Recogimiento
Las condiciones impuestas por los estudiantes de la UPR para volver a los salones de clase, los amarran indefectiblemente a la huelga más larga de la historia.
Tienen solo dos salidas. Una: romper con todo, con la acreditación estadounidense, con los subsidios estudiantiles, con programas federales para el intercambio y la investigación, con todo, como si fuera la Universidad de Antioquia o la de Sao Paulo (que muy buenas que son, por cierto), lo cual es legítimo y factible. O dos: repensar en lo que pidieron y hacer otra propuesta, algo también legítimo y factible, en vista de que sus exigencias actuales no tienen la menor oportunidad de ser satisfechas.
El declarar una huelga indefinida, atenidos a la esperanza de que ya “doblegaron” a la Junta de Control Fiscal, porque ésta les propuso una reunión, y que sin duda volverán a doblegarla dentro de unos días, me parece un salto al vacío con paraguas de mazapán y nubecitas de algodón de azúcar.
No dudo que en este paro indefinido haya mediado la mano de los maquiavélicos elementos de los partidos tradicionales, y de los no tan tradicionales. Los estudiantes recibieron indudable apoyo para continuar la huelga, les hicieron creer que eso era lo valiente y lo apropiado. La gran mayoría de los líderes estudiantiles se sintió respaldada y siguieron adelante sin darle mucha cabeza a las consecuencias. Peor aún, se creó un clima extraño, en el que, de haber decidido reabrir los portones, la clase estudiantil hubiera sido vista como desleal o débil.
Hay gente que por sí sola no se atreve o no puede enfrentarse a la realidad del País, y ha cifrado sus esperanzas en la inflexibilidad del movimiento estudiantil. Ahora no hay marcha atrás. Después de la Semana Santa, empezará la vida real, una vida que ganará en crudeza a medida que nos acerquemos a mayo.
Por lo demás, me asombra mucho que estudiantes con formación universitaria, que se supone estén planeando su futuro en grande, montaran en cólera porque a la asamblea se presentó un reportero del programa “Lo sé todo”. Leí en la prensa que tuvieron que “escoltarlo” hasta la salida, lo que significa que corría peligro de que lo agredieran.
Me pregunto quién es nadie para expulsar de unas instalaciones públicas a una persona que se gana la vida en la televisión. No entiendo la solidaridad laboral de esta gente. En todo caso, no les corresponde a los estudiantes decidir quién es periodista o no, eso le corresponde solamente a Trump, que bastante que lo criticamos, ¿no es cierto?
Ya ven por qué ganó la Presidencia. Porque en el fondo de nuestro corazón todos queremos echar de alguna parte a un periodista; gritarle que no lo es y que cuenta mentiras, o humillarlo sacándolo a gritos de una conferencia de prensa.
Tampoco en la alcaldía de Guaynabo quieren a los periodistas, qué casualidad, corren malos tiempos para la profesión. Allí no los escoltan a la calle, pero les cierran las puertas en las narices, o les niegan documentos, o mandan a vigilar sus pasos.
El Gobernador, y la propia Junta de Control Fiscal, nos ha soltado a nosotros, pobres ciudadanos de a pie, la papa caliente de los municipios. De ahora en adelante, debemos esperar que los alcaldes nos utilicen como cajero automático (antes, para eso, tenían al BGF). La cosa no va a parar en la retasación y el aumento en el impuesto a la propiedad, o en el cobro por el recogido de basura. Cada vez se inventarán nuevas formas de financiar sus chanchullos y la vida que se dan, imponiéndonos más pagos por casi cualquier cosa.
Hasta la conferencia de prensa que ofreció la vicealcaldesa de mi general O’Neill —y que estuvo llena de premoniciones— fue pagada con dinero público. Lo más curioso es que en el vídeo con que abrieron el evento, un recuento amelcochado de las bondades del alcalde, lo primero que aparecía en pantalla era un gusanito retorciéndose. Véanlo si no me creen. ¿A qué venía el gusanito aquel, dando vueltas en la mano de alguien? La vicealcaldesa paladeaba cada frase con una solemnidad ofendida, y regañó a una reportera que, según ella, le hizo tres preguntas en una, exigiéndole que las separara. Ignoro qué método siguió la reportera para aguantar la risa, pero le pediré la receta.
Total, que a Héctor O’Neill le han puesto un cuchillo en el pecho para que se quede. Cada vez que intenta levantarse de la poltrona municipal, salen unas manitas que lo agarran por el pantalón, como en los cuentos de Gulliver. El enredo que debe haber en ese municipio, las llamadas de contratistas que quieren saber en qué va a parar lo suyo, ponen al alcalde en esa tesitura surrealista, mandando a los empleados a que lo aplaudan mientras él los ve por un huequito.
Empieza una semana de recogimiento, con multitudes “recogidas” en las distintas playas y en el “dolce far niente”, que para muchos se prolongará.
Dicho esto, también me recojo.
Empieza una semana de recogimiento, con multitudes ‘recogidas’ en las distintas playas y en el ‘dolce far niente’, que para muchos se prolongará”.