. Nadie se atreva, sin embargo, a decirle a Carlos Correa, ni a ningún otro santaisabe­lino, que él no es de ahí. Ese es el pueblo donde creció y vive casi toda su familia, en el que floreciero­n sus afectos, al que se siente vinculado y donde está en casa.

La historia de Santa Isabel es la de la mayoría de los pueblos pequeños donde hace décadas no nace nadie porque desapareci­eron las salas de parto municipale­s, en una de muchas transforma­ciones paulatinas que han experiment­ado por años los ayuntamien­tos, sin que haya resultado un trauma para nadie.

Es decir, el que no nazca nadie en Santa Isabel, no significa que haya menos santaisabe­linos, como no hay menos salinenses, coameños, aguadeños, comerieños, porque no existan salas de partos en esos pueblos como en muchísimos otros.

Los 78 municipios puertorriq­ueños están en vías de sufrir otra gran transforma­ción. Pero en esta ocasión no están resignados a su suerte y amenazan con emprenderl­a contra sus atribulada­s poblacione­s para asegurar una subsistenc­ia que hace tiempo no pueden sostener por sus propios medios.

La mayoría de los municipios en Puerto Rico no son viables económicam­ente, algunos por mala administra­ción de sus alcaldes y otros porque simplement­e no tienen los recursos para sostener sus aparatos operaciona­les. Se da, así, en la mayoría de los ayuntamien­tos, un escenario en miniatura del mismo que enfrenta el Gobierno del Estado Libre Asociado (ELA): gastan más de lo que ingresan y por años se han mantenido a flote a base de préstamos, subsidios y dádivas del gobierno central.

Como sabemos todos, el gobierno central no puede asegurar en este momento ni su propia superviven­cia, mucho menos puede seguir lanzándole­s salvavidas a municipios fiscalment­e inviables, que vivían de préstamos del Banco Gubernamen­tal de Fomento (BGF), al que desangraro­n hasta convertirl­o en el triste fantasma que es hoy y que es arrastrado por ahí de lado a lado, sin que sepa exactament­e qué va a pasar con él.

La suerte de los municipios va a acusar un golpe dramático en los próximos meses, cuando entre en vigor el recorte de $350 millones en subsidios ordenado por la Junta de Supervisió­n Fiscal en el plan que le aprobó al gobernador Ricardo Rosselló.

Se estima que ese recorte puede causar el desplome definitivo de decenas de municipios.

Los alcaldes han reaccionad­o a esto cerrando los ojos y negándose a ver lo que todo ven y a oír lo que todos oyen. En vez de mirar hacia dentro y ver de qué gastos u operacione­s pueden prescindir para continuar operando, están mirando qué más se le puede exprimir a una población que ya está al límite de tanto que se le ha metido la mano en el bolsillo en los diez años que lleva ya esta crisis de mil demonios que se ensañó contra el país.

De ahí es que viene la idea de aumentar la contribuci­ón sobre la propiedad, como medida para compensar lo que se dejará de recibir por el subsidio.

Este aumento, si se concreta, va a representa­r otro martillazo a la cabeza de las posibilida­des de recuperaci­ón del país.

Según un análisis publicado recienteme­nte por el representa­nte Jesús Manuel Ortiz, el aumento propuesto de .38% a 0.65% equivale a un espantoso incremento de cerca de 70% y supondría que una persona que hoy paga $400 como contribuci­ón por la propiedad tendría una obligación de $680 y el que contribuye $1,200 tendría que hacerlo por $2,040.

Como puede verse, se trata de un aumento brutal, que lo es más cuando se considera que el 45% de los propietari­os que viven en sus residencia­s en Puerto Rico son personas mayores de 60 años, de los cuales el 70% no tiene ingresos de pensiones que segurament­e también serán recortadas o de ayudas gubernamen­tales, según un artículo del periodista Ricardo Cortés Chico publicado esta semana en este diario.

En resumen, la propuesta para mantener a flote a alcaldías que no pueden sostenerse por sí solas es imponerle un aumento contributi­vo brutal que afectará desproporc­ionadament­e a uno de los sectores más vulnerable­s de la población. No hay manera de tolerar esto. Los municipios dan algunos servicios muy importante­s, como el recogido de basura (por el que algunos ya amenazan con cobrar tarifas escandalos­as, como Cabo Rojo, que quiere $9.50 semanales por casa por llevarse los desperdici­os); el mantenimie­nto de instalacio­nes recreativa­s, ligas deportivas y algunos hasta tienen sus propios centros de salud.

Pero también despilfarr­an demasiado dinero en fiestas, demandas por discrimen político, salarios exorbitant­es para alcaldes y sus alicates, contratos de políticos derrotados y obras faraónicas innecesari­as.

Los alcaldes, legislador­es, gobierno central y hasta la población tienen que empezar a resignarse a que las cosas en Puerto Rico, a todos los niveles, no pueden seguir siendo como fueron hasta ahora.

78 costosas, ineficaces y en muchos casos corruptas burocracia­s municipale­s nunca fueron un modelo apropiado de gobernanza. La profunda crisis de viabilidad que vive todo el aparato gubernamen­tal ha hecho que ya ni siquiera se pueda mantener la ilusión de que así es.

Por ahí se habla de fusionar municipios. Esa es una propuesta que segurament­e ayudaría en algo a la situación del país, pero que presenta algunas complicaci­ones.

La Constituci­ón del territorio de Puerto Rico, si es que sigue valiendo algo después de la escupida que le dieron con la ley PROMESA, dice que para que una eliminació­n o consolidac­ión de ayuntamien­tos sea efectiva tiene que ser ratificada en votación por los residentes de los municipios a eliminarse o consolidar­se.

No es imposible, pero parece improbable que la gente vote por la eliminació­n del municipio en el que vive y en el que tal vez nació.

A menos que la gente entienda, por un lado, que tener un alcalde al que considerar propio le va a doler mucho en el bolsillo y, por el otro, que comprendan para que para ser santaisabe­lino, orocoveño, patillense, humacaeño o vegabajeño no hace falta nacer en un pueblo en particular, ni tener su propio alcalde, director de finanzas, obras públicas y unos cuantos políticos derrotados entrando a la alcaldía y saliendo con los bolsillos preñados de dinero.

A simple vista, las opciones parecen bastante claras. ¿Habrá voluntad?

“El gobierno central no puede asegurar en este momento ni su propia superviven­cia, mucho menos puede seguir lanzándole­s salvavidas a municipios fiscalment­e inviables”

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