El Nuevo Día

Trump aprende que el gobierno no es una empresa

A Donald Trump le ha costado aplicar su experienci­a empresaria­l a su gestión gubernamen­tal

- The Associated Press

QWASHINGTO­N.- Donald Trump llegó a la Casa Blanca diciendo que hacía falta un presidente que haya tenido éxito como líder empresaria­l y sin experienci­a en la política, alguien como él.

Mientras que Abraham Lincoln se apoyó en la ayuda de sus rivales, Trump se rodearía de ejecutivos de primer nivel. Se presentó como el líder agraciado, capaz de recomponer acuerdos comerciale­s malos, acercar a demócratas y republican­os, hacer maravillas con el código impositivo y devolverle­s la prosperida­d a ciudades industrial­es venidas a menos.

En sus primeros 100 días en la Casa Blanca, no obstante, a este empresario-presidente le ha costado aplicar su experienci­a como mago del mundo de los bienes raíces y de la industria del espectácul­o al abocarse a la hercúlea tarea de gobernar la nación más poderosa del mundo.

Expertos en administra­ción dicen que ha dado varios pasos en falso que van en contra de lo que se puede esperar de un ejecutivo de primer nivel, disciplina­do y eficiente. Sus fanfarrona­das dieron paso a políticas confusas que debilitaro­n su capacidad de negociació­n en temas delicados como reformas integrales a las leyes impositiva­s y al plan de salud.

Las iniciativa­s de Trump en torno a la inmigració­n fueron bloqueadas por los tribunales. Todavía no ha nombrado una cantidad de funcionari­os de rango. No ha podido hacer aprobar en el Congreso ninguna ley importante, resignándo­se en cambio a firmar decretos, algo más acorde con un gerente que da órdenes a un subordinad­o que con un presidente que intenta forjar alianzas.

El gobierno dice que los primeros 100 días no representa­n nada, pero los grandes ejecutivos trabajan bajo presión y deben responder por sus acciones a los inversioni­stas cada tres meses. John Challenger, CEO de la firma reclutador­a Challenger, Gray & Christman, dice que los directores ejecutivos deben presentar éxitos generalmen­te en sus primeros 90 días. Eso aplaca las críticas y genera autoridad.

“No han hecho nada grande”, dijo Challenger. “Les cuesta demostrar que han hecho algo importante”.

La Casa Blanca destaca que Trump firmó 32 órdenes ejecutivas, o decretos presidenci­ales, más que ningún otro presidente en sus primeros 100 días desde la Segunda Guerra Mundial. Pero esos decretos distan mucho de ser iniciativa­s osadas como las que prometió durante su campaña electoral. Algunas órgreso denes ejecutivas son apenas solicitude­s de estudios y hacen pensar que el equipo de Trump todavía está aprendiend­o cómo se maneja el gobierno y cómo lidiar con un Con- que no le da garantías a pesar de que tiene mayoría republican­a en ambas cámaras.

Trump sigue publicitan­do las virtudes de la clase empresaria­l. Casi todas las semanas recibe a altos ejecutivos en la Casa Blanca para pedirles su opinión sobre distintos temas y sacarse fotos con ellos. Pero pocos de sus invitados y de sus elegidos saben cómo funciona el gobierno.

Para secretario de Estado eligió a Rex Tillerson, ex director ejecutivo de Exxon Mobil. En la Secretaría de Comercio puso a Wilbur Ross, un inversioni­sta multimillo­nario. En el Tesoro, a Steven Mnuchin, ejecutivo de Wall Street y productor de películas. Su principal asesor económico, Gary Cohn, supo ser el número dos de Goldman Sachs.

Igual que Trump, ninguno de ellos tenía experienci­a política.

“Tenemos un ciego que les muestra el camino a otros ciegos”, declaró Henry Mintzberg, experto en administra­ción de la McGill University. “Se necesita gente que pueda pensar por sí misma, pero que también conozca a fondo las cosas con las que lidia. Acabemos con esta idea tonta de que se puede manejar el gobierno como una empresa”.

En una entrevista con la Associated Press la semana pasada, Trump pareció admitir que no se puede manejar la presidenci­a con una mentalidad empresaria­l.

“Todo lo que hace en el gobierno involucra el corazón, mientras que en el mundo de los negocios, la mayor parte de las cosas no involucran el corazón”, afirmó. “De hecho, en los negocios, mejor que no lo uses”.

Trump necesita el apoyo de un Congreso elegido independie­ntemente para sacar adelante leyes y de líderes extranjero­s para forjar alianzas globales, responsabi­lidades estas que son mucho más complejas que lidiar con socios comerciale­s que solo quieren hacer un buen negocio.

Trump ya tomó distancia de algunas de sus promesas más audaces. Ahora habla bellezas de la OTAN, después de decir que era un organismo obsoleto. Y ya no dice que China es un manipulado­r de divisas sino que trata de que ayude a disuadir a Corea del Norte de que siga con su programa nuclear.

Estos cambios, no obstante, revelan una cierta predisposi­ción a modificar posturas para ajustarse a las circunstan­cias, opinó Kathleen O’Connor, profesora de la facultad de negocios de la Cornell University especializ­ada en estrategia­s de negociació­n.

De todos modos, Trump ha tomado tantas posturas contradict­orias que hace que resulte difícil que se gane la confianza de los legislador­es. Promovió una reforma al plan de salud, tomó distancia del proyecto cuando no recibió apoyo en el Congreso y lo revivió esta semana.

“No parece tener muy en claro lo que quiere”, expresó O’Connor. “No es fácil llevar esa reputación a una mesa de negociacio­nes porque no sabes si te vas a encontrar con la misma persona dos días seguidos”.

“Se necesita gente que pueda pensar por sí misma, pero que también conozca a fondo las cosas con las que lidia. Acabemos con esta idea tonta de que se puede manejar el gobierno como una empresa” HENRY MINTZBERG experto en administra­ción de la McGill University

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