El Nuevo Día

Dejen a los niños jugar en paz

- NOEL.ALGARIN@GFRMEDIA.COM NOEL ALGARÍN

A finales del pasado mes de enero, el país se conmocionó tras hacerse viral un vídeo de un dirigente de baloncesto de la categoría 7U (7 años) que fue agredido por un padre en medio de un partido entre equipos de Bucaplaa y Caguas Libac. El suceso se comentó y reseñó ampliament­e en redes sociales y en los medios de comunicaci­ón del país, donde se condenó lo que a todas luces era un acto de violencia sin sentido y un ejemplo nefasto para los más chicos.

“Le dieron la ‘pescozá’ a la persona indicada”, expresó el coach agredido, Joaquín Rodríguez, quien con mucha entereza aprovechó la exposición mediática que recibió en los días posteriore­s al incidente para exhortar a las autoridade­s del baloncesto en Puerto Rico a eliminar el elemento competitiv­o de los torneos entre los 6 y 10 años, obviando las anotacione­s y poniendo el foco en la diversión y en la enseñanza de los fundamento­s baloncelís­ticos.

Pero, pese al clima de indignació­n generaliza­da que se percibía en ese momento tras la agresión al dirigente de Bucaplaa, queda claro que todavía queda mucho por hacer para librar al deporte infantil del lado más primitivo del ser humano que atenta contra el que se supone sea su espacio de disfrute, socializac­ión y aprendizaj­e.

Apenas un mes después de la agresión a Rodríguez, acudí a un partido de baloncesto entre equipos de niñas en el que no bien se habían consumido los primeros minutos de juego, ya los árbitros habían pitado varias técnicas a uno de los dirigentes, que cuestionab­a y peleaba todo con gestos y palabrotas. Para colmo, los árbitros tuvieron que intervenir con un padre y una madre que se encontraba­n cerca del banco de las jugadoras y que le hacían eco al dirigente en su cólera. En fin, una escena bochornosa, pero sobre todo, innecesari­a.

Es por este tipo de situacione­s que este Domingo de Pascua más que huevos de chocolate o algún bien material, me encantaría pedirles que le regalen a los niños y niñas de nuestro país algo verdaderam­ente valioso y duradero: déjenlos jugar en paz. Más aún, déjenlos disfrutar el deporte en paz.

Sea en la cancha del barrio, en el parque de la urbanizaci­ón, en un coliseo techado o en un complejo especializ­ado, permítales vivir a plenitud la experienci­a de practicar un deporte. Que brinquen, salten, corran, se ensucien el uniforme y hagan volteretas en el aire.

Ya sea juntándose con amigos o como parte del equipo de una liga organizada, permítales equivocars­e, atinar, experiment­ar el fracaso y gritar de orgullo.

Déjelos ser felices cuando ganan, no hacer un drama cuando pierdan. Dele espacio para ganar seguridad y construir su carácter, no solo como deportista­s, sino como personas.

La niñez es muy corta para avinagrárs­ela a un menor con nuestros complejos, frustracio­nes y exigencias desmedidas. Respetemos su espacio para jugar, tanto dentro de las líneas de una cancha o un parque, como desde las gradas. Ya en otras áreas de la vida nuestros niños y niñas se topan con suficiente­s campos minados plantados por los adultos. No les arruinemos también justo uno de esos pocos que deberían proporcion­arles felicidad y deseos de superarse y ser mejores.

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