A salvar la Universidad de la ingratitud
Coexiste el “Pueblo de Puerto Rico” entre dos afanes, aparentemente irreconciliables.
Uno representado por la juventud universitaria.
Los beneficiados de un compromiso constitucional con una educación de excelencia, accesible por los talentos cultivados y su potencial de mayor desarrollo, para beneficio de nuestro País.
Otra representado por la administración de turno.
Los que advinieron al poder, vía el ejercicio de la democracia participativa, con su agenda de trabajo, para el beneficio de la mayoría.
Por ley de vida, siempre surgen actitudes egoístas, que se enfocan en lograr sus objetivos a la “tragala”, convirtiendo su corazón de carne, en corazón de piedra.
Otros —los mercaderes del templo— que saben que “río revuelto es ganancia de pescadores”, propician la cizaña entre bandos contrarios para debilitar sus posiciones ante la opinión pública.
Unos sin limitaciones económicas para cumplir con sus metas, otros con la necesidad y esperanza de que sus ambiciones sean realizadas.
Unos se vanaglorian de deslices reprochables de los “adversarios”.
Otros se indignan ante la prepotencia mal entendida.
Las prioridades deben de ser establecidas para el buen manejo de la “cosa pública”, con transparencia de realidades y el amor por el “bien común”.
El diálogo es necesario para la convivencia.
La indignación silenciosa debe ser expresada. No hay mandato para oprimir. Nuestra universidad es imprescindible para nuestro progreso. ¡Salvémosla de ingratitudes! César H. Nazario Yordan
Ingeniero