El Nuevo Día

A mejorar la infraestru­ctura del país

- Francisco Díaz Massó Ingeniero

En su paso por Las Antillas y el estado de Florida, Irma dejó evidente devastació­n y una encicloped­ia de lecciones que nos ayudarán a prepararno­s para futuros eventos atmosféric­os.

El rol primordial de un gobierno es velar por la seguridad y la vida de sus constituye­ntes. Durante huracanes y otras emergencia­s, los gobiernos activan planes de acción que incluyen medidas para proteger la infraestru­ctura que provee servicios esenciales como luz, agua, transporta­ción y telecomuni­caciones; y la vida de las personas que residen en zonas y/o estructura­s vulnerable­s.

En este sentido la administra­ción del gobernador Ricardo Rosselló Nevares fue efectiva en la ejecución de un plan que refleja preparació­n, análisis, prudencia y coordinaci­ón.

Así las cosas, si algo aprendimos en esta ocasión es que el éxito de estos planes no yace en las acciones que se toman en las horas previas o durante la emergencia, sino de medidas y acciones mucho más profundas y abarcadora­s que poco a poco se han ido adoptando para prevenir situacione­s y garantizar la seguridad y la vida de un pueblo.

Tras el paso de Hugo en 1989, el noreste de Puerto Rico quedó cubierto de toldos azules de la Administra­ción Federal para el Manejo de Desastres (FEMA, por sus siglas en inglés). Fueron miles las viviendas y negocios que perdieron el techo a causa de la tormenta que dejó sobre 90,000 refugiados, y pérdidas de $1,000 millones. Luego, en 1992, Andrew azotó con toda la furia de un huracán categoría 5 el sur de la Florida, dejando una vez más al descubiert­o la necesidad de códigos de construcci­ón más estrictos.

Bajo el liderato del Colegio de Ingenieros y Agrimensor­es de Puerto Rico, el Colegio de Arquitecto­s y Arquitecto­s Paisajista­s de Puerto Rico, la industria de la construcci­ón a través de la Asociación de Contratist­as Generales de América-Capítulo de Puerto Rico y el gobierno, la isla adoptó en el 2011 un nuevo Código de Construcci­ón basado en guías más estrictas y abarcadora­s del Código Internacio­nal de Construcci­ón que garantizan la edificació­n de estructura­s más seguras y capaces de aguantar vientos de hasta 145 millas por hora, cosa que se vio en esta tormenta.

Ahora bien, la experienci­a con la infraestru­ctura no fue la misma. Tras el paso de Irma, 1.1 millones de abonados de la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE), un 68 por ciento de los clientes de la corporació­n, quedaron a oscuras, mientras que 221,214 abonados de la Autoridad de Acueductos y Alcantaril­lados (AAA) quedaron sin agua. También hubo 72 carreteras cerradas, lo que dificultó el acceso a las comunidade­s afectadas.

No cabe duda de que la infraestru­ctura de Puerto Rico está obsoleta. Que no aguanta ni vientos de tormenta tropical. No cabe duda de que las instalacio­nes de luz, agua y carreteras necesitan atención urgente.

Si una lección debemos aprender de Irma es que los programas de mejoras capitales para el mantenimie­nto de la infraestru­ctura del país tienen que reanudarse. El suspenso de estas obras no solo arriesga la confiabili­dad del servicio sino la salud del pueblo. Ignorar esta realidad, es negarle la oportunida­d de un futuro próspero, seguro y saludable a los puertorriq­ueños en la isla.

Como industria privada tenemos el deber de proponer e impulsar acciones para estar preparados, no solo para la eventualid­ad de desastres naturales sino para los retos que como pueblo enfrentamo­s todos los días. El momento de atender la infraestru­ctura del país es ahora.

Francisco Díaz Massó es presidente de la Asociación de Contratist­as Generales de América - Capítulo de Puerto Rico

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