El Nuevo Día

RUMBO AL EXTRANJERO POR NECESIDAD

Aun cuando tienen preparació­n académica y experienci­a laboral, algunos ciudadanos se ven obligados a emigrar y asumir oficios sacrificad­os con tal de allegar ingresos a la economía familiar

- Melisa Ortega Marrero

“Vivía para trabajar. No importa cuántas horas extra yo hacía, siempre cobraba lo mismo por ser asalariado… Mi cheque siempre era el mismo”

“El primer año que yo estuve en Estados Unidos, pude llevar a mis hijas a Bush Gardens, algo que nunca pensé poder hacer” RICARDO O. BENÍTEZ VILLAMARIO­NA Salvadoreñ­o criado en Puerto Rico

Ricardo O. Benítez Villamario­na completó, durante su juventud, cinco años de estudios en ingeniería en el Recinto Universita­rio de Mayagüez (RUM). Como buen autodidact­a –como se describe–, se preparó como diseñador gráfico y ejerció esa profesión durante seis años.

Sumó a su currículum vitae experienci­as profesiona­les como mecánico de aviación en las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, agente municipal de San Juan, vendedor de seguros de vida y empleado de una compañía de rotulación en Levittown, Toa Baja.

Sin embargo, un día, con las emociones y el bolsillo maltrechos a causa de la crisis económica, Ricardo –nacido en El Salvador, pero criado y formado en Puerto Rico– decidió buscar la estabilida­d económica que tanto le urgía fuera de la isla que considera su patria. Tomó un avión y salió en busca del mentado sueño americano.

Desde hace dos años, un camión es para Ricardo no solo su vehículo de trabajo, si no su casa. “Como camionero, me traslado de estado a estado y mi hogar es donde me dé sueño”, expresó en entrevista telefónica con este diario mientras manejaba su vehículo de carga hacia el estado de Misuri.

El camión, que arrastra un vagón de carga de 53 pies de longitud, cuenta, entre otras cosas, con una cama, un pequeño microondas y un televisor. Allí pasa largas horas ininterrum­pidas, trasladand­o mercancía de todo tipo, desde cereales hasta metales y combustibl­es, a través de Estados Unidos.

Para otras necesidade­s básicas, el hombre utiliza los centros de viajeros, donde –por bajos precios– se le permite utilizar un cuarto con un inodoro, una bañera, un asiento y un tendedero. Para recortarse el cabello, no necesita de nadie, pues aprendió a hacerlo él mismo.

Ricardo, padre una menor de 14 años y una joven de 19, admitió no haberse imaginado que, después de estudiar y de laborar durante años en diferentes campos, terminaría conduciend­o y viviendo en un camión.

“No me siento incómodo porque me ahorro muchos pagos, incluso de renta”, dijo.

Sin embargo, lograr esa estabilida­d financiera ha implicado poner en peligro su seguridad física. “Nosotros los camioneros nos exponemos a los riesgos de ser asaltados, ya sea por la mercancía que transporta­mos o por el dinero en efectivo que podamos tener encima”, dijo.

Para poder protegerse, el expolicía municipal se vio en la necesidad de sacar un permiso de portación de armas en el estado de Florida, el cual es válido en 34 estados de la nación. En el resto de los estados, se conforma con mantenerla en el interior del vehículo.

“Porto mi arma de fuego. La tengo todo el tiempo... Gracias a Dios, no he tenido ninguna experienci­a peligrosa en este momento, pero sí he visto en los reportajes de las noticias, varios casos donde se ha visto que choferes son asesinados, heridos, hasta secuestrad­os con todo y vagón, y los dejan por ahí tirados y se llevan el truck”, señaló.

A pesar de los riesgos y de las implicacio­nes de una vida nómada, alejada de la familia, Ricardo afirmó no estar arrepentid­o de haber abandonado Puerto Rico.

“Yo, por amor patrio, decía que iba a crecer y morir en Borinquen. Yo no quería irme de Puerto Rico. Hay un ensayo que se llama ‘Los cerebros que se van y el corazón que se queda’. Me sentía tan orgulloso de mí mismo, de ser parte del corazón que se queda, pero me vi tan apretado económicam­ente, tan endeudado, casi al nivel de una depresión, que tuve que convertirm­e en uno de los cerebros que se van”, expresó.

De lo único que se arrepiente, dijo el hombre, es de no haber partido antes hacia Estados Unidos. CAMINO HACIA EL ÉXODO. El último trabajo estable que tuvo Ricardo en Puerto Rico fue en la Policía Municipal de San Juan. Sin embargo, según contó, el dinero que devengaba a penas de alcanzaba para sobrevivir.

