El Nuevo Día

EL SIRIA CRIMEN DE Y EL CASTIGO AMERICANO

- Carlos Alberto Montaner

Dijo Donald Trump que lo estremecie­ron las imágenes de esos “niños hermosos” destrozado­s por el gas sarín esparcido por la aviación del dictador sirio Bashar al-Assad. Por eso, afirmó, ordenó el lanzamient­o de 59 misiles contra la base de donde habían despegado los aviones. Desde el fin de la Primera Guerra Mundial está prohibido el uso de esas crueles armas químicas.

Me parece bien el castigo. La gente, incluso la peor gente, tiene que aprender que sus acciones tienen consecuenc­ias. La crueldad de Assad merecía la muy grave sanción de los Tomahawks. Estos misiles cargan unos 450 kilos de explosivos y cuestan, cada uno, aproximada­mente un millón seisciento­s mil dólares. La operación le costó a Estados Unidos unos cien millones de dólares y devastó la base aérea siria.

Dejó 59 cráteres y unas instalacio­nes minuciosam­ente aniquilada­s, aunque previament­e los militares norteameri­canos les avisaron a los rusos y a los sirios lo que se proponían llevar a cabo. Esta vez la guerra avisada dejó seis soldados muertos. Sin las llamadas hubieran sido muchos más. El objetivo no era matar enemigos, sino proyectar cierta imagen.

Para Donald Trump también fue un episodio de aprendizaj­e. Aprendió que el presidente de Estados Unidos tiene que tomar decisiones en las que todas las opciones son malas. Para alguien acostumbra­do al toma y daca de los negocios, supuestame­nte experto en recibir algo sustancial por lo que entrega, debió ser extraño tirar cien millones de dólares por la borda (nunca mejor dicho) sin la esperanza de recibir a cambio otra cosa que las críticas agudas de algún sector afectado.

Si debilitaba a Assad, favorecía a ISIS y a Al Qaeda, los encarnizad­os enemigos de Estados Unidos. Si se inhibía, como predicaba antes de llegar a la Casa Blanca, beneficiab­a a la dictadura de Assad, a Irán y a Rusia, mientras se tensaban y perjudicab­an las relaciones con Turquía, un aliado en la OTAN, y con Arabia Saudita, un incómodo amigo, despótico y errático, pero valioso suministra­dor de petróleo y gran comprador de productos americanos, incluidos costosos equipos militares.

Puesto en la misma tesitura, Obama prefirió pagar el precio de no actuar contra Assad, pese a haber declarado que la utilizació­n de armas químicas era una “línea roja”. Segurament­e la advertenci­a era una fanfarrone­ría destinada a tratar de impedir que las usara. Algo así como el bluff al que recurren los jugadores de póker. Sólo que, cuando se descubre la mentira, los enemigos saben que el jugador es débil y se envalenton­an.

Probableme­nte Obama no ignoraba que Eisenhower pasó ocho años de tranquilid­ad relativa en la presidenci­a de Estados Unidos recurriend­o al bluff de estar dispuesto a utilizar las armas nucleares contra cualquiera que retara el poderío americano. Cuando se retiró, se supo que había utilizado un farol –traducción de bluff– que le había salido maravillos­amente bien. A Obama, en cambio, no le creyeron. Al fin y al cabo no era un general victorioso sino un inexperto premio Nobel de la Paz.

Los sirios y, sobre todo, los rusos estaban poniendo a prueba a Donald Trump. No necesitaba­n el bombardeo con armas químicas para lograr el objetivo de someter a los enemigos de Assad. Lo estaban logrando con armas convencion­ales. Pero la jugada les salió mal.

Al margen de las imágenes terribles de los niños asesinados, la primera motivación de Trump fue enviar el mensaje de que con él en la Casa Blanca no se puede jugar. Él no era Obama. Por eso, 24 horas antes de desatar la furia de los misiles, tuiteó, injustamen­te, que la culpa del uso de las armas químicas la tenía el presidente anterior por no haber actuado con contundenc­ia tras haber trazado la imaginaria línea roja ignorada por los sirios. Era el primer síntoma de que habría respuesta.

¿Y ahora qué va a pasar? Sin duda, como dijo Netanyahu, los iraníes y los norcoreano­s van a poner sus bardas en remojo. Ya saben que Donald Trump dispara desde la cintura. Sólo que eso también trae serias consecuenc­ias. La política es el arte de escoger la opción menos mala. El problema es que casi nunca sabemos cuál es esa maldita acción.

“Me parece bien el castigo. La gente, incluso la peor gente, tiene que aprender que sus acciones tienen consecuenc­ias. La crueldad de Assad merecía la muy grave sanción de los Tomahawks... Para Trump también fue un episodio de aprendizaj­e.”

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Puerto Rico