El Nuevo Día

De donas y café

- Irene Garzón Periodista

Corría el año 1969 cuando conocí a Miguel A. Hernández Agosto en la cafetería “El Capitolio”, que ubicaba en la calle San Agustín, en Puerta de Tierra, donde una “mixta” valía un peso. En esos momentos él era asesor del entonces presidente del Senado, Rafael Hernández Colón, y yo, en junio de ese año, había empezado a cubrir la Legislatur­a como reportera de United Press Internatio­nal.

Desde entonces, la empatía que surgió enseguida entre ambos nos acompañó a lo largo de su vida, predominan­do siempre el respeto mutuo.

Hombre de origen humilde, orgulloso de sus raíces, trabajador, disciplina­do, estudioso, diplomátic­o y conciliado­r, con olfato político y autonomist­a hasta el tuétano, pudo gobernar a Puerto Rico, pero colocó la unidad de su Partido Popular Democrátic­o por encima de una candidatur­a personal.

Hernández Agosto, quien falleció el viernes de la semana pasada, fue además un gran orador y servidor público por más de medio siglo.

El 5 de abril próximo habría cumplido 89 años.

Fueron muchas las batallas internas del PPD y externas en el ámbito político que dio durante su larga vida. Entre las primeras destacan sus discrepanc­ias con el proceder del entonces portavoz popular Hipólito Marcano, que lo llevaron a renunciar al escaño senatorial que había ocupado un año antes, en 1970, y que puso en jaque al entonces presidente del Senado, Hernández Colón.

Hernández Agosto ganó esa batalla al lograr que se establecie­ra la regla de las 24 horas, que obliga a que se distribuya un día antes el calendario de medidas a discutirse en la próxima sesión senatorial.

En otra de sus luchas tempranas, aspiró por primera vez en 1973 a la presidenci­a del Senado frente a Juan Cancel Ríos, quien prevaleció. Hernández Agosto logró la vicepresid­encia y el cuatrienio siguiente, estando ya en minoría, se convirtió en portavoz de su delegación.

En 1981 alcanzó la presidenci­a del Senado que ocupó por 12 años, hasta diciembre de 1992.

Pequeño de estatura pero dotado de una personalid­ad carismátic­a, llevó las riendas del Senado sin estridenci­as ni malletazos, como lo demostró en 1981, poco después de asumir la presidenci­a, cuando una operación de co- razón abierto le obligó a ausentarse durante un tiempo.

Como presidente interino quedó el vicepresid­ente, Sergio Peña Clos, que entonces era popular, para enfrentar la rebelión de cuatro senadores, los penepés Nicolás Nogueras y Efraín Santiago, y los populares Mariano Ríos y Juan Rivera Ortiz, que crearon un “grupo pro buen gobierno”. Hernández Agosto se vio obligado a abandonar su convalecen­cia para, con su sola presencia, poner la casa en orden.

Durante la segunda etapa de vistas senatorial­es del caso del Cerro Maravilla, en 1990, quedó atrapado en el ascensor del Senado cuando se disponía a acudir a la audiencia que se celebraba en el Centro de Recepcione­s del Gobierno bajo la presidenci­a de Marco A. Rigau. Se formó un desorden tal que algunos se subieron a los pupitres mientras otros intercambi­aban insultos.

En el clímax de la algarabía, se abrió una puerta y entró al salón Hernández Agosto. Se limitó a mirar de uno a otro lado, fijando los ojos en cada uno de los presentes, y todos salieron corriendo a sentarse en sus asientos y callarse.

Evitó muchas contiendas primaris- tas y en los casos en que sí hubo que celebrarla­s, se ocupaba de evitarle daños al partido.

En el Senado se hicieron famosas sus “negociacio­nes de donas y café” con el senador Nogueras para evitar desavenenc­ias y tardanzas en las sesiones. Daba gusto cubrir los debates en el hemiciclo entre ambos por la riqueza de recursos parlamenta­rios que utilizaban, ajenos siempre al insulto personal.

La amistad los unió más allá de la Casa de las Leyes. Durante la celebració­n del cumpleaños número 84 de Hernández Agosto, que se realizó en la casa de su hija, la exjueza superior Evelyn Hernández Sanabria, fue su amigo Nogueras quien amenizó la fiesta con su orquesta.

Hernández Agosto me hace recordar una anécdota relacionad­a con el gran actor Spencer Tracy. Se dice que cuando se enamoró de su colega Katherine Hepburn, alguien le comentó a Tracy que ella era más alta, a lo que respondió el actor: “No se preocupe, que yo la reduzco a mi medida”.

De Hernández Agosto puede decirse que redujo a su justa medida a tantos políticos de su tiempo.

(irene.garzon@gfrmedia.com)

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