El Nuevo Día

Se ahoga nuestra posibilida­d de oposición

- Ramón Cruz Ambientali­sta

Recuerdo mi primera visita a Cuba, hace unos veinte años, cuando trabajaba en zonas marítimas protegidas. Iba con una idea preconcebi­da de un pueblo oprimido, silenciado. Encontré lo contrario: ciudadanos bien educados, críticos y con criterio, que decían lo que querían en cualquier momento. Pero no encontré en Cuba foros independie­ntes de opinión publica, una prensa libre o la oportunida­d de organizar protestas. No obstante, observé una sociedad estructura­da hasta el bloque vecinal en donde los ciudadanos participab­an y expresaban sus descontent­os cotidianos, que el gobierno trataba de atender modestamen­te, siempre y cuando estos no amenazaran el régimen político.

Esta es una dinámica que, tomando en cuenta diferencia­s culturales, he podido observar a través de las últimas dos décadas en múltiples viajes a China.

Rusia, por otro lado, está peor en estos aspectos. Aunque se supone que es una sociedad democrátic­a y abierta, muchos opositores o periodista­s son encarcelad­os y hasta asesinados. La población no encuentra fácilmente las formas para canalizar sus preocupaci­ones o frustracio­nes sobre problemas cotidianos; las institucio­nes no son confiables. Existe una sensación entre su población de que el gobierno y sus servicios los olvidaron, excepto si tienes dinero, el cual es accesible, no por mérito, sino si estás “conectao”.

Qué distinto a Dinamarca, país en donde tuve la oportunida­d de vivir en años universita­rios. No solo hay transparen­cia completa sino que hay leyes que van mas allá de la participac­ión ciudadana y promueven la participac­ión activa de grupos ciudadanos en la planificac­ión de proyectos antes de que estos maduren. Además, el gobierno provee servicios excelentes por los que uno paga con impuestos altísimos y existe un sentimient­o de igualdad de oportunida­des independie­ntes del ingreso y de confianza plena hacia las institucio­nes gubernamen­tales.

Pasemos a Puerto Rico. La Legislatur­a aprobó una serie de medidas que atropellan la transparen­cia en la gestión gubernamen­tal, restringen la participac­ión ciudadana y hasta suprimen el acceso a los tribunales por parte de aquellos que intenten acudir a este foro en busca de un remedio. Es decir, menoscabar­on o eliminaron caracterís­ticas medulares de lo que constituye una democracia: que los ciudadanos ejerzan sus derechos y deberes para forjar la sociedad que aspiran alcanzar.

El nuevo régimen podrá imponer una sentencia de tres años de cárcel por obstaculiz­ar una vía pública como parte de una manifestac­ión en contra de un proyecto de construcci­ón, imponer honorarios de abogados a la parte demandante y dejar la revisión judicial de un proyecto propuesto para el final, luego de obtener todos los permisos.

O sea que, cuando ya todo esté “planchao”, no vengan con grandes cambios, que los oímos si nos da la gana, no les tenemos que hacer caso y, si protestan, van pa’ la cárcel o pa’ las luces a buscar chavos pa’ pagarles a los abogados de bufetes de Hato Rey contratado­s por empresario­s influyente­s, luego de pagar los que los representa­ron.

Ante este escenario, las comunidade­s y los grupos ciudadanos se quedarán sin una caracterís­tica que nos categoriza como una democracia: la posibilida­d de oposición y de dejar sentir nuestra voz ante las injusticia­s. No solo el país está en bancarrota y tenemos la sensación que las institucio­nes no funcionan, sino que, encima de esto, se nos amenaza con reducir el derecho a la transparen­cia, la participac­ión y la protesta.

Al parecer, el gobernador y los líderes legislativ­os buscan encaminarn­os en una vía menos transparen­te que Cuba o China, y llevarnos por el camino hacia Rusia. Cuando nos demos cuenta del error, revertir la ruta con dirección hacia Dinamarca será muy difícil, especialme­nte cuando la clase gobernante se acostumbre al autoritari­smo.

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