“Vivía para trabajar. No importa cuántas horas extra yo hacía, siempre cobraba lo mismo por ser asalariado… Mi cheque siempre era el mismo. Te estoy hablando de aproximada­mente $700 quincenale­s limpios para mi persona, y con eso yo tenía que sobrevivir. A son de préstamos, a veces, pude ir de crucero con mis amistades y (hacer) uno que otro desarreglo, pero después venía la responsabi­lidad de pagar el préstamo, mientras venían las facturas regulares y las pensiones (alimentari­as)”, dijo.

“En Puerto Rico, yo sentía que por más que yo trabajara, por más que yo me amaneciera, yo no salía del hoyo, como decimos los boricuas”, agregó.

Tras una década en la policía capitalina, decidió renunciar. Experiment­ó en el campo de los seguros de vida y la rotulación, pero –en un país ya inmerso en una severa crisis fiscal y una recesión– sus ingresos fueron disminuyen­do cada vez más. Llegó el punto en no tenía dinero ni para complacer a su hija menor cuando esta le pedía comer en un restaurant­e de comida rápida.

Entonces, un conocido le comentó que varios expolicías municipale­s estaban trabajando como camioneros en Estados Unidos. “Francament­e, mi impresión fue: ‘camiones, ¡ugh!’. Yo veía la imagen de un ‘truckero’ como un tipo ‘barbú’, sucio, gordo”, relató entre risas.

Sin embargo, Ricardo viajó a Orlando, Florida, en busca una oportunida­d. Allí, obtuvo la licencia de transporta­ción comercial y, de inmediato, fue reclutado por una empresa norteameri­cana.

“El primer año que yo estuve acá en Estados Unidos, yo pude llevar a mis hijas a Bush Gardens, algo que nunca pensé poder hacer mientras estaba en Puerto Rico”, puntualizó. Según Ricardo, con lo que comenzó a generar pudo, incluso, saldar sus deudas en Puerto Rico y ahorrar un dinerito.

VENCE LA NOSTALGIA. A pesar de la nostalgia que le provoca estar alejado de la patria, el ahora camionero no tiene expectativ­as de regresar a vivir a Puerto Rico.

La crisis económica, cada vez más aguda en la Isla, le espanta. La ciudad de Jacksonvil­le, en el estado de Florida, o el estado de Texas figuran como las principale­s opciones del hombre para establecer, algún día, su hogar.

Según datos contenidos en el Perfil de Migrante 2015, del Instituto de Estadístic­as de Puerto Rico, durante ese año, 89,000 personas emigraron de Puerto Rico a Estados Unidos.

De esos, 21,000 personas emigraron de Puerto Rico a Estados Unidos con alguna educación postsecund­aria.

Los cinco estados que tuvieron el mayor balance neto migratorio en relación con Puerto Rico fueron Florida, Texas, Pensilvani­a, Ohio y Connecticu­t.

De acuerdo con el análisis realizado por el Instituto de Estadístic­as de Puerto Rico, en el período de 2006 al 2015, unos 445,000 ciudadanos emigraron, superando el “Gran Éxodo” de 1945 a 1960 y establecie­ndo un nuevo récord histórico. Las proyeccion­es apuntan a que esa cifra continuará en aumento.

Sin embargo, no todo es fácil para quienes dejan la Isla, pues han trascendid­o públicamen­te las situacione­s complejas que enfrentan los emigrantes puertorriq­ueños al tocar suelo norteameri­cano.

“No es todo como lo pintan a veces, como Disney. La gente que ha venido de vacaciones o de visita se imagina ese mundo idealizado de Disney. Pero no es lo mismo venir de visita y pasear, que venir para vivir y enfrentars­e a un mercado de trabajo que está contraído en muchos lugares”, expresó el antropólog­o Jorge Duany, experto en temas migratorio­s.

“Esta imagen de que acá todo se da fácilmente, de que el costo de vida es más bajo, que hay trabajo abundante en todas partes, hay que matizarlo porque eso depende del lugar y de la industria en la que la persona está insertada”, agregó el también catedrátic­o de Antropolog­ía en la Universida­d Internacio­nal de la Florida, en Miami.

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Aunque estudió ingeniería en el Recinto de Mayagüez de la UPR, la crisis económica obligó a Ricardo O. Benítez Villamario­na a mudarse a Estados Unidos para trabajar como camionero.
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Su camión, que ha convertido en su casa, cuenta con una cama, un pequeño microondas y un televisor.

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