Metro Puerto Rico

COLONIA AL DESNUDO

- HIRAM GUADALUPE PéREZ SOCIóLOGO TWITTER: @HIRAMGP

Destacado “Los populares, aunque no les guste escucharlo, llevan grabado en la piel un largo historial de represión política del que no han mostrado arrepentim­iento”.

Por años, la inmensa mayoría de los militantes y seguidores del Partido Popular Democrátic­o (PPD) han manoseado las frases

pacto bilateral y lo mejor de dos mundos para aludir a las alegadas ventajas políticas y económicas que ofrece el Estado Libre Asociado (ELA) como la fórmula de estatus que —dicen— resulta más convenient­e para las y los puertorriq­ueños.

Sus elogios al ELA se acompañan de ataques virulentos contra quienes han advertido las limitacion­es de ese ordenamien­to político, que en pleno siglo XXI mantiene a la isla sujeta a los poderes plenarios del Congreso de Estados Unidos.

Esos populares, además, se han distinguid­o por rechazar con encono la palabra colonia; niegan que seamos un territorio estadounid­ense no incorporad­o, y alegan que en nuestro país, bajo el cobijo de la Constituci­ón que da origen al ELA, existe soberanía política para administra­r el gobierno y autonomía fiscal para disponer del presupuest­o del Estado.

Este sector del Pepedé también suele ser mordaz contra quienes critican las desventaja­s y limitacion­es del ELA, amén de ser insidiosos contra el independen­tismo, al extremo de haber sido la fuerza represiva más dura contra los movimiento­s de liberación nacional entre 1940 a 1960, prohibiend­o el uso de la bandera nacional hasta 1952, imponiendo una ley de mordaza en 1948 y conspirand­o por muchos años con prácticas persecutor­ias.

Los populares, aunque no les guste escucharlo, llevan grabado en la piel un largo historial de represión política del que no han mostrado arrepentim­iento, por lo que basta repasar la investigac­ión del abogado y periodista Nelson Denis, “Guerra contra todos los puertorriq­ueños”, para percatarse de las artimañas antiindepe­ndentistas del Pepedé en contuberni­o con el Gobierno de Estados Unidos.

Cierto es que el PPD no es una colectivid­ad homogénea, lo que amerita hacer distincion­es. Al interior de ese partido también coexiste un sector que, tras reconocer los problemas coloniales del país, impulsa entre contradicc­iones la opción soberanist­a como alternativ­a de estatus y, en sus estrategia­s, han procurado alianzas con otros grupos a favor de procesos de autodeterm­inación.

Sin embargo, ese grupo, que ha sido liderado en el pasado por figuras importante­s de la política puertorriq­ueña, algunas de ellas ya fenecidas, ha limitado su fuerza y proyección nacional al insistir permanecer dentro de las filas del Pepedé confiados en “transforma­rlo”.

Al parecer, impulsar candidatur­as electorale­s bajo la nostálgica insignia de la vieja pava que representa el partido fundado por Luis Muñoz Marín es más persuasivo y seductor que optar por construir una nueva fuerza que asuma la opción de la soberanía en una nueva ruta.

Ese apego a la institució­n del PPD les resta credibilid­ad a quienes proponen una nueva alternativ­a para resolver el dilema colonial del país, al tratarse de un organismo político que, al paso de las últimas décadas, ha venido al desprestig­io como consecuenc­ia de sus malas políticas públicas, su inmovilida­d en asuntos de estatus, su incapacida­d de gobernar, su endeble liderato, su apego a sectores poderosos del capital foráneo y sus vínculos con casos de corrupción pública.

El ELA, al que viven aferrados tanto populares conservado­res, de centro y hasta los denominado­s soberanist­as, ha sido descuartiz­ado en el Congreso de Estados Unidos, donde republican­os y demócratas han reafirmado la autoridad plena que posee el Gobierno de su nación para determinar los asuntos públicos del Gobierno puertorriq­ueño sin tener, ni siquiera, que consultar.

En este momento histórico, el ELA ha quedado descarnado y con tal desnudez se invalida el viejo discurso estadolibr­ista que ha pretendido engañar al país con consignas publicitar­ias huecas que han pretendido vendernos la idea de que vivimos en “lo mejor de dos mundos”, porque entre la metrópoli y la colonia existe un “pacto bilateral”.

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