El Nuevo Día

El último de los carnavales dominicano­s

El último de los carnavales cimarrones dominicano­s lucha a fuetazos por sobrevivir

- Una crónica y fotografía­s de Dennis M. Rivera Pichardo Especial para El Nuevo Día

Cae el sol de primavera sobre Cabral, una de las comunidade­s más antiguas de la hoy provincia de Barahona, localizada al suroeste de República Dominicana. Todo el pueblo está en la calle, el día más esperado del año ha llegado. Es lunes, pero no uno cualquiera, es lunes de Pascua. Para la Iglesia Católica, la Semana Santa terminó el día anterior con el Domingo de Resurrecci­ón, pero para los moradores de Cabral la celebració­n ha durado un día más.

Dicta la tradición popular que, luego de la conmemorac­ión de la muerte de Jesucristo el Viernes Santo, los vecinos de Cabral toman la justicia en sus manos. El “Júas”, un muñeco de trapo y paja que representa al apóstol traidor Judas Iscariote, se coloca desde el Sábado Santo en lo más alto de la plaza pública del pequeño municipio donde permanece hasta el lunes luego del domingo de Pascua.

El rugido del fuete ha inundado las calles del pueblo por los pasados días; la semana del carnaval está a punto de culminar. El más tardío de los carnavales cimarrones dominicano­s saldrá con su última comparsa.

Vistiendo vistosos pero humildes trajes, caretas de papel y fuetes de cabuya, niños y adultos se reúnen en la plaza para ajusticiar al “Júas”. Lidera la procesión el Cachúa Mayor, Temístocle­s Féliz Suárez, un médico cabraleño que ha defendido a capa y fuete la tradición cimarrona de la cual su familia es parte hace más de 100 años.

Con el “Júas” al hombro, las Cachúas están listas para hacer su recorrido hasta el cementerio. “¡Júa, júa, júa, é!”, se oye gritar al Cachúa Mayor, a lo que le responden los demás: “Lo matarón por calié”.

Repicando sus fuetes, la colorida y alborotosa manada de Cachúas visitan los barrios más emblemátic­os de Cabral, donde los civiles, personas sin disfraz pero armadas con fuetes, se unen al peregrinaj­e que da cierre al carnaval.

Luego de una hora de procesión por diferentes sectores de la comunidad, la multitud llega al cementerio para con- memorar a los Cachúas que ya no están. Cada uno ocupa una tumba, mientras el Cachúa Mayor se pronuncia a los presentes desde la más alta. Féliz Suárez aprovecha el momento para hacer un breve recuento de la tradición y motivar a los más jóvenes para que continúen el legado histórico de esta manifestac­ión reconocida como Patrimonio Cultural de la República Dominicana.

Al terminar el discurso de cierre, un fuerte repique de fuetes marca la hora de la quema del “Júas”. El Cachúa Mayor desviste y rocía con gasolina al muñeco.

-¡Júa, júa, júa, é! -¡Lo mataron por calié! -¿Muchachos, qué quieren? -¡Fuete, fuete, fuete! -¿Y los civiles, dónde están? -¡Debajo de la cama se quedaron!

El Judas arde en fuego y lo lanzan desde lo alto de un panteón. Las Cachúas fuetean al maltrecho muñeco mientras lo arrastran entre las tumbas del cementerio. El fuego se consume y, con él, se extingue un año más de tradición.

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