El Nuevo Día

Una isla que atrapa

A tres horas de Miami, sobre la costa oeste de Florida, es un micromundo para desconecta­rse.

- Por Lucila Martí Garro

Sus colores caribeños, la buena cocina y los atardecere­s sobre el mar, le dan a Captiva un aire especial.

La historia cuenta que José Gaspar, un famoso pirata de la costa del Golfo de México, dejaba a sus prisionera­s en una isla solitaria para luego pedir rescate. La llamaban La isla de las Captivas, y según dicen, también fue el lugar elegido por el filibuster­o para esconder sus tesoros.

200 años después, Captiva atrae por sus riquezas, pero no las enterradas. El encanto está en su minúsculo centro de colores caribeños, el paisaje agreste, el clima descontrac­turado, la amabilidad de su gente, la buena cocina y los atardecere­s sobre el mar.

Ubicada a casi tres horas de Miami, sobre la costa oeste de la Florida, Captiva está enlazada por un pequeño puente a su hermana mayor, la isla de Sanibel, y desde allí parte el viaducto de casi 5 kilómetros que las une al continente, a la ciudad de Fort Myers. El acceso vehicular se construyó en 1963 y, desde entonces, los nativos se propusiero­n que el desarrollo no cambiara el encanto del lugar. Por eso, más de las dos terceras partes conserva su estado natural, con vegetación agreste y manglares.

DE CAMINO

Además, ninguna construcci­ón puede superar la altura de la palmera más alta. La ruta que une ambas islas se llama Sanibel Captiva Road, o San-Cap, en la jerga local. Juntas suman 26 kilómetros de playa, 250 tipos de conchas, 230 tipos de pájaros, y ningún semáforo. El pequeño puente Blind Pass anuncia oficialmen­te la llegada a Captiva, donde nos reciben casas a ambos lados de la ruta. Son costosas pero no ostentosas. Algunas incluso hay que encontrarl­as detrás de una vegetación verde brillante. Descansan silenciosa­s mirando la playa o la bahía.

Mi GPS conduce directo al Captiva Island Inn, el hotel que reservé online mirando la columna derecha, la del precio. Allí me encontré con dos sorpresas: que la ubicación es inmejorabl­e, sobre Andy Rosse Lane, la callecita principal y más pintoresca de esta isla y que en vez de una habitación de hotel me entregan la llave de mi cabaña, una de las 18 que componen esta pintoresca villa colorida. Cada una tiene nombre propio (Jasmin, Daisy, Hibiscus) y ninguna es igual a otra, salvo por sus fachadas que combinan rosa, fucsia, celeste y lila. Parecen casitas de muñecas, con techos bajos e interiores coloridos. Yo, fascinada, me siento una niña. La isla tiene tres kilómetros cuadrados y 275 habitantes.

“Estas cabañas son una joyita, solo necesitan un poco de amor”, disparó Terry, gerente del lugar, que desde hace un mes está enfocada en mejorar las instalacio­nes. A pie, sin apuros, ya que el auto se estaciona hasta el día del

check out. Lo más fácil es moverse a pie, aunque se pueden alquilar bicicletas o carritos de golf para recorrer este pedazo de tierra de tres kilómetros cuadrados.

TRANQUILID­AD TOTAL

La vida aquí transcurre sin prisa. Con solo 275 habitantes, todos los locales se conocen. Se encuentran en el correo (nadie recibe correspond­encia en su casa) o en The Island Store, el mercadito para conseguir desde leche hasta licor, pan o pescado fresco. Terry nos enseñó dónde están las sillas de playa. Los huéspedes pueden escogerlas a su gusto y trasladarl­as los 300 metros que separan el hospedaje del mar.

La playa es la vedet, destino famoso y buscado por su costa alfombrada de conchas marinas. Allí vamos. Todos llegan caminando, con su silla y su sombrilla, incluso con inflables. Dado que casi no hay estacionam­ientos públicos (hay dos y muy pequeños, uno al ingresar en la isla y otro al final de Captiva Drive), la playa es prácticame­nte privada. Para aumentar la sensación de estar aislado, la señal de Internet es baja, y, a veces, nula. Además de la arena blanca y el agua verde -algunos días esmeralda otros, verde opaco-, uno de los mayores atractivos es la seguridad.

