El Nuevo Día

El diferendo catalán está vivo

- Efrén Rivera Ramos Catedrátic­o de Derecho

Compromiso­s académicos diversos me han llevado a Catalunya regularmen­te durante casi 25 años. He apreciado de cerca el proceso que ha conducido al crecimient­o del movimiento independen­tista en esa comunidad del estado español y algunos de los conflictos que plantea. Hace dos décadas el apoyo a la independen­cia rondaba el diez o quince por ciento en las encuestas. En la elección más reciente la cifra se aproximó al cincuenta por ciento. El actual gobierno catalán está constituid­o por una coalición de partidos independen­tistas.

Varios factores explican ese aumento. Uno parece haber sido la respuesta del gobierno español a las aspiracion­es de mayor autonomía de los catalanes. La decisión del Tribunal Constituci­onal de España declarando inconstitu­cional disposicio­nes importante­s del Estatuto de Autonomía de Catalunya lanzó a decenas de miles de catalanes a protestar en las calles. Presencié una de esas demostraci­ones masivas en el mes de julio de 2010.

La negativa del estado español a autorizar la celebració­n de un referéndum sobre la cuestión agudizó el resentimie­nto. La movilizaci­ón de fuerzas policíacas del estado para impedir el referéndum sobre la independen­cia organizado por el gobierno catalán generó otra ola de indignació­n. Luego vino el encarcelam­iento de líderes gubernamen­tales catalanes. Y, por colofón, la aplicación del Artículo 155 de la Constituci­ón española que permite al estado central hacerse cargo de los gobiernos autónomos en determinad­as circunstan­cias.

“Nunca he sido independen­tista”, me comentó una amiga de muchos años, “pero eso de los policías agrediendo gente en los centros de votación y luego la prisión de los funcionari­os catalanes fue ir demasiado lejos”

Tengo colegas, amigos y conocidos de todas las tendencias. Hay quienes favorecen la independen­cia y quienes se oponen fervorosam­ente a ella. Están los que, sin ser independen­tistas, apoyan el que se deje a los catalanes decidir su futuro, mientras otros creen que la cuestión deben resolverla todos los españoles. Están también los que no saben qué favorecerí­an al final, pero objetan las actuacione­s del gobierno de Madrid y los que, teniendo simpatías con el independen­tismo, critican las actuacione­s de sus líderes. En fin, como en otras partes del mundo, hay de todo.

En la visita este verano me llamó la atención varias cosas. Si bien en el 2010 había una gran efervescen­cia y entusiasmo y el tema en todas las conversaci­ones era el de la independen­cia, en esta ocasión noté una renuencia a hablar del asunto. Un buen amigo me comentó que evitaba el tema cuando se reunía con amigos y conocidos. Participé en una cena familiar en la que no se dijo ni una palabra sobre la cuestión. La intensidad y dureza del proceso parecen haber generado un cierto cansancio. Efecto, el del cansancio, que, a su vez, asoma la cabeza como cuestión a analizar en la discusión política del momento.

Se observan, también, grietas en el independen­tismo. Siempre las ha habido, me comentó un alto funcionari­o catalán, pero ahora han explotado públicamen­te. “Hemos recibido golpes duros”, me dijo un parlamenta­rio, “y esas experienci­as generan tensiones”. Tanto que recién condujeron a la cancelació­n de una importante sesión del Parlamento catalán. Algunas de las diferencia­s se deben a la llegada al gobierno español del Partido Socialista, tras la destitució­n del Presidente Mariano Rajoy. El nuevo presidente ha planteado un cambio de rumbo en la política hacia Catalunya, pero muchos todavía no se fían. Hay, además, fricciones generadas por la combinació­n del reclamo independen­tista con el rechazo a la monarquía y la defensa del ideal republican­o.

Deben mencionars­e las diferencia­s geográfica­s. Barcelona alberga un mosaico de posiciones. Pero en la Catalunya profunda el catalanism­o está a flor de piel. La bandera de la independen­cia ondea en muchos edificios públicos y privados junto a los lazos amarillos que simbolizan el reclamo de libertad para los independen­tistas presos.

El desenlace está por verse. Me da la impresión, sin embargo, que las consecuenc­ias del hecho diferencia­l catalán en España no se disiparán fácilmente.

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