El Nuevo Día

APP: un milagro repetido

- Juan Zaragoza Gómez Exsecretar­io del Departamen­to de Hacienda

Nuestra fascinació­n centenaria con las soluciones simples y sencillas a problemas complejos será objeto algún día de estudio y de análisis. El investigad­or se enfocará especialme­nte en el efecto que tienen en este pueblo las soluciones que vienen de afuera, ya sea del Norte o del cielo (aunque para algunos es lo mismo) y que como un milagro resuelven o prometen resolver todos nuestros problemas.

En las pasadas décadas, el milagro ha venido cada vez más del Norte, a tal grado que nos sorprende y ofende cuando el hacedor de milagros no nos concede el pedido de turno. Materia de estudio será no solo el efecto del milagro cuando ocurre (o creemos que ocurre), sino el efecto somnífero que ejerce la anticipaci­ón de su llegada.

Entre los milagros venideros más sonados recienteme­nte están las alianzas público privadas o APP, como también se les conoce. Este milagro ya había pasado por nuestras playas, pero hizo muy poco. A éstas se les atribuye el potencial de crear cientos de miles de empleos y reactivar la economía casi por arte de magia. Claro está, muchos de los que las alaban son precisamen­te los que cuentan con aprovechar­se de la bonanza que provocan.

Podemos reconocer el beneficio potencial de las APP a nuestra economía, pero no son una varita mágica, sino apenas una de varias herramient­as que, de forma coordinada, pueden atender los problemas de flujo de efectivo, infraestru­ctura, eficiencia y creación de empleos.

Una APP, según lo define el Banco Mundial, es un contrato a largo plazo entre una entidad privada y el gobierno para proveer un activo o un servicio en el cual la entidad privada asume riesgos y responsabi­lidades significat­ivas. Asimismo, su ganancia dependerá de la eficiencia con la que se haga el trabajo.

Las APP son muy útiles como fuente de capital cuando el Gobierno no tiene acceso a financiami­ento, como es nuestro caso. También son efectivas en la administra­ción de operacione­s cuando el Gobierno no posee la capacidad técnica y gerencial para operar.

Por esto, un contrato para la construcci­ón de escuelas no es una APP; tampoco la construcci­ón del puente Teodoro Moscoso sin riesgos de pérdida, y menos aún la venta de una operación del Gobierno, como fue la Telefónica. En cambio, una APP es la construcci­ón de infraestru­ctura como carreteras a cambio de una porción de los peajes futuros; o la administra­ción y mantenimie­nto de facilidade­s como puentes, carreteras y coliseos, a cambio de una porción de lo que estos generen. En servicios, un ejemplo de APP sería operar la lotería, a cambio de un por ciento de la jugada futura que se genere, sea mucha o sea poca. A veces también las APP sirven como fuente de efectivo, como fue el caso del aeropuerto donde se endulzó el contrato con un pago sustancial al firmar, adelantand­o así lo que generaría la operación en el futuro.

La situación que enfrenta el país nos obliga a poner sobre la mesa todas las herramient­as posibles de desarrollo. Es cuestión de ser flexibles pero realistas, y entender que no hay varita mágica que nos saque de este hoyo.

Las APP son el milagro de turno que hoy nos fascina. No me sorprender­ía que se encuentre la raíz de nuestra fascinació­n por los milagros en aquel asesor de Agüeybaná, que le aconsejaba ofrendar a Yocahú, dios de la yuca, para salvar la cosecha que se perdía. Tal vez todo empezó con la llegada del americano en 1898, o con el programa Manos a la Obra, las petroquími­cas y quizá las 936.

A fin de cuentas, milagro tras milagro, incluyendo algunos que nunca cuajaron y otros que se repiten. Oremos…

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