Proteger a los árboles que nos defienden
Escribo mientras presencio la batalla campal entre mis árboles y Juracán. Es una escena espectacular. Vivo en una casa arbolada con especies nativas y al lado de un bosque secundario. Ya sabía que el monte que me avecina y mis robles, mi árbol de María, mis aguacates, mis palmas y mis trinitarias absorberían la furia. Mientras observo y siento cómo batallan, llueven aguacates, sobre mi techo, en mi patio.
No dejo de angustiarme (¡y hasta sentirme culpable!) por las miles de familias que deben haber sufrido el embate del peor huracán desde el siglo pasado; pero no por los ricos. Los pobres y clase media son los que sufren. Son ellos los que pagan las consecuencias de la imprevisión, la violación de las normas elementales de planificación y la negación del calentamiento global que acentúa el efecto de estos acontecimientos. Éstos a su vez son producto de la avaricia y la insensibilidad de los ricos y de los políticos corruptos cuya irresponsabilidad compran impunemente.
Vamos a estar claros. Los fenómenos atmosféricos son sucesos naturales, a veces exacerbados por la miopía de los seres humanos. Los huracanes, en particular, son mecanismos para el enfriamiento de los mares, no castigo de Dios ni maldiciones de Satanás. El daño que causan, sin embargo, las más de las veces es producto de las políticas de urbanización desaforada, de la deforestación, del desafío al curso de los ríos.
Desde tiempos inmemoriales, los seres vivientes han experimentado huracanes, torbellinos, inundaciones, terremotos y otros fenómenos naturales sin todas las explicaciones, predicciones y racionalizaciones actuales. Eran y son fenómenos a veces correctivos, otras renovadores, y siempre recordatorios de fuerzas dentro y en la superficie de un planeta cambiante. Pero ellos los tomaban como vienen, los humanos como expresiones de seres sobrenaturales (igual que algunos todavía), pero todos seguían procurando la armonía con el resto de la naturaleza.
Los descubrimientos científicos estimularon el “progreso” por medio de un control y predicción crecientes de la naturaleza. Particularmente, desde las leyes de la gravedad y del movimiento de los planetas hasta el comportamiento de las partículas de la materia nutrieron la transformación vertiginosa del capitalismo y las transformaciones tecnológicas de nuestro tiempo. Todo esto estimuló una descomunal confianza de científicos, líderes políticos y empresarios de que nos encaminábamos por una ruta infinita hacia un futuro de abundancia y felicidad.
De ahí heredamos el monstruoso y suicida riesgo de una hecatombe nuclear y también la muerte lenta del calentamiento global y otros desastres ambientales de hechura humana. En Puerto Rico, las desarrolladoras y otras empresas han movido cielo y tierra —con avaricia insaciable— para desafiar al resto de la naturaleza. Los banqueros, que nos endeudaron criminalmente y que hoy fingen querer librarnos de la deuda, son también los que han financiado y financian esos crímenes contra natura.
Nuestros árboles nos siguen protegiendo, protejámoslos a ellos.