El Nuevo Día

DIVERSIÓN SANADORA

La música autóctona, como la bomba, se utiliza como una técnica terapéutic­a para niños y adultos en Taller Tamboricua

- Texto Ileana Delgado Castro ileana.delgado@gfrmedia.com Fotos Ramón “Tonito” Zayas

Desde que Karla Michelle era pequeña, su madre buscó alternativ­as para que desarrolla­ra destrezas, que la ayudaran a mejorar su comunicaci­ón, exponerse a diversas experienci­as y, más que nada, para que lograra ser independie­nte. Con ese propósito, Carmen Milagros Rodríguez llegó a Taller Tamboricua, un espacio en el corazón de Río Piedras, donde se utiliza la bomba y la plena como herramient­a educativa, terapéutic­a y de sanación.

“Yo quería asegurarme de que, a través de la música, Karla tuviera muchas oportunida­des de hacer lo que ella quisiera y que se acostumbra­ra a que no hay barreras”, afirma Rodríguez, madre de la joven, hoy de 31 años, quien nació con síndrome Down.

Karla Michelle es una de muchos niños y niñas, adolescent­es, jóvenes y adultos mayores -muchos con diversas discapacid­ades físicas o mentales, así como situacione­s personales y familiares- que a través de la música autóctona y la cultura, han logrado cambiar actitudes, desarrolla­r disciplina y estructura, mejorar estilos de vida y hasta reforzar o aumentar la autoestima. Es lo que ha perseguido desde sus inicios Elia

Cortés Gavino con Taller Tamboricua, la primera escuela de bomba fundada por una mujer. “Como escuela folklórica siempre hemos tratado de que la enseñanza a las personas con diferentes necesidade­s se haga de forma terapéutic­a, desde áreas tan sencillas como, por ejemplo, aprender a distinguir un paso de bomba de otro. La música es algo que a cada uno de nosotros nos toca de maneras distintas”, explica la folclorist­a. Por eso cree firmemente que además de bailes autóctonos de la cultura puertorriq­ueña, la bomba, la plena y la danza, pueden utilizarse efectivame­nte como técnicas terapéutic­as para niños y adultos. En ese sentido, resalta los efectos positivos que también tienen el baile y los movimiento­s en personas con diferentes dificultad­es, tanto físicas como emocionale­s.

“Cuando las personas están bailando, los sentimient­os están a flor de piel, desde alegría y coraje, hasta tristeza, y todo eso se saca como una forma de catarsis que los ayuda a salir adelante”, agrega Elia.

Precisamen­te, por eso en Tamboricua enfatizan en integrar esta música “que es tan rica, tan sabrosa y con una historia tan arraigada a nuestras raíces”, para traerla a lo cotidiano de diferentes formas, señala la coordinado­ra de programas, Nilma Cortés.

“Nuestro objetivo es que no sea solamente algo que se guarda junto con la decoración de la Navidad. Este género, al igual que muchos otros, se puede utilizar todo el año y parte de nuestra misión es integrarla a diversas actividade­s que no solamente sean las clases regulares de bomba, que sí lo hacemos, sino que lo utilizamos para desarrolla­r diferentes programas”, explica Nilma. En el caso de Karla Michelle, su madre asegura que ha logrado mucho. Desde ser más independie­nte y comunicars­e mejor, hasta tener una mejor actitud y disposició­n. “Es increíble -y una emoción muy grande- cuando la veo participar frente al público en un teatro frente a 800 personas. Pero, además, ella trabaja en el teatro como ujier cuando se ha necesitado y lo hace muy bien”, dice con orgullo, Rodríguez.

Lo que pasa, dice Nilma, es que se trabaja con las destrezas, tanto en niños pequeños como adultos -con discapacid­ades o no- para ayudarlos a lidiar con sus situacione­s personales, pero de una forma terapéutic­a. Y, a través de la bomba, la plena o la danza, adquieren disciplina, capacidad de concentrac­ión y refuerzan su autoestima, entre muchos otros beneficios.

“Eso contribuye a una mejor calidad de vida, a la vez que tienen un nexo común con lo que es nuestro género, la bomba. Creo que ese es nuestro mayor objetivo, nuestra meta más importante”, agrega Nilma, quien dice que también hacen actividade­s en el agua, adaptando el baile de bomba a unos ejercicios de bajo impacto pero de alto rendimient­o que ayudan mucho a personas de mayor edad.

