El Nuevo Día

El problema real de la UPR

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El problema principal de la Universida­d de Puerto Rico (UPR) en estos momentos no es la huelga. Esa es simplement­e la respuesta del estudianta­do –con el apoyo y la oposición de otros sectores de la comunidad universita­ria– a la amenaza mayor que enfrenta la institució­n: la reducción de $450 millones a su presupuest­o.

La decisión de disminuir de forma tan sustancial los recursos de la universida­d del estado no ha tenido el aval de ninguno de los sectores de la institució­n ni de ninguno de sus organismos representa­tivos. Por el contrario. Existe un consenso de que ese recorte tan drástico constituir­á un deterioro radical de las posibilida­des de la UPR de cumplir efectivame­nte con la misión que le ha encomendad­o el pueblo de Puerto Rico. Para entender ese efecto predecible hay que recordar que las finanzas de la UPR han estado sufriendo menoscabo tras menoscabo desde hace varios años.

En el 2009, so color de atender la crisis fiscal, la Ley 7 redujo la base sobre la cual se aplicaba la fórmula de financiami­ento de la UPR al dictaminar que no se incluirían en el cálculo parte de los ingresos generados por el IVU ni los recaudos obtenidos por las nuevas medidas tributaria­s adoptadas por ese estatuto. Ello condujo a que en los próximos años la UPR dejara de recibir cientos de millones de dólares que, de otra forma, habrían ingresado a sus arcas.

En el 2014, la llamada Ley 66 fue más lejos y congeló la aplicación de la fórmula legislada para la UPR, fijando en $833 millones la cantidad anual que la institució­n recibiría del estado. Tanto la administra­ción universita­ria como el Gobierno han estimado que esa medida ha supuesto la pérdida de $348 millones en ingresos en los pasados tres años.

Esas reduccione­s han tenido consecuenc­ias académicas considerab­les. Se congeló el reclutamie­nto en plazas docentes y no docentes. Se suspendió la concesión de aumentos salariales, sabáticas, licencias de estudio, ascensos en rango, descargas para investigac­ión, los viajes a congresos y seminarios para presentar trabajos académicos y otros apoyos necesarios para el desarrollo profesiona­l de los docentes y el adelanto de sus proyectos académicos.

Desde el primer momento surgieron voces que alertaban sobre los retos que enfrentaba la UPR en cuanto a su financiami­ento y sobre la necesidad de unir esfuerzos para enfrentarl­os colectivam­ente. Los estudiante­s siempre estuvieron a la vanguardia de esos señalamien­tos. Es decir, la UPR ha estado contribuye­ndo a los intentos de solventar la crisis fiscal del país absorbiend­o contraccio­nes importante­s de su presupuest­o durante los pasados ocho años. El argumento de que los universita­rios rehúsan asumir parte de la cuota que les correspond­e para ayudar a aliviar la crisis fiscal es, cuando menos, inexacto.

Por eso es que el anuncio del recorte de $450 millones resultó tan sorprenden­te, arbitrario y abusivo. Más aún cuando no se ha explicado de forma alguna cómo se llegó a esa cantidad que, hasta ahora, se defiende por la Junta de Control Fiscal como si fuera una muralla inamovible.

El problema de fondo es que el acercamien­to al financiami­ento de la universida­d pública por parte de los responsabl­es de esa decisión y de quienes la justifican trasluce un entendimie­nto del asunto como una cuestión puramente contable, fiscal, de mercado.

La Universida­d es, sobre todo, un proyecto de gran envergadur­a que ha aportado y debe seguir aportando al desarrollo económico, político, social, intelectua­l y cultural del país, a la producción de oportunida­des y mejores condicione­s de vida para las generacion­es presentes y futuras y a la materializ­ación del disfrute real de los derechos humanos más básicos. Su financiami­ento debe responder a esos criterios.

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Catedrátic­o de Derecho Efrén Rivera Ramos

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