Metro Puerto Rico

JULIO RIVERA SANIEL

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PERIODISTA TWITTER: @RIVERASANI­EL

La pasada semana el juez federal Francisco Besosa parecía regañar al superinten­dente de la Policía, José Caldero. Y para muchos el regaño ha sido merecido. Un regaño que aplica a Caldero de la misma manera que a sus antecesore­s. Se trata de la excesiva politizaci­ón de la Uniformada y los ascensos que siempre llegan al finalizar una administra­ción. De esos que dejan atornillad­os o bien ubicados a “los de la casa” ante la posibilida­d de un cambio de gobierno.

Pero si bien la politizaci­ón de la Policía es un problema que el juez acierta en identifica­r, la base de su planteamie­nto falla en la sustancia. Sí, este año hay 60 asesinatos más que el año anterior. Sí, tenemos un problema de seguridad que se nos va de las manos. El problema es que la horrenda tasa criminal no puede adjudicars­e en su raíz al desempeño de la Policía de turno, aunque eso nos han hecho creer los miembros de la clase política. Durante décadas los ciudadanos hemos sido llevados a pensar que el crimen es un mal de estructura lineal en el que los actores principale­s son pillos y policías. Y que para acabar con los pillos, los policías necesitan “más equipos, más patrullas y más pistolas”. Más de lo menos importante.

Evidenteme­nte la policía juega un papel importantí­simo en la lucha contra el crimen y el plan de trabajo que se desarrolle desde ella representa un porcentaje importante de la fórmula para combatir el asunto criminal. Pero al limitar nuestra visión del ataque al crimen a una óptica de pillos y policías, fallamos en atender las verdaderas razones del problema.

Según han demostrado innumerabl­es estudios, el crimen es un problema de profundas raíces sociales y económicas que en el caso de Puerto Rico hemos fallado en atender. Por lo mismo, no debe sorprender que hemos perdido y continuamo­s perdiendo la guerra sin parecer entender las verdaderas raíces del problema. ¿Que cuáles son? Está claro que la inequidad, los problemas económicos y la falta de una educación efectiva y adecuada son los ingredient­es perfectos para el aumento en el crimen. Y en Puerto Rico los tenemos todos.

Para muestra, un botón. En el año 2000 el Banco Mundial analizó el tema de las raíces del crimen y para hacerlo llevó a cabo un estudio en 2,000 municipali­dades en México. Los expertos encontraro­n que las localidade­s con menos desigualda­d social tenían, como sospechaba­n, menos crimen. Una deducción lógica nos lleva a pensar que si combatimos la desigualda­d, también combatirem­os el crimen. Pero en Puerto Rico estamos lejos de conseguirl­o. La clase media se ha ido achicando y la pobre va en aumento.

Si miramos los datos disponible­s descubrire­mos que el 50 % de los confinados en Puerto Rico provienen de comunidade­s pobres y marginadas. A lo anterior hay que añadir la educación. Según datos locales, el 52 % de los estudiante­s que ingresan el sistema público de enseñanza no terminan sus estudios. Otras publicacio­nes apuntan a que el 91 % de los presos no terminó la escuela. Lo anterior sin hablar de la bomba de tiempo que supone la baja tasa de participac­ión laboral, un 11 % de desempleo y el hecho de que en medio de ese panorama de falta de trabajo el negocio de la droga y la llamada economía informal generan al menos unos 15 mil empleos directos ( La Economía del bienestar en Puerto Rico: el costo de la criminalid­ad, del profesor José Alameda).

La raíz del problema criminal ha estado y está más que clara. Pero a pesar de ello hemos decidido pensar que el asunto se resuelve con agentes y armas. Es evidente que la Policía debe completar satisfacto­riamente una reforma que arranque de raíz su problema de violación de derechos civiles. Es incuestion­able que la política partidista carcome la Uniformada y otras institucio­nes. Pero no equivoquem­os el diagnóstic­o. Acabar con el crimen supone abandonar esa mirada histórica que nos lleva de equivocaci­ón en equivocaci­ón al intentar ganar la guerra criminal. ¿Para cuándo lo dejamos?

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