La tienda y la letrina
Con tanto ardor en el rostro ya sería tiempo de que pudiéramos llamar a las cosas por su nombre. No es que la carta del subsecretario de Justicia, Dana Boente diga nada que nosotros ya no supiéramos—qué va. La carta apostilla de manera diáfana que la subordinación política que padece Puerto Rico a Estados Unidos es un fin en sí mismo, y uno además que los puertorriqueños pueden y deben refrendar.
Ese regalito se lo empaquetaron con moña y todo a una administración ilusa que esperaba concitar, a base de una campaña de miedo, un resultado contundente por la estadidad, y que ahora dobló las rodillas con tal de que no les anularan la posibilidad de alguna fiesta. Lo que resulta trágico es que ni la saliva en los ojos los mueva a enfrentar a su verdadero enemigo.
Una vez más se consigna al papel que el Puerto Rico desigual y encadenado, mientras no haga otra cosa, está destinado a ser explotado de todas las formas. Lo inaceptable es la pusilanimidad con que el liderato político baja la vista y entorcha el rabo ante la afrenta que les sirve el ejecutivo estadounidense en plato de cartón.
Y en esto no hago distinciones entre los dos partidos mayoritarios porque ambos, por más que lo nieguen, son mansos y cobardes ante los amos del norte. Su temor es sólo uno: la destitución. Mientras tanto, venderían a su madre con tal de esgrimir el pasaporte y la supuesta ciudadanía como bandera. Pero, ¿para qué?
Puerto Rico es bueno para la marina mercante estadounidense, que nos tiene encadenados a sus caprichos, y que se puede dar el lujo de eregir nuevas grúas y construir nuevos barcos para su bien tenido monopolio de transporte. También es óptimo para múltiples tiendas multinacionales que se instalan en los enclaves urbanos como pescadores en la boca del río para recuperar los millones de las transferencias federales, dejando en las arcas locales alguna chavería.
Para eso es bueno vivir bajo la cláusula territorial, para tener un techo aunque se duerma en el suelo, como defienden Eduardo Bhatia y los Hernández Mayoral.
Puerto Rico también es bueno para enterrar el detrito que las industrias estadounidenses dejan a su paso. Para eso es bueno el acuífero del norte que recoge lo que las farmacéuticas desechan y que de sus vecinos sorben a diario.
También los es para las generatrices que encuentran en el vertedero de Peñuelas el lugar perfecto para esconder sus cenizas tóxicas, saturadas de metales pesados. O para para la Marina de guerra que mantiene en Vieques un gigantesco vertedero, cuyo material radioactivo envenena poco a poco todo lo que le rodea. Parece que el cáncer de los viequenses es poca consecuencia para los corazones patrióticos y ardorosos de Jenniffer González y Thomas Rivera Schatz, que sueñan con rezos y plegarias en inglés.
Si existiera la mínima valentía todos los anteriores deberían denunciar la indignidad que esta sujeción colonial comporta. En todas las plazas y en todos los frentes. Porque si nos van a aniquilar de todos modos, que al menos quede nuestra denuncia como evidencia.
Y si fuera la Junta de Control Fiscal la encargada de picar para la venta nuestro cuerpo sangrante, que le infligiéramos siquiera lo de un ojo por otro. Pero como la política también es teatro, se oculta lo obvio para no perder aquellas cuotas de poder momentáneo que la situación crea.
Entonces se engola la voz y se adorna la cara con una fingida sonrisa. Interesados pero falsos. Exóticos, como las heliconias.
“Una vez más se consigna al papel que el Puerto Rico desigual y encadenado, mientras no haga otra cosa, está destinado a ser explotado de todas las formas”.