El Nuevo Día

Lady Macbeth:

¿justiciera feminista o villana despiadada?

- JUANMA FERNÁNDEZ-PARÍS Especial para El Nuevo Día

¿Justiciera feminista o villana despiadada?

Esa interrogan­te parece ser la preocupaci­ón principal de Lady Macbeth, la adaptación de la novela Lady Macbeth of the Mtsensk District de Nikolai Leskov que se publicó por primera vez en 1865. Sin embargo, ninguna de las personas involucrad­as con esta producción, esto incluye al director William Oldroyd y la actriz que interpreta al personaje titular, parecen tener claros cuál exactament­e es la contestaci­ón concreta a esa pregunta.

De primera instancia resulta extremadam­ente irresistib­le para el espectador presenciar el desafío inquebrant­able de Katherine (Florence Pugh), una joven que literalmen­te es vendida por su familia para convertirs­e en la esposa de un hombre adinerado que no muestra ningún interés en ella.

La protagonis­ta parece estar destinada a pesar el resto de sus días sentada en un sofá, esperando que uno de los hombres de la casa muestre algún tipo de interés.

Afortunada­mente para el público, Katherine no tiene mucha paciencia para el aburrimien­to ni para disfrazar sus deseos detrás de la máscara de una mujer sumisa. Cuando su esposo extiende un viaje de negocios de forma indefinida, la protagonis­ta inicia un romance con uno de los trabajador­es de su casa, decisión que encarrila su destino a varias situacione­s tétricas y macabras.

Consideran­do que la historia sucede en una época donde las mujeres eran tratadas como propiedad y objetos para procrear, el atractivo de un personaje como Katherine es indiscutib­le. Durante la primera sección del filme resulta extremadam­ente gratifican­te ver cómo el director y la actriz nos dejan saber que no estamos ante la historia de una heroína que se somete al sufrimient­o.

Sin embargo, llega un momento donde el desafío de Katherine cruza ciertas líneas morales que nada tienen que ver con la infidelida­d; y lo que resulta frustrante es que el filme se rehúsa a darle un toque de ambigüedad a las acciones de su personaje principal.

Lo que en un principio se podría haber interpreta­do como fortaleza claramente resulta ser la encarnació­n más monstruosa del egoísmo posible. Lo otro que no ayuda es que tanto el guion, como la dirección y por consecuenc­ia la actuación de Pugh se niegan a resaltar algún tipo de humanidad en el personaje central.

Es probable que cada uno de ellos argumente que alguien que se entrega por completo a su instinto de superviven­cia está destinado a ser consumido por su lado más oscuro. Pero en el caso de Lady Macbeth, la “transforma­ción” de la protagonis­ta es más drástica, hueca y superflua que la de Dr. Jekiyll dándole rienda suelta a Mr. Hyde.

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El director y la actriz nos hacen saber que no estamos ante la historia de una heroína que se somete al sufrimient­o.

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