Dracón manda
La asistente de vuelo anunció que comenzaba el descenso final al aeropuerto de Isla Verde. Me asomé por la ventanilla pero aún las nubes me ocultaban las primeras imágenes de la isla amada. Venía de un encuentro breve, pero intenso, con los boricuas del otro lado de la nación, provocado por el diálogo necesario que nos debe conducir al entendimiento de las causas para el estallido de esa vitrina en la que se nos exhibió al mundo por varias décadas.
Ir a la diáspora con los ojos, los brazos y el corazón abierto, dispuestos a escuchar, pensar y sentir, puede ser peligroso. No regresas siendo el mismo. Regresé tocado, bien tocado, por la calidad de esos boricuas con los que tertulié en Orlando, Nueva York, New Haven, Boston y Washington. Son puertorriqueños talentosos, comprometidos y deseosos de escuchar otras voces que no sean las de los políticos tradicionales, de aquí y de allá. Desean saber, con urgencia, cómo pueden contribuir a sacar a Puerto Rico del hoyo negro en el que se encuentra.
Justo en el momento en que el avión emergió de la última barrera de nubes, y la belleza del paisaje con su variedad de colores se develó ante mis ojos, recordé las dos preguntas más frecuentes de nuestros hermanos en la diáspora: ¿por qué no se audita la deuda? ¿Por qué no se acaba de resolver el problema del status? La contestación es una sola: por los intereses creados de los que viven de la indefinición y de los que no quieren que se sepa quiénes se hicieron millonarios embrollando al país. El gobernador Ricardo Rosselló no quiere que se audite la deuda, por sabrá Dios qué razones ocultas, y el liderato actual del Partido Popular Democrático (PPD) propone no proponer, esto es, seguir en el Estado Libre Asociado (ELA) que se vive, esta nada existencial que ya ha llegado a su límite.
En la búsqueda de más contestaciones acudí a la charla magistral del Premio Nobel de Economía 2001, Dr. Joseph Stiglitz, celebrada a casa llena en la Sala Sinfónica del Centro de Bellas Artes de San Juan. Salí deprimido y con sentido de impotencia. La verdad es clara: una economía deprimida al mayor extremo; la solución lógica: incentivar la economía y producir desarrollo económico. Pero los que toman las decisiones no estaban allí, están muy ocupados agravando el desastre.
Resultó obvio que la indefensión del estado colonial, las desastrosas decisiones administrativas de los dos partidos que se han turnado en el poder desde 1968, los cambios en las condiciones que antes eran beneficiosas en nuestra relación con los Estados Unidos y que ahora no lo son, y la incapacidad de la clase política en tomar las decisiones correctas por ventajería electorera, nos han llevado al precipicio.
El problema es que la medicina resulta peor que la enfermedad. La Junta de Control Fiscal, mano a mano con la actual administración, adopta unas medidas que ya han resultado ser un rotundo fracaso en otras jurisdicciones. “Son más draconianas que las tomadas con Grecia”, aseguró el respetado economista refiriéndose a Dracón, aquel legislador de Atenas del siglo 7 a.C. que legisló castigos extremos.
Si seguimos exprimiendo la ya exprimida economía, para pagarle a los bonistas, a ciegas, sin auditar la deuda, el resultado es que menos dinero circulará, más se deprimirá la economía, más gente se irá del país, más bajará el Ingreso Nacional Bruto, y en esa espiral negativa añadiremos otra década perdida a la que ya se perdió.
Como si eso fuera poco, el primer recorte presupuestario se hace a la única institución que podría representar una esperanza de futuro: la Universidad de Puerto Rico (UPR). Así se expresó el reconocido economista: “Los recortes presupuestarios a la UPR afectarán el crecimiento económico de la isla a largo plazo, además de limitar el acceso a la educación a los sectores más desventajados del país”.
Dracón manda medidas extremas para que el desastre económico que crearon los ricos, lo paguen los pobres. Eso es si se lo permitimos.