Mangles y huracanes
El 26 y 27 de septiembre de 1932, el huracán San Ciprián, de categoría 3, azotó a Puerto Rico con vientos de 120 millas por hora. Se detuvo sobre la isla por siete horas, dejando 226 muertos, 5,200 heridos y 75,000 personas sin hogar; cosa catastrófica, más aun considerando que nuestra población era alrededor de una tercera parte lo que es hoy en día. El efecto fue devastador. Han pasado 85 años desde San Ciprián, y los adelantos en construcción, zonificación e infraestructura han resultado en una mejor preparación para estos fenómenos atmosféricos. Sin embargo, una de las maneras más económicas, duraderas y sostenibles -el buen uso de nuestros recursos- nos elude. Luego del paso de Irma, y ante la realidad de que los huracanes cada vez son más poderosos, es vital atender estas defensas naturales del embate de los fenómenos atmosféricos.
Según Monique Picón, ecóloga y estudiante graduada de la UPR, los mangles son una barrera natural e histórica que formaba una defensa contra los huracanes. Su destrucción ha sido un detrimento. Otra recomendación es la reforestación de las montañas para evitar la erosión y los derrumbes. Ambas iniciativas ayudan a la percolación de lluvias torrenciales.
“La planificación a largo plazo de nuestros recursos debe formar parte integral de los esfuerzos para protegernos de los huracanes”, concluye Picón.