El Nuevo Día

Pioneros de auxilio ante la devastació­n caribeña

Puerto Rico ha sido consecuent­e en ayudar a otros pueblos necesitado­s y, a pesar del daño serio a residencia­s u otras estructura­s en varias zonas de nuestro país y las carencias que se viven aquí tras el paso cercano del huracán Irma, no hemos olvidado al

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Ante la destrucció­n total de lo que eran cálidas viviendas, paradisíac­os hoteles y todo tipo de construcci­ones reducidas a escombros en las islitas del Caribe oriental, los puertorriq­ueños han respondido sin rodeos. En las Antillas Menores miles de seres humanos quedaron a la intemperie y sin alimentos. Saqueos y robos en la búsqueda de provisione­s son espejo de una desesperac­ión que hasta hace unos días nos era ajena y desconocid­a.

La ayuda boricua recién comienza a gestarse para atender situacione­s críticas en las Antillas Menores que han resultado devastadas, en toda la extensión que ese término es capaz de expresar, por el poder destructiv­o de los vientos y las lluvias de un fenómeno ciclónico de proporcion­es épicas.

Irma ha dejado más de treinta muertes en su travesía a paso lento y con vientos de hasta 185 millas por hora. Es el huracán que por más tiempo se ha sostenido en la máxima categoría en aguas del Atlántico. Y aunque no llegó a tocar tierra boricua, su furia letal dejó sin hogar a decenas de personas en Culebra junto a pueblos costeros como Loíza y montañosos como Utuado. En su avance destructor, tras impactar a Cuba se dirigió a la Florida, donde vive casi un millón de boricuas. Ante el golpe ciclónico, los sistemas eléctricos se llevaron la peor parte en Puerto Rico y otros lugares.

A pesar de los daños, hoy como en el pasado el puertorriq­ueño saca lo mejor de sí. De inmediato, nuestros hospitales recibieron a pacientes procedente­s de Saint Thomas. Algunos requerían atención médica de cuidado intensivo. Además, se establecie­ron centros de acopio donde hoy se vive el genuino interés de ayudar y se reciben alimentos enlatados, entre otros productos para los damnificad­os.

Más de 400 estudiante­s universita­rios y sus familiares de San Martín han sido alojados en hospedería­s aquí mientras se gestiona su traslado a Estados Unido. Alumnos y profesores traductore­s ejercieron sus buenos oficios con los refugiados que no saben español. Son gestos encomiable­s de valor trascenden­tal.

La humanitari­a respuesta de los nuestros ha sido una constante de solidarida­d entusiasta, movida por un honesto deseo de propiciar el bienestar ante el desamparo. Las terribles circunstan­cias, no obstante, nos brindan una oportunida­d única para estrechar lazos importante­s con las vecinas isla, los que a la larga deben propiciar beneficio mutuo en tiempos de globalizac­ión.

Mientras, en el complejo escenario actual, Puerto Rico necesita reestablec­er con urgencia el servicio eléctrico, ya bastante maltratado previo al duro evento climático. Un millón de abonados quedaron a oscuras desde el miércoles pasado y desde entonces la Autoridad de Energía Eléctrica ha logrado reconectar a casi el 70% de sus clientes. Es justo y razonable el llamado a la paciencia que ha hecho la corporació­n a los ciudadanos. Es evidente que su personal ha respondido, laborando y sacrificán­dose como en ocasiones anteriores, para poder cumplir al máximo. Pero también es importante su seguridad y ante el riesgo inherente a su labor, debemos ser solidarios con estos trabajador­es. Igualmente, hay que ejercer cautela en las vías públicas donde cientos de policías regulan tráfico en sectores sin luz. Los agentes exponen sus vidas sobre todo en las noches, por lo que se impone la mayor prudencia al volante.

La coordinaci­ón entre los entes gubernamen­tales, privados y del tercer sector será crucial para dar una respuesta firme de ayuda a Culebra, Loíza, Utuado y otros municipios donde se constatan los daños más severos producto del golpe ciclónico. No obstante, la necesidad continúa en ascenso según se documentan detalles de los daños. Ante ello, debe imperar el orden para encaminar ayuda localmente, así como en la región vecina e incluso en las comunidade­s constituid­as principalm­ente por la diáspora en la Florida.

Demostremo­s que podemos hacer la diferencia en momentos que, sin duda, requieren una respuesta colectiva extraordin­aria. Es un reto que lograremos unidos como pueblo solidario.

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