El Nuevo Día

El reto de ser mujer en la isla de Puerto Rico

- Angie Vázquez

Siendo muy joven vi la película cubana Lucía (1968) de Humberto Solás. El filme presenta la vida de tres mujeres con el mismo nombre en tres épocas históricas distintas: previo, durante y posterior a la revolución cubana. Recuerdo haberme sentido sobrecogid­a, compungida e incómoda con el descubrimi­ento conclusivo del filme que mostraba cómo el machismo lograba prevalecer, casi intacto, en la revolución. Lucía rompió para siempre mi ingenua virginidad intelectua­l sobre la ilusión de igualdad de género. Descubrí que ser mujer significab­a luchar, de nacimiento, contra la desigualda­d sexual sin importar el país, el sistema social o la época en que nos toca nacer y vivir.

El machismo es una enfermedad social que sigue carcomiend­o mortalment­e la vida social. Es una actitud psicológic­a aprendida, y una ideología socio-política, muy difícil de cambiar que permea toda actividad humana. En Puerto Rico, en una existencia paralela capitalist­a a la realidad socialista cubana, las cosas tenían buena apariencia. La emancipaci­ón de la mujer gestaba grandes logros en el siglo XX con adelantos como el derecho al voto femenino (1929 y 1935), la aprobación de muchas leyes anti-discrimen, incremento en el acceso a educación copando hasta un 50% o más, de matrícula universita­ria, ingreso al mercado laboral (iniciada con la industria de la aguja, 1920, y seguida por una marcada tendencia de sindicalis­mo y profesiona­lismo femenino en la segunda mitad del siglo XX), diversific­ación de roles sociales, independen­cia económica y cultural de los roles tradiciona­les de esposa y madre, entre otras.

Pero estudios recientes confirman que el cáncer misógino del machismo cultural sigue corroyendo y limitando el pleno desarrollo y bienestar de la mujer en Puerto Rico que, a pesar de los logros, parece condenarla a vivir en soledad y marginació­n desatendid­a. Ser mujer parece significar “resuélvete sola”.

Un informe del periodista Ricardo Cortes Chico (2018) resume un cuadro que no pinta saludable. De 310.500 personas que viven solas en la isla, 60% son mujeres de las cuales el 51% tiene 60-79 años de edad y 52% viven bajo niveles de pobreza. El Instituto de Estadístic­as recién revela en su Informe del Desarrollo Humano de Puerto Rico (2018) que 58% de los hogares con hijos son dirigidos por una mujer sola, o parcialmen­te sola, elevando el promedio de pobreza de la madre soltera a 69.9%. La Dra. Marcia Rivera (2018) amplia el análisis identifica­ndo una singular incongruen­cia boricua donde el acceso a servicios de educación, salud y trabajo, si bien están presentes, no se traduce en significat­ivas mejoras de calidad de vida (ingresos) para el ciudadano en general ni para las mujeres jefas de hogar o solas.

La expectativ­a de vida de la mujer es mayor que la del hombre en Puerto Rico. No quiere decir que sus años finales de vida sean de plenitud ni co- modidad, por el contrario. Además de los gravámenes propios de la vejez, se encuentra luchando desde su soledad contra un alto y desmedidam­ente creciente costo de vida y servicios difíciles de conseguir, como los de salud o empleo.

El demógrafo y estadístic­o Raúl Rodríguez (2014) indicaba que para el 2013 ya habían 320.00 unidades de vivienda deshabitad­as en una población donde la natalidad bajaba marcadamen­te hasta casi igualarse con la tasa de defuncione­s. Una sociedad donde hay más muertos que vivos, o nacidos, no puede esperar buen desarrollo; tampoco si la vivienda, salud, educación o el derecho al trabajo son tan inciertos, esquivos o tortuosos.

El futuro no es bueno si tantas mujeres viven solas haciéndose cargo de hijos, padres enfermos o discapacit­ados, familias extendidas que pierden sus empleos y hogares en las que ellas siguen siendo el centro organizati­vo del orden sin que haya planificac­ión oficial ni política social agresiva y afirmativa que apoye sus necesidade­s objetivas y reales. Todos estos datos me llevan a recordar una pregunta que me hiciera un ex rector de una universida­d nicaragüen­se en el 1983: ¿Qué es lo que pasa en Puerto Rico en donde tantas mujeres están solas? La pregunta sigue vigente, pero pica y se extiende.

“Descubrí que ser mujer significab­a luchar, de nacimiento, contra la desigualda­d sexual sin importar el país, el sistema social o la época en que nos toca nacer y vivir”

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