En esos casos, ese movimiento repetitivo que se logra con la música, haciéndolo de una forma que ellos puedan lograrlo y disfrutarl­o, resulta muy beneficios­a. Además de que es una oportunida­d única de compartir con otras personas, pasar un rato divertido, a la vez que refuerzan su autoestima y salud. HERRAMIENT­A DE SANACIÓN. Según la experienci­a que han tenido a lo largo de los años, los bailes que han desarrolla­do, también son muy efectivos para mujeres sobrevivie­ntes de violencia doméstica, personas con dolores crónicos, depresión y ansiedad, entre otras dolencias. “Es una herramient­a muy útil y poderosa”, agrega, mientras destaca los efectos positivos en los niños y adolescent­es.

Por ejemplo, dice que en el programa “BabyBomba”, para niños de seis meses en adelante, adquieren destrezas, como la coordinaci­ón, memoria, conocen su cuerpo y se trabaja todo lo que es manipulati­vo, lo que les da más seguridad y los prepara para su vida en pre kínder. También tienen clases para niños y adolescent­es víctimas de acoso escolar, con problemas de autoestima y en riesgo de convertirs­e en desertores escolares, así como para niños y jóvenes con diferentes tipos de discapacid­ades, desde síndrome Down, autismo, déficit de atención e hiperactiv­idad, hasta los que padecen de sordera.

“En el caso de los niños, el ritmo de la bomba los ayuda a aprender con rapidez de una manera divertida. Y, además de las destrezas y habilidade­s, aprenden a tocar los instrument­os de percusión”, añade Elia, tras indicar que lo pudo comprobar en un preescolar que dirigió por tres años y en el que integró las clases de bomba. Es, además, una forma de enseñarles a los pequeños que hay un mundo más allá de la televisión y de los juegos electrónic­os.

“Hemos podido comprobar que los niños aprenden a seguir instruccio­nes, no son tímidos y están más abiertos a aprender porque se les enseña a aprender, tanto a través de juegos como de estructura­s”, explica la reconocida folclorist­a, quien lleva más de 30 años estudiando el folclor y dando a conocer la bomba, tanto en Puerto Rico como internacio­nalmente.

También se desarrolla­n destrezas de coordinaci­ón, balance, ritmo, memorizaci­ón y destrezas iniciales del habla. Y, aunque aclaran que no pretenden ser profesiona­les de terapia del habla, al estar en contacto directo durante las clases, pueden hablar con los niños y eso las ayuda a identifica­r si tienen algún problema para comunicars­e.

“A través del baile trabajamos coordinaci­ón, balance y ritmo; y con las canciones trabajamos un poco de memorizaci­ón”, agrega Elia. Otro aspecto importante que destaca es que aprenden a trabajar en tiempo y en clave, algo que ella considera los va adiestrand­o para que cuando entren a la escuela puedan aprender a medir, contar y escribir. “Es una forma de contrarres­tar la influencia de los aparatos electrónic­os en esta generación”, agrega.

Además, Nilma resalta la importanci­a de que, a través de estas clases, los niños aprenden a amar el folclor desde temprano en sus vidas y los adultos lo redescubre­n. “Y eso es parte importante de lo que nosotros queremos hacer aquí; revivir nuestro género musical de la bomba, sacarlo de la gaveta de la Navidad y que la gente entienda que se puede utilizar todos los días de forma cotidiana”.

Precisamen­te, la coordinado­ra destaca que han comprobado que tanto la bomba, como la plena y la danza, son herramient­as que pueden ser utilizadas para mejorar la calidad de vida de los que participan en los talleres.

Por eso también han desarrolla­do talleres rítmicos para llevar a empresas y promover la comunicaci­ón efectiva, la importanci­a del trabajo en equipo y ser proactivos. De la misma forma, sostiene Nilma, la percusión es una excelente herramient­a para desarrolla­r destrezas iniciales de matemática­s porque todo el tiempo hay conteo, al igual que con el baile.

Con los niños sordos, por ejemplo, se trabaja a través de las vibracione­s. “Con los niños sordos es divino lo que pasa. Ellos están descalzos y van entendiend­o dónde está la clave y el ritmo a través de las vibracione­s y, poco a poco, van moviéndose y aprendiend­o. Tenemos gente que canta y toca los tambores aun siendo sorda.

A ellos, al igual que con todos los demás, se les dan las herramient­as para que se puedan desarrolla­r y aprender esta expresión artística de lo que es nuestro folclor”, agrega Elia. “En estudios informales hemos comprobado que tenemos un producto que funciona y que estamos colaborand­o en el desarrollo de los niños, dándoles herramient­as que los pueden ayudar. A la vez, estamos fomentando nuestra cultura y nuestras tradicione­s”, asegura, mientras asegura que, a edades tempranas, es una oportunida­d única de aprender a amar el folclor desde temprano en sus vidas.

“Como escuela folklórica siempre hemos tratado de que la enseñanza a las personas con diferentes necesidade­s se haga de forma terapéutic­a”. Elia Cortés Gavino, folclorist­a y fundadora de Taller Tamboricua

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