Al igual que nuestros compañeros de playa, dejamos la sombrilla con nuestras pertenenci­as cuando volvimos al centro a almorzar, o a la cabaña a descansar del calor unas horas. Como contrapunt­o a tanto relax está YOLO, la empresa de deportes acuáticos para inyectarle adrenalina a la estadía. Ofrece opciones como parasailin­g, paddleboar­d, motos de agua, banana boat, y lo más novedoso, flyboard, una patineta que lanza dos chorros de agua que elevan a la persona varios metros por encima del nivel del mar. Es casi en continuado: siempre hay una o dos velas en el cielo.

Con el correr del tiempo, los visitantes también empezamos a conocernos. Nos vemos en la playa, en los restaurant­es o el minimercad­o. Algunos son vecinos de cabaña. La parejita joven, la familia con trillizos, el señor que gentilment­e me ayudó a clavar la sombrilla en la arena. Nos cruzamos y nos sonreímos. El sol marca el ritmo del día. Por la mañana da luz verde a los deportes de agua y convoca a las familias. Por la tarde, reúne en la costa a la comunidad, que espera casi como una celebració­n que se oculte detrás del mar. Es el momento de las fotos familiares, de las parejitas enamoradas, y también de algunos vestidos largos. The Mucky Duck, un pub y restaurant­e con música en vivo casi sobre la playa, convoca a todo aquel que quiera mirar el horizonte rojizo con un trago en la mano. Captiva está considerad­o uno de los lugares con la puesta de sol más lindos de esta costa.

PARA COMER MEJOR

Cuando el sol se va, este escondite brilla por su renombrada cocina. Los coloridos restaurant­es suelen ofrecer una amplia oferta de mariscos, entre otros platos. No hay fast foods ni tiendas de cadena, a excepción de un Starbucks. Key Lime Bistro y RC Otters convocan por los guitarrist­as en vivo y el atrayente colorido de sus fachadas, con farolitos colgantes y mesas sobre la calle. Cantina Captiva se destaca por la comida mexicana y buenos tragos, aunque el principal atractivo está en las paredes empapelada­s con billetes de un dólar que dejan sus comensales como suvenir.

Por otro lado, The Bubble Room es una antigua casa de familia convertida en restaurant­e, ambientado como museo de juguetes antiguos. La empleada -vestida como chica scout- me explicó que puedo recorrer la casa entera, y mientras saboreo una enorme porción de bizcocho de chocolate, un trencito de juguete pasa a mi lado recorriend­o toda la sala. Las distancias son cortas y caminar bajo un telón de estrellas por las calles silenciosa­s puede ser romántico y hasta digestivo. Pero siempre está la opción de montarse en el S Car Go, un trencito gratuito que une en pocas paradas todos los puntos turísticos y cuya locomotora tiene forma de caracol.

SANIBEL, LA VECINA

Al salir de Captiva, todos los caminos conducen a Sanibel. Se puede llegar en bicicleta y aprovechar sus más de 20 kilómetros de bicisenda. Casi pegada a

El encanto está en su paisaje, el clima, la amabilidad de su gente, la buena cocina y los atardecere­s sobre el mar.

Captiva, de similares caracterís­ticas pero mayor en tamaño, ofrece además algunas atraccione­s relacionad­as con la naturaleza local, incluso para tener en cuenta en días de lluvia. El Bailey-Matthews Shell Museum tiene increíbles surtidos de conchas marinas, y el refugio de vida silvestre Ding Darling, la Fundación de Conservaci­ón y la Clínica de Rehabilita­ción de Vida Silvestre ofrecen una mirada más cercana de las criaturas que se esconden en la vegetación.

En el extremo sur está el faro color óxido que corona la playa pública. Tiene un centro colorido, con tiendas y restaurant­es, y un supermerca­do bien equipado, si bien su fama radica en la playa alfombrada de conchas marinas. A toda hora se ve a la gente agachándos­e en la arena buscando el suvenir para llevarse.

En 2012, durante la celebració­n de la feria de conchas, Sanibel sentó el récord mundial de Guinness en cantidad de gente buscando sus tesoros en la arena, lo que da una dimensión de la obsesión que tienen algunos por las conchas de este lugar. Bowman's Beach es considerad­a, por su ubicación, la que tiene mejores ejemplares. Para informació­n sobre este destino, consulta con tu agente de viajes.

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Los coloridos restaurant­es de la zona suelen ofrecer una amplia oferta de mariscos, entre otros platos.
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A la derecha e izquierda, Sanibel ofrece atraccione­s relacionad­as con la naturaleza local.
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Arriba, la isla de Captiva tiene tres kilómetros cuadrados y 275 habitantes.
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