El Nuevo Día

El Proyecto 938 nos resta derechos

- Abdiel Echevarría Cabán Estudiante Graduado de la UPR

La distinción entre empleado público y privado estriba en las leyes que organizan las normas de la relación obrero-patronal. Todos somos empleados públicos en tanto la labor se ejerce en relación a terceros en la esfera pública. Distinguir entre empleados públicos y privados impone divisiones que impiden nuestra unión.

El estado funciona como participan­te del mercado al contratar a sus empleados. Se convierte en un patrono que vende su producto en ocasiones u ofrece un servicio de utilidad pública.

Además, al reducir al binario estado y mercado, obviamos que las distincion­es entre lo público y privado son complejas. Ciertament­e, el proceso de comprender­las produce distorsion­es. Ambos funcionan de manera interdepen­diente. Cabe destacar, que el ámbito de la definición de una corporació­n pública no se limita a aquellas que establece el Gobierno sino que incluye aquellas que abren la venta de sus acciones al público. Por ejemplo, una multinacio­nal es una corporació­n pública.

Claro está, distinta al Instituto de Cultura Puertorriq­ueña que opera como una agencia estatal. A su vez existen corporacio­nes privadas que reciben exoneracio­nes contributi­vas y/o incentivos del Fondo General. ¿Cómo podemos ser tan categórico­s cuando nos definimos como empleados?

No existe tal binario, más bien estamos ante clasificac­iones legales ajenas a la movilizaci­ón política de cómo queremos organizar el trabajo en nuestra sociedad. Definir el empleo público desde las leyes que organizan la relación obrero patronal abre una brecha. Las leyes como la Reforma laboral, la Ley del Empleador único y ahora el proyecto senatorial 938 son legislacio­nes que restan derechos a todos los empleados del país.

Solo a nosotros, los trabajador­es, correspond­e valorar el precio y las condicione­s de nuestra labor. Quizás valga destacar que existen empleados del estado y empleados de corporacio­nes, cooperativ­as, entre otras formas de organizaci­ón. Lo que no podemos negar es la “naturaleza” pública del trabajo.

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