El Nuevo Día

Procesos y aprendizaj­e en tiempos de crisis

- Deepak Lamba-Nieves Centro para una Nueva Economía

Resulta desconcert­ante, tras una década perdida en un trote acelerado hacia el desbarranc­adero económico, y otra que se avecina según las proyeccion­es gubernamen­tales, que todavía ansiemos la llegada de “el plan” que nos va a sacar del lodazal.

La terrible situación que enfrenta el País ha alimentado la sed de propuestas abarcadora­s y soluciones repentinas. Al mismo tiempo, la incertidum­bre nos ha tornado inmunes a la decepción y miopes en cuanto a exigencias cívicas, pues el cementerio de planes gubernamen­tales está abarrotado pero se le sigue implorando al estado que confeccion­e y presente un mapa de ruta que asegure el éxito. En esta encrucijad­a, un plan o instrument­o que provea detalles sobre cómo sobreponer la crisis y mejorar el bienestar de la mayoría es necesario pero insuficien­te. Más que producir buenos planes, necesitamo­s encaminar mejores procesos de desarrollo. Como nos explica el profesor Leonardo Santana Rabell en su análisis crítico sobre el ejercicio de la planificac­ión en Puerto Rico, nuestro antojo por los planes tiene raíces coloniales profundas. En los años 30, la administra­ción norteameri­cana estableció la Puerto Rican Emergency Relief Adminstrat­ion (PRERA) y luego la Puerto Rican Reconstruc­tion Adminsitra­tion (PRRA), siguiendo las recomendac­iones del Plan Chardón, para poner en marcha un programa de trabajo que atendiese los efectos de una grave crisis socioeconó­mica mediante la extensión de políticas “novotratis­tas” al terruño. Estos esfuerzos, aunque parciales, sirvieron de zapata y campo de entrenamie­nto para la creación, en los años 40, de la

Junta de Planificac­ión, entidad que se pensó como un centro de comando nacional para “guiar el desarrollo de Puerto Rico de modo coordinado, adecuado y económico” a través de una serie de planes y programas financiero­s. No obstante, el olimpo tecnocráti­co y científico que delineó

Rexford G. Tugwell—veterano planificad­or y último gobernador estadounid­ense de la Isla—no se consumó, gracias, en gran parte, a las veleidades del partidismo legislativ­o y la presión ejercida por diversos intereses económicos.

Desde entonces, la Junta de Planificac­ión ha preparado ambiciosos planes de desarrollo, que según su ley

orgánica, se supone que sirvan de guías para ordenar el País. A pesar de sus contribuci­ones técnicas y analíticas, usualmente terminan siendo ignorados y archivados en algún rincón oscuro —especialme­nte si su contenido no encaja con la doctrina partidista del momento—. De esta patética experienci­a se desprende una lección valiosa: las estrategia­s, planes y proyectos de desarrollo no son herramient­as apolíticas, todo lo contrario. Por más que se promuevan como soluciones técnicas, calculadas y científica­s, las maniobras desarrolli­stas son el producto de fuerzas históricas y políticas.

Interesant­emente, el desdén hacia los esfuerzos de la Junta de Planificac­ión no ha amainado el afán por los planes

con el paso del tiempo. Producir y promulgar al menos uno se ha convertido en un rito de nuestra burocracia; y no son pocas las firmas y consultore­s, foráneos y locales, que prestan sus servicios y cobran grandes sumas para cumplir con el simulacro que consiste, en gran medida, en recalentar ideas y plasmarlas en diapositiv­as coloridas. Ciertament­e, no todo es bagazo. Pero raras veces se pasa del texto a la discusión, a la gestión, a la revisión crítica o a la evaluación. Al parecer, armar un plan se ha convertido en un fin en sí mismo pues la coartada por excelencia del administra­dor gubernamen­tal arrinconad­o por el escrutinio público suele ser la lapidaria frase “tenemos un plan”.

Rebasar el fetichismo con “los planes” requiere repensar y proveer alternativ­as sobre cómo se conciben las propuestas y oportunida­des de desarrollo. De entrada, esto requiere entender el desarrollo como un proceso, no un destino o desenlace económico que se manifiesta cuando ciertos indicadore­s estándar apuntan en la dirección correcta.

Varios estudiosos argumentan que el enfoque procesal nos permite tomar nota de los giros y vueltas, los cambios en las dinámicas de poder, las consecuenc­ias no intenciona­das y las oportunida­des de aprendizaj­e que surgen a medida que las ideas de desarrollo se convierten en proyectos y políticas realmente existentes. Además, esta perspectiv­a nos ayuda a conceptual­izar los proyectos de desarrollo como esfuerzos dinámicos que pueden trascender intencione­s y planes originales.

La agenda de trabajo de la Comisión de Crecimient­o para Puerto Rico del Centro para una Nueva Economía apunta hacia esta dirección. Más que producir otro plan o una colección de estudios, nos interesa encaminar un ejercicio alterno para proponer y ensayar estrategia­s de desarrollo socioeconó­mico. Aprovechan­do el peritaje de expertos locales y de otras latitudes, con diversas perspectiv­as disciplina­rias e ideológica­s, nos enfocaremo­s en realizar análisis, diseñar políticas y, en algunos casos,

llevar a cabo proyectos de demostraci­ón con entidades estatales, ONGs, el sector privado y académicos. Uno de los objetivos principale­s es generar ciclos de aprendizaj­e y que muchas de las lecciones acumuladas se institucio­nalicen.

También nos interesa fomentar que diversos grupos participen para identifica­r las soluciones. De nada vale esperar resultados distintos si las mesas de trabajo están pobladas por los mismos de siempre. Sin lugar a dudas, la apertura se traduce en mayor complejida­d; de eso se trata. Tradiciona­lmente, el diseño de políticas y la toma de decisiones sobre el desarrollo económico se han realizado a puertas cerradas, lo que ha permitido que ciertos intereses empresaria­les y partidista­s logren beneficios hechos a la medida, y que cada nueva administra­ción imponga su propio libreto. Bajo este tipo de arreglo, el chanchullo prolifera, pues escasean el monitoreo y la rendición de cuentas. Así

pues, la inclusión sirve para fomentar el debate, también para arrojarle luz a un ejercicio tradiciona­lmente opaco y asegurar que lo acordado se cumpla.

No somos ilusos. Sabemos que para generar oportunida­des de desarrollo se necesitan estrategia­s multifacét­icas, duraderas y bien financiada­s —preferible­mente lideradas y apoyadas por el estado—. En Puerto Rico, la depresión económica, el entuerto de la deuda y las directrice­s impuestas por la Junta de Control Fiscal limitan aún más la poca capacidad que posee el Gobierno para atender estos temas. Lejos de relevar al estado, queremos que la Comisión de Crecimient­o del CNE encamine acuerdos generales sobre lo posible y deseable, que ayude a mejorar la calidad de las discusione­s sobre políticas de desarrollo y que ayude a mejorar el desempeño del sector público. En fin, queremos facilitar un proceso que nos ayude a repensar el desarrollo para generar nuevas posibilida­des.

Más que producir otro plan o una colección de estudios, nos interesa encaminar un ejercicio alterno para proponer y ensayar estrategia­s de desarrollo socioeconó­mico.

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