¿Qué es un huracán?

Fue poco antes de que le tomaran esa famosa foto con la lengua por fuera. Un periodista le preguntó a Albert Einstein si podía explicarle, de la forma más sencilla posible, la teoría de la relatividad. Einstein le dijo que sí, pero le puso una condición al periodista: “Primero —explíqueme usted— cómo se fríe un huevo, pero hágalo imaginando que yo no sé lo que es un huevo, ni una sartén, ni el aceite, ni el fuego”. De vez en cuando conviene hacerse preguntas así, y la obligada en estos días de septiembre sería: ¿qué es un huracán?

Un huracán es: una jaula de viento, la temporada perfecta del terrorismo evangélico, la prueba moralista de un ateo, un juego de mesa en la que alguien pierde todo el dinero, la excusa para privatizar la Autoridad de Energía Eléctrica, el regaño de un ambientalista, lo sublime según Kant, mi abuela intentando recordar mi nombre, el traje de novia de las meteorólogas.

Un huracán es: una selva de agua, la gramática de la bondad, un buzón de quejas, egos derritiéndose fuera de la nevera, el ronquido eléctrico de la vanidad, el reloj que Dios perdió en el mar, la furia de un niño de treinta años por su celular descargado, una fábrica de hambre, el paraíso de los imbéciles que se creen bendecidos, los millones que se llevó Lisa Donahue, flamencos mirándose en el espejo de un baño, un poema de Derek Walcott.

Un huracán es: el dolor viajando a treinta minutos por segundo —como decía César Vallejo—, la memoria del viento, la forma de adelgazar de los árboles, la pesadilla de los mapas, el menú convertido en una esquela, la huelga general de los semáforos, un pájaro perdiendo un nido, la solidaridad en bolsas plásticas, voyerismo tercermundista, la lengua que Einstein le sacó a los periodistas.