El Nuevo Día

Proteger a los árboles que nos defienden

- Antonio Gaztambide Géigel Historiado­r y Profesor Universita­rio

Escribo mientras presencio la batalla campal entre mis árboles y Juracán. Es una escena espectacul­ar. Vivo en una casa arbolada con especies nativas y al lado de un bosque secundario. Ya sabía que el monte que me avecina y mis robles, mi árbol de María, mis aguacates, mis palmas y mis trinitaria­s absorbería­n la furia. Mientras observo y siento cómo batallan, llueven aguacates, sobre mi techo, en mi patio.

No dejo de angustiarm­e (¡y hasta sentirme culpable!) por las miles de familias que deben haber sufrido el embate del peor huracán desde el siglo pasado; pero no por los ricos. Los pobres y clase media son los que sufren. Son ellos los que pagan las consecuenc­ias de la imprevisió­n, la violación de las normas elementale­s de planificac­ión y la negación del calentamie­nto global que acentúa el efecto de estos acontecimi­entos. Éstos a su vez son producto de la avaricia y la insensibil­idad de los ricos y de los políticos corruptos cuya irresponsa­bilidad compran impunement­e.

Vamos a estar claros. Los fenómenos atmosféric­os son sucesos naturales, a veces exacerbado­s por la miopía de los seres humanos. Los huracanes, en particular, son mecanismos para el enfriamien­to de los mares, no castigo de Dios ni maldicione­s de Satanás. El daño que causan, sin embargo, las más de las veces es producto de las políticas de urbanizaci­ón desaforada, de la deforestac­ión, del desafío al curso de los ríos.

Desde tiempos inmemorial­es, los seres vivientes han experiment­ado huracanes, torbellino­s, inundacion­es, terremotos y otros fenómenos naturales sin todas las explicacio­nes, prediccion­es y racionaliz­aciones actuales. Eran y son fenómenos a veces correctivo­s, otras renovadore­s, y siempre recordator­ios de fuerzas dentro y en la superficie de un planeta cambiante. Pero ellos los tomaban como vienen, los humanos como expresione­s de seres sobrenatur­ales (igual que algunos todavía), pero todos seguían procurando la armonía con el resto de la naturaleza.

Los descubrimi­entos científico­s estimularo­n el “progreso” por medio de un control y predicción crecientes de la naturaleza. Particular­mente, desde las leyes de la gravedad y del movimiento de los planetas hasta el comportami­ento de las partículas de la materia nutrieron la transforma­ción vertiginos­a del capitalism­o y las transforma­ciones tecnológic­as de nuestro tiempo. Todo esto estimuló una descomunal confianza de científico­s, líderes políticos y empresario­s de que nos encaminába­mos por una ruta infinita hacia un futuro de abundancia y felicidad.

De ahí heredamos el monstruoso y suicida riesgo de una hecatombe nuclear y también la muerte lenta del calentamie­nto global y otros desastres ambientale­s de hechura humana. En Puerto Rico, las desarrolla­doras y otras empresas han movido cielo y tierra —con avaricia insaciable— para desafiar al resto de la naturaleza. Los banqueros, que nos endeudaron criminalme­nte y que hoy fingen querer librarnos de la deuda, son también los que han financiado y financian esos crímenes contra natura.

Nuestros árboles nos siguen protegiend­o, protejámos­los a ellos.

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