El Nuevo Día

La tienda y la letrina

- Pedro Reina Pérez Historiado­r

Con tanto ardor en el rostro ya sería tiempo de que pudiéramos llamar a las cosas por su nombre. No es que la carta del subsecreta­rio de Justicia, Dana Boente diga nada que nosotros ya no supiéramos—qué va. La carta apostilla de manera diáfana que la subordinac­ión política que padece Puerto Rico a Estados Unidos es un fin en sí mismo, y uno además que los puertorriq­ueños pueden y deben refrendar.

Ese regalito se lo empaquetar­on con moña y todo a una administra­ción ilusa que esperaba concitar, a base de una campaña de miedo, un resultado contundent­e por la estadidad, y que ahora dobló las rodillas con tal de que no les anularan la posibilida­d de alguna fiesta. Lo que resulta trágico es que ni la saliva en los ojos los mueva a enfrentar a su verdadero enemigo.

Una vez más se consigna al papel que el Puerto Rico desigual y encadenado, mientras no haga otra cosa, está destinado a ser explotado de todas las formas. Lo inaceptabl­e es la pusilanimi­dad con que el liderato político baja la vista y entorcha el rabo ante la afrenta que les sirve el ejecutivo estadounid­ense en plato de cartón.

Y en esto no hago distincion­es entre los dos partidos mayoritari­os porque ambos, por más que lo nieguen, son mansos y cobardes ante los amos del norte. Su temor es sólo uno: la destitució­n. Mientras tanto, venderían a su madre con tal de esgrimir el pasaporte y la supuesta ciudadanía como bandera. Pero, ¿para qué?

Puerto Rico es bueno para la marina mercante estadounid­ense, que nos tiene encadenado­s a sus caprichos, y que se puede dar el lujo de eregir nuevas grúas y construir nuevos barcos para su bien tenido monopolio de transporte. También es óptimo para múltiples tiendas multinacio­nales que se instalan en los enclaves urbanos como pescadores en la boca del río para recuperar los millones de las transferen­cias federales, dejando en las arcas locales alguna chavería.

Para eso es bueno vivir bajo la cláusula territoria­l, para tener un techo aunque se duerma en el suelo, como defienden Eduardo Bhatia y los Hernández Mayoral.

Puerto Rico también es bueno para enterrar el detrito que las industrias estadounid­enses dejan a su paso. Para eso es bueno el acuífero del norte que recoge lo que las farmacéuti­cas desechan y que de sus vecinos sorben a diario.

También los es para las generatric­es que encuentran en el vertedero de Peñuelas el lugar perfecto para esconder sus cenizas tóxicas, saturadas de metales pesados. O para para la Marina de guerra que mantiene en Vieques un gigantesco vertedero, cuyo material radioactiv­o envenena poco a poco todo lo que le rodea. Parece que el cáncer de los viequenses es poca consecuenc­ia para los corazones patriótico­s y ardorosos de Jenniffer González y Thomas Rivera Schatz, que sueñan con rezos y plegarias en inglés.

Si existiera la mínima valentía todos los anteriores deberían denunciar la indignidad que esta sujeción colonial comporta. En todas las plazas y en todos los frentes. Porque si nos van a aniquilar de todos modos, que al menos quede nuestra denuncia como evidencia.

Y si fuera la Junta de Control Fiscal la encargada de picar para la venta nuestro cuerpo sangrante, que le infligiéra­mos siquiera lo de un ojo por otro. Pero como la política también es teatro, se oculta lo obvio para no perder aquellas cuotas de poder momentáneo que la situación crea.

Entonces se engola la voz y se adorna la cara con una fingida sonrisa. Interesado­s pero falsos. Exóticos, como las heliconias.

“Una vez más se consigna al papel que el Puerto Rico desigual y encadenado, mientras no haga otra cosa, está destinado a ser explotado de todas las formas”